En aquélla, y más allá de la condición anecdótica de los inventarios sobre los casos y modos corruptos que inundan nuestras sociedades, se procedió a la presentación de las determinaciones estructurales e ideológicas que caracterizan ese fenómeno y lo configuran como una dimensión fundamental de la contemporaneidad última.
Ahora bien, esa característica sistémica de la corrupción debe su efectividad a su inscripción en un marco geoeconómico y geopolítico que la soporta y la legitima. Ese marco, como quedó apuntado entonces, es el de la mundialización liberal capitalista, asentada en la dominación política y económica de la potencia norteamericana, bajo la batuta institucional del FMI, del Banco Mundial y de los Departamentos de Estado y del Tesoro de EE UU, que la dotan de una extraordinaria presencia expansiva.
Pero esa dominación ha empezado a hacer agua por muchas partes, con un capitalismo financiero desnortado y enloquecido, que entre el furor por la especulación, el hiperconsumismo incontrolable y una inflación que no cesa no sabe a qué carta quedarse, sin que los avatares del subprime, la crisis que ha desencadenado y los contradictorios remedios que se le han aplicado -inyecciones masivas de liquidez y nacionalizaciones- apunten a solución alguna capaz de impedir el naufragio.
Este capitalismo inicuo y depredador con la ignominia de sus repugnantes escándalos empresariales, el aumento de su precariedad laboral y la salvaje agravación de las desigualdades entre los pocos muy ricos y todos los demás nada tiene que ver con el capitalismo de los padres fundadores. El capitalismo que nos propusieron Max Weber, en su obra pionera La ética protestante y el espíritu del capitalismo en 1905, y la magistral Religion and the rise of capitalism del historiador inglés Richard H. Tawney en 1926 ha sido objeto de una corrupción total.
Su exhortación a la autodisciplina, al trabajo duro, a la austeridad, al ascetismo individual tan ligados a la ética calvinista y más ampliamente protestante son antónimos del irresponsable despilfarro consumista en que se ha convertido el régimen capitalista, en el que el gasto en publicidad en EE UU es superior al del presupuesto de toda la enseñanza superior.
Por lo demás, la depredación de recursos es tal que, según el Worldwatch Institute, el consumo de bienes y servicios de la Humanidad en los 40 años que van de 1950 a 1990 es superior al de todas las generaciones precedentes. A lo que se agrega que el objetivo principal del sistema no es ya el de producir bienes para satisfacer necesidades sino sólo producir beneficios, ganar dinero.
Por otra parte, el mundo bipolar del siglo XX, centrado en torno de EE UU y la URSS, ha perdido todo sentido. En lo político, en lo económico, en lo social, en lo cultural. Hoy la geopolítica mundial es radicalmente multipolar y los grandes países -China, India, Japón- y las macrorregiones, cada vez más afirmadas, reclaman una posición protagonista.
Por ello, seguir uncidos a la política y a los intereses norteamericanos es apuntarse a más o menos corto plazo a una batalla perdida. Disfrazar el seguidismo de defensa de los valores occidentales ya no engaña a nadie. Pues Europa es una de las principales macrorregiones del panorama actual, con una fuerte especificidad, que la capacidad homogeneizadora del capitalismo monopolista de EE UU no ha logrado desmontar del todo y de ahí la obligación de convertirla en referente y estímulo de la nueva macrorregionalización del mundo.
Esta imputación sistémica no supone la exculpación de los crímenes y fechorías de las mafias sino el señalamiento del responsable principal cuya neutralización debe ser el gran objetivo de la lucha anticorruptora. Las denuncias de las prácticas criminales mafiosas, tal como hacen la novela y el filme Gomorra con la presentación de las actividades de la Camorra, por aleccionadoras que sean, no acabarán con la corrupción capitalista que se ha convertido en trama sustantiva de nuestras sociedades.
Pues si el estalinismo corrompió y acabó con las esperanzas del comunismo, la radicalización individualista y la insaciable y compulsiva avidez de riqueza y disfrute han corrompido el capitalismo originario.
La épica del enriquecimiento a cualquier precio no deja espacio indemne y muestra su imperio en las formas más espontáneamente agresivas de la cultura popular del mundo juvenil que en su música rapera nos conmina a get rich or die trying. Ese grito de “enriqueceos o morid en el intento” es la expresión más cabal de la corrupción actual del sistema capitalista.
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