Estoy leyendo una biografía de Dietrich Bonhoeffer, titulada, muy significativamente, Tendríamos que haber gritado. Bonhoeffer, teólogo y pastor luterano, profeta y mártir, fue asesinado por el nazismo, el 9 de abril de 1945, en el campo de concentración de Flossenbürg.
Él denunciaba la «Gracia barata» a la que reducimos muchas veces nuestra fe cristiana. Advertía también que «quien no haya gritado contra el nazismo no tiene derecho a cantar gregoriano». Y llegaba finalmente, ya en vísperas de su martirio, a esta conclusión militante: «Hay que parar la rueda bloqueando sus radios».
No bastaba entonces con socorrer puntualmente a las víctimas trituradas por el sistema nazi, que para Bonhoeffer era la rueda; y no nos pueden bastar hoy el asistencialismo y las reformas-parche frente a esa rueda que para nosotros es el capitalismo neoliberal con sus radios del mercado total, del lucro omnímodo, de la macro-dictadura económica y cultural, de los terrorismos de estado, del armamentismo de nuevo creciente, del fundamentalismo religioso, de la devastación ecocida de la tierra, del agua, de la floresta y del aire.
No podemos quedarnos estupefactos delante de la iniquidad estructurada, aceptando como fatalidad la desigualdad injusta entre personas y pueblos, la existencia de un Primer Mundo que lo tiene todo y un Tercer Mundo que muere de inanición. Las estadísticas se multiplican y vamos conociendo más números dramáticos, más situaciones infrahumanas.
Jean Ziegler, relator de Naciones Unidas para la Alimentación, afirma, cargado de experiencia, que «el orden mundial es asesino, puesto que hoy el hambre ya no es una fatalidad». Y afirma también que «destinar millones de hectáreas para la producción de biocarburantes es un crimen contra la humanidad»; el biocombustible no puede ser un festival de lucros irresponsables. La ONU viene alertando que el calentamiento global del planeta avanza más rápido de lo que se pensaba y, a menos que se adopten medidas urgentes, provocará la desaparición del 30% de las especies animales y vegetales, millones de personas se verán privadas de agua y proliferarán las sequías, los incendios, las inundaciones. Uno se pregunta angustiado quién va a adoptar esas “medidas urgentes”.
El gran capital agrícola, con el agronegocio y el hidronegocio cada vez más, avanza sobre el campo, concentrando tierra y renta, expulsando a las familias campesinas y lanzándolas errantes, sin tierra, acampadas, engrosando las periferias violentas de las ciudades. Dom Edwin Kräutler, obispo de Xingú y presidente del CIMI, denuncia que el «desarrollo en la Amazonia se tornó sinónimo de deforestar, quemar, arrasar, matar». Según Roberto Smeraldi, de Amigos de la Tierra, las políticas contradictorias del Banco Mundial por un lado «prometen salvar los árboles» y por otro lado «ayudan a derribar la Amazonia».
Pero la Utopía continúa. Como diría Bloch, somos «criaturas esperanzadas» (y esperanzadoras). La esperanza sigue, como una sed y como un manantial. «Contra toda esperanza esperamos». De esperanza habla, precisamente, la reciente encíclica de Benedicto XVI. (Lástima que el Papa, en esta encíclica, no cite ni una sola vez el Concilio Vaticano II que nos dio la Constitución Pastoral Gaudium et Spes –Alegría y Esperanza-. Dicho sea de paso, el Concilio Vaticano II continúa amado, acusado, silenciado, preterido… ¿A quién le da miedo el Vaticano II?).
Frente al descrédito de la política, en casi todo el mundo, nuestra Agenda Latinoamericana 2008 apuesta por una nueva política; hasta «pedimos, soñando alto, que la política sea un ejercicio de amor». Un amor muy realista, militante, que subvierta estructuras e instituciones reaccionarias, construidas con el hambre y la sangre de las mayorías pobres, al servicio del condominio mundial de una minoría plutócrata.
Por su parte las entidades y los proyectos alternativos reaccionan intentando crear conciencia, provocar una santa rebeldía. El FSM 2009 se va a celebrar, precisamente, en la Amazonia brasileña y tendrá la Amazonia como uno de los temas centrales. Y el XII Encuentro Intereclesial de las CEBs, en 2009, se celebrará también en la Amazonia, en Porto Velho, Rondônia.
Nuestra militancia política y nuestra pastoral liberadora deben asumir cada vez más estos desafíos mayores, que amenazan nuestro Planeta. «Escogemos, pues, la vida» como reza el lema de la Campaña de la Fraternidad 2008. El apóstol Pablo, desde su Carta a los Romanos, nos recuerda que «toda la Creación gime y está con dolores de parto» (Rom 8,22). Los gritos de muerte se cruzan con los gritos de vida, en ese parto universal.
Es tiempo de paradigmas. Hoy creo que se deben citar como paradigmas mayores y más urgentes, los derechos humanos básicos, la ecología, el diálogo intercultural e interreligioso y la convivencia plural entre personas y pueblos. Estos cuatro paradigmas nos afectan a todos, porque salen al encuentro de las convulsiones, objetivos y programas que está viviendo la Humanidad maltratada, pero siempre esperanzada aún.
Con tropiezos y ambigüedades Nuestra América se mueve hacia la izquierda; «nuevos vientos soplan en el Continente»; estamos pasando «de la resistencia a la ofensiva». Los pueblos indígenas de Abya Yala han saludado alborozados la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, que afecta a más de 370 millones de personas en unos 70 países del Mundo. Y reivindicarán su puesta en práctica.
Nuestra Iglesia de América Latina y del Caribe, en Aparecida, si no fue el Pentecostés que queríamos soñar, fue una honda experiencia de encuentro entre los obispos y el pueblo; y confirmó los trazos más característicos de la Iglesia de la Liberación: el seguimiento de Jesús, la Biblia en la vida, la opción por los pobres, el testimonio de los mártires, las comunidades, la misión inculturada, el compromiso político.
Hermanas y hermanos, ¿qué radios vamos a quebrar en nuestra vida diaria?, ¿cómo ayudaremos a bloquear la rueda fatal?, ¿tendremos derecho a cantar gregoriano?, ¿sabremos incorporar en nuestras vidas esos cuatro paradigmas mayores traduciéndolos en práctica diaria?
Reciban un abrazo entrañable en la esperanza subversiva y en la comunión fraterna del Evangelio del Reino. Vamos siempre hacia la Vida.
Él denunciaba la «Gracia barata» a la que reducimos muchas veces nuestra fe cristiana. Advertía también que «quien no haya gritado contra el nazismo no tiene derecho a cantar gregoriano». Y llegaba finalmente, ya en vísperas de su martirio, a esta conclusión militante: «Hay que parar la rueda bloqueando sus radios».
No bastaba entonces con socorrer puntualmente a las víctimas trituradas por el sistema nazi, que para Bonhoeffer era la rueda; y no nos pueden bastar hoy el asistencialismo y las reformas-parche frente a esa rueda que para nosotros es el capitalismo neoliberal con sus radios del mercado total, del lucro omnímodo, de la macro-dictadura económica y cultural, de los terrorismos de estado, del armamentismo de nuevo creciente, del fundamentalismo religioso, de la devastación ecocida de la tierra, del agua, de la floresta y del aire.
No podemos quedarnos estupefactos delante de la iniquidad estructurada, aceptando como fatalidad la desigualdad injusta entre personas y pueblos, la existencia de un Primer Mundo que lo tiene todo y un Tercer Mundo que muere de inanición. Las estadísticas se multiplican y vamos conociendo más números dramáticos, más situaciones infrahumanas.
Jean Ziegler, relator de Naciones Unidas para la Alimentación, afirma, cargado de experiencia, que «el orden mundial es asesino, puesto que hoy el hambre ya no es una fatalidad». Y afirma también que «destinar millones de hectáreas para la producción de biocarburantes es un crimen contra la humanidad»; el biocombustible no puede ser un festival de lucros irresponsables. La ONU viene alertando que el calentamiento global del planeta avanza más rápido de lo que se pensaba y, a menos que se adopten medidas urgentes, provocará la desaparición del 30% de las especies animales y vegetales, millones de personas se verán privadas de agua y proliferarán las sequías, los incendios, las inundaciones. Uno se pregunta angustiado quién va a adoptar esas “medidas urgentes”.
El gran capital agrícola, con el agronegocio y el hidronegocio cada vez más, avanza sobre el campo, concentrando tierra y renta, expulsando a las familias campesinas y lanzándolas errantes, sin tierra, acampadas, engrosando las periferias violentas de las ciudades. Dom Edwin Kräutler, obispo de Xingú y presidente del CIMI, denuncia que el «desarrollo en la Amazonia se tornó sinónimo de deforestar, quemar, arrasar, matar». Según Roberto Smeraldi, de Amigos de la Tierra, las políticas contradictorias del Banco Mundial por un lado «prometen salvar los árboles» y por otro lado «ayudan a derribar la Amazonia».
Pero la Utopía continúa. Como diría Bloch, somos «criaturas esperanzadas» (y esperanzadoras). La esperanza sigue, como una sed y como un manantial. «Contra toda esperanza esperamos». De esperanza habla, precisamente, la reciente encíclica de Benedicto XVI. (Lástima que el Papa, en esta encíclica, no cite ni una sola vez el Concilio Vaticano II que nos dio la Constitución Pastoral Gaudium et Spes –Alegría y Esperanza-. Dicho sea de paso, el Concilio Vaticano II continúa amado, acusado, silenciado, preterido… ¿A quién le da miedo el Vaticano II?).
Frente al descrédito de la política, en casi todo el mundo, nuestra Agenda Latinoamericana 2008 apuesta por una nueva política; hasta «pedimos, soñando alto, que la política sea un ejercicio de amor». Un amor muy realista, militante, que subvierta estructuras e instituciones reaccionarias, construidas con el hambre y la sangre de las mayorías pobres, al servicio del condominio mundial de una minoría plutócrata.
Por su parte las entidades y los proyectos alternativos reaccionan intentando crear conciencia, provocar una santa rebeldía. El FSM 2009 se va a celebrar, precisamente, en la Amazonia brasileña y tendrá la Amazonia como uno de los temas centrales. Y el XII Encuentro Intereclesial de las CEBs, en 2009, se celebrará también en la Amazonia, en Porto Velho, Rondônia.
Nuestra militancia política y nuestra pastoral liberadora deben asumir cada vez más estos desafíos mayores, que amenazan nuestro Planeta. «Escogemos, pues, la vida» como reza el lema de la Campaña de la Fraternidad 2008. El apóstol Pablo, desde su Carta a los Romanos, nos recuerda que «toda la Creación gime y está con dolores de parto» (Rom 8,22). Los gritos de muerte se cruzan con los gritos de vida, en ese parto universal.
Es tiempo de paradigmas. Hoy creo que se deben citar como paradigmas mayores y más urgentes, los derechos humanos básicos, la ecología, el diálogo intercultural e interreligioso y la convivencia plural entre personas y pueblos. Estos cuatro paradigmas nos afectan a todos, porque salen al encuentro de las convulsiones, objetivos y programas que está viviendo la Humanidad maltratada, pero siempre esperanzada aún.
Con tropiezos y ambigüedades Nuestra América se mueve hacia la izquierda; «nuevos vientos soplan en el Continente»; estamos pasando «de la resistencia a la ofensiva». Los pueblos indígenas de Abya Yala han saludado alborozados la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, que afecta a más de 370 millones de personas en unos 70 países del Mundo. Y reivindicarán su puesta en práctica.
Nuestra Iglesia de América Latina y del Caribe, en Aparecida, si no fue el Pentecostés que queríamos soñar, fue una honda experiencia de encuentro entre los obispos y el pueblo; y confirmó los trazos más característicos de la Iglesia de la Liberación: el seguimiento de Jesús, la Biblia en la vida, la opción por los pobres, el testimonio de los mártires, las comunidades, la misión inculturada, el compromiso político.
Hermanas y hermanos, ¿qué radios vamos a quebrar en nuestra vida diaria?, ¿cómo ayudaremos a bloquear la rueda fatal?, ¿tendremos derecho a cantar gregoriano?, ¿sabremos incorporar en nuestras vidas esos cuatro paradigmas mayores traduciéndolos en práctica diaria?
Reciban un abrazo entrañable en la esperanza subversiva y en la comunión fraterna del Evangelio del Reino. Vamos siempre hacia la Vida.
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