Los pecados de los murcianos contra la
tierra, el mar y el cielo son tan enormes y recalcitrantes que, al
quedar impunes por la perniciosa influencia que el poder agrario ejerce
sobre las administraciones, la justicia y la opinión pública, y al ser
todas ellas instituciones terrenales imperfectas y manipulables, han de
ser los dioses ofendidos quienes, hartos de abusos y perversiones, tomen
cartas en el asunto, distinguiéndonos con la furia de sus poderes
desafiados.
Ha debido de ser
Gaia, la Madre Tierra de los antiguos que ahora son blasfemos, y de los
que han sabido, todavía hoy, mantenerse prudentes, cuidando de no
ofenderla y siempre allanados a sus exigencias (que son clave de
supervivencia de todos los mortales), la que ha decidido responder a
tanta ignominia, harta de advertencias: la ira descargada sobre la
insolente tierra murciana es proporcionada, sin duda alguna, a la
inmensidad de sus crímenes (y no distingue, ¡ay! justos de pecadores).
La
primera de nuestras faltas, en las que reincidimos sin el menor
propósito de enmienda, ha sido el maltrato sistemático de la red
hidrográfica, con el padre Segura en primer lugar, pero con mayor
alevosía, todavía, en la minuciosa aniquilación de la tupida malla de
afluentes, ramblas y regatos. La estupidez de nuestra sociedad,
capitaneada por necios reincidentes (que juegan con todo esto como si de
una ruleta rusa se tratara) ha permitido que todo este conjunto,
geológica y sabiamente adaptado a los mayores eventos climatológicos,
haya sido destruido, desnaturalizado y apropiado: osadía de las
carreteras, codicia de los cultivos.
(Recuerdo cuando un consejero de la
Comunidad Autónoma, que desde entonces no hizo más que progresar en
política, autorizó una carretera por la rambla de las Culebras, en
Águilas, quitándole un tercio de su cauce: las avenidas posteriores
adquieren un tercio más de velocidad y de poder destructivo. Algo que ya
he criticado desde estas páginas, y de resultado equivalente, es la
estulticia de los que, con el pretexto demagógico de 'acondicionar las
riberas del Segura', han promovido, a su paso por Cieza, un
encauzamiento con escollera y plástico, aumentando, las riadas,
velocidad e impacto.)
La
segunda de nuestras ofensas la define el sistemático saqueo del suelo
murciano por la agricultura y la ganadería intensivas, pecados e
ignominias que han sido consentidos por la Confederación Hidrográfica
del Segura (CHS), primera en culpas del desastre reciente por no cuidar
de la hidrografía y sus extensos espacios públicos ni del buen uso del
agua ni del secano protector, y por plegarse al regadío pirata, invasor y
follonero, protegiendo todos los desmanes; y parecida imputación merece
que se le haga a un Gobierno autonómico que ha ido agravando, durante
decenios, la usura del territorio, y que ha llevado el urbanismo
regional a sus más altas cotas de miseria, consolidando, sin ir más
lejos, la orla urbanística del Mar Menor, con innumerables barreras de
bloques, muros y asfalto que, cerrando la laguna, atrapa e inunda
pueblos y urbanizaciones, cuando el agua pide paso.
Cuando
ahora el Estado acuda a lamentos y reclamaciones, que procure no
reincidir 'restableciendo' lo destruido, sino enmendando seriamente lo
mal hecho o consentido; y, lo primero de todo, exponiendo a público
escarnio a buena parte de los ingenieros de la CHS, muy especialmente
sus presidentes desde los años 1980, para que podamos increparlos
colocando, en sus cabecicas alienadas, orejas de burro.
Que ese Estado
que se ve requerido por quienes no merecen sino el castigo, no olvide de
incluir en sus afanes de transición ecológica la reducción a la mitad,
en diez años, de las hectáreas de regadío (ilegales en su origen, más o
menos, en esa misma proporción, pero excusadas en mala hora,
precisamente, por esos fallidos representantes del Estado en la Región:
los de la CHS).
Es ahora el
momento de revisar y adaptar, adecuadamente, nuestras teorías del
desastre, siempre elaboradas a nuestra conveniencia, y rechazar las
culpas de la naturaleza. Y de obligar, es un ejemplo, a los cañoneros
melocotoneros de la Vega Media, que tan obscenamente irritan a los
cielos, a que redirijan el tiro, de una vez por todas, hacia sus poco
respetables traseros. O de imponer a los que corrompen campos y
acuíferos en el Altiplano, a una dieta de treinta años, a base de sus
lechugas sobrantes, con babosas de proteína, hasta que los dioses
insultados se sientan desagraviados.
Tendremos
que esperar, culpables y temerosos, la reacción de Poseidón, el
olímpico oceánico, a cuyos dominios, otrora fecundos y límpidos, han ido
a parar venenos y porquerías en cantidad nunca conocida (la acumulada
por esta sociedad murciana, secuestrada e indolente, que se hiere a sí
misma y no respeta ni la tierra ni el aire ni las aguas).
Que, si es un
tsunami lo que trama el dios marino del tridente, sabrá hacerlo,
también, aquilatado a la tropelía inconmensurable de tanto vertido
impune. De momento, y como primera providencia, castíguese a los
agricultores depredadores de la Marina de Cope a bucear durante treinta
años en los fondos colindantes, y a que no vuelvan a sus campos
petroquímicos hasta dejárnoslos bien limpios (traten, si acaso, de
ayudarse, si es que lo consiguen, de los responsables guardianes del
dominio público, tanto marítimo como hidráulico, que más parecen
fantasmas, a fuer de ausentes).
Y
hagamos por lograr que los prebostes del Trasvase, de los sindicatos
antiecológicos y las cooperativas sin conciencia, que poco o nada
respetan en su avaricia del corto plazo y su ideología de conquista, y
que los cielos han dejado desnudos por su insolencia (señalando bien a
las claras las causas verdaderas de la desgracia), que nos regalen un
paseíllo exhibiendo sus viriles desvergüenzas, aunque podrán envolverse
en esas (sus) blancas pancartas de sabiduría azul: «Agua para todos».
(Seguro que, observando el espectáculo, los dioses injuriados, pero
vengados, nos enviarán, con feroz ironía, el eco lejano de sus truenos
justicieros: «¿No queríais más agua?»).
(*) Profesor y activista ambiental
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