domingo, 27 de mayo de 2018

Jorge Juan, el marino que burló a los ingleses


MADRID.- Una importante calle de Madrid está rotulada como Jorge Juan. Se trata de Jorge Juan y Santacilia, nacido en Novelda (Alicante) en 1713. Tras ese nombre se encuentra uno de los personajes más brillantes de nuestro siglo XVIII, al que -siguiendo una costumbre muy hispana- no se le ha hecho la justicia que merece, a juicio de Abc

"Esa fue una de las razones por las que lo escogí como protagonista de mi novela «El espía del Rey» (Ediciones B). Esa y porque en una de sus misiones, quizá la más peligrosa, se la jugó a los ingleses, quienes en tantas ocasiones se la han jugado a España. He de confesar que sentí cierto regusto", dice José Calvo Poyato autor de esa obra.
Jorge Juan fue un gran marino, un brillante investigador y un excepcional científico. Uno de los más importantes de su tiempo. Perteneció a una generación de marinos ilustrados, con una excelente formación científica obtenida en la Academia de Guardiamarinas, donde se formaban los oficiales de la Armada Real y que había sido fundada en Cádiz, en 1717, por don José Patiño. Por sus aulas pasaron destacados marinos de aquella centuria como Antonio de Ulloa, Dionisio Alcalá-Galiano o José de Mazarredo.
Tras participar en algunas operaciones navales en aguas del Mediterráneo, formó parte, junto con Antonio de Ulloa, de la expedición hispano-francesa que midió el arco del meridiano terrestre en el ecuador, permitiéndoles demostrar que la Tierra era redonda, pero no una esfera al estar achatada por los polos. Nos dejó constancia de esos trabajos en un libro titulado «Observaciones Astronómicas y Físicas hechas por orden de Su Majestad en los Reinos del Perú».

Problemas con la Inquisición

Cuando trató de publicarlo tuvo problemas con la Inquisición, al sostener como válida la tesis heliocéntrica -el Sol como centro del universo-, formulada por Copérnico, frente a los planteamientos sostenidos aún por la Iglesia de que el centro era ocupado por la Tierra -teoría geocéntrica-. 
Consideraban que Jorge Juan defendía planteamientos heréticos. Sólo con la ayuda del Marqués de la Ensenada, quien entonces desempeñaba la Secretaría de Guerra, Marina e Indias, y admitiendo que la formulación copernicana del universo era tan sólo una hipótesis, posiblemente errónea, pudo imprimirse.
Como ha ocurrido en tantas ocasiones, sus méritos científicos fueron escasamente valorados en España. Aquí eran acogidos con indiferencia, mientras obtenía reconocimiento más allá de nuestras fronteras. Las más importantes instituciones científicas de Europa ponderaron sus trabajos. La Royal Society lo invitó a que viajase a Londres para intercambiar opiniones con los hombres de ciencia ingleses y propuso nombrarle socio de honor de la prestigiosa institución.

Imperio colonial

Ensenada consideraba la rivalidad con Gran Bretaña uno de los ejes de nuestra política, dado que su objetivo era labrarse un imperio colonial donde obtener materias primas y colocar los productos que salían de sus talleres, algo que les llevaba a los británicos a poner sus ojos en las Indias. La conjunción de esos dos factores -afanes imperiales y comercio- desembocaría en un inevitable enfrentamiento con Gran Bretaña. 
Por ello, uno de sus principales proyectos era poner en condiciones de hacer frente a la poderosa marina británica, a la Armada Real. Frente a los cien navíos de línea ingleses, España podía oponer quince y similar proporción había entre las fragatas de guerra. Esa diferencia reducía de forma dramática las posibilidades de defender las Indias de un ataque inglés.
El plan de rearme naval y el prestigio de Jorge Juan se cruzaron en el proyecto de Ensenada. "Ahí es donde decidí centrar el desarrollo de «El espía del Rey». Aprovechando su visita a Londres, le encomendó una peligrosa misión: ejercer labores de espionaje que podrían pasar desapercibidas, al menos durante un tiempo, gracias a la cobertura que le proporcionaba la invitación de la Royal Society". 
 Durante su estancia, trataría de hacerse con los secretos de las técnicas utilizadas para construir sus navíos de línea, los dueños del mar en el siglo XVIII. Ensenada buscaba también hacerse con hombres capaces de aplicar esas técnicas en los arsenales españoles de El Ferrol, Cartagena y Cádiz. 
Jorge Juan trataría de enviar a España maestros de jarcia, expertos en tejer lonas para el velamen o cualificados carpinteros para construir los cascos. Incluso, si era posible, un buen fundidor de cañones -técnica muy compleja- para artillar los barcos de la Armada.
Lo acompañaron en esta misión dos jóvenes guardiamarinas: José Solano y Pedro de Mora, escogidos, además de por sus conocimientos de náutica, fundamentales para llevar a cabo la misión, por su dominio del inglés. Embarcaron en la fragata The First August, que hacía la travesía hasta Londres desde Cádiz en los últimos días de enero de 1749, arribando a su destino el primer día de marzo.

Personalidades

En Londres, Jorge Juan, adoptó diferentes personalidades. Lucía uniforme de capitán de navío de la Armada Real o indumentaria propia de un científico -peluca, casaca, chaleco, camisa de cuello y puños de encaje, corbatín o medias de seda, como aparece en el retrato que se conserva en el Museo Naval de Madrid- cuando asistía a reuniones con hombres de ciencia o se desplazaba hasta Greenwich para conocer el observatorio astronómico. 
También vestía esas indumentarias en los bailes y fiestas con que era agasajado por la aristocracia londinense. Fue invitado por el almirante George Anson, quien se había enfrentado a los españoles en las Indias durante la llamada Guerra del Asiento, librada cuando Jorge Juan formaba parte de la expedición que medía el arco del meridiano. También acudió a casa del Secretario de Estado, el duque de Bedford.
Cuando ejercía como espía, su vestimenta era mucho más modesta, la propia de un comerciante de vinos. Algo que le permitía pasear por los docks o frecuentar las tabernas de las riberas del Támesis buscando información de viejos marinos o tomar nota de los buques que observaba. 
En esas circunstancias, se transformaba en mister Josues y, cuando esa identidad empezó a levantar sospechas, adoptó la de mister Sublevant, un librero con conocimientos de náutica de lo que había leído en textos publicados.
Para llevar a cabo la otra parte de su misión centró su búsqueda en dos grupos, donde tenía las mayores posibilidades de éxito: los jacobitas y los católicos. Los primeros eran los partidarios de los Estuardo -habían protagonizado una intentona fracasada en Culloden (1746)- y rechazaban a la dinastía reinante, la de Hannover. Muchos deseaban abandonar el país.
 Los católicos, principalmente de origen irlandés, estaban privados de muchos de los derechos de que gozaban los anglicanos. Jorge Juan les ofreció importantes emolumentos si entraban al servicio del rey de España y pudo contar con suficientes recursos para costear sus viajes. Enviaron a España medio centenar de expertos en las diferentes artes náuticas. "En «El espía del Rey» he novelado las numerosas peripecias de esos encuentros y viajes", dice Poyato.

Persecución

Permaneció en Londres hasta mayo de 1750. Detectada su actividad, se inició su persecución, pero los tres espías lograron escapar. Jorge Juan abandonó Londres a bordo del Santa Ana, un buque español con base en Santoña, disfrazado de marinero y oculto bajo unas lonas. Su misión en Londres se saldaba con un rotundo éxito. 
Entre los enviados a España se encontraban algunos de los más reputados especialistas, como Richard Rooth, Edward Bryant o Mateo Mullan. En los años siguientes dirigieron la construcción de un importante número de navíos de línea y fragatas de guerra que dotaron a España de un importante poderío naval en la segunda mitad del siglo XVIII.
A su regreso a España, Jorge Juan impulsó el trabajo en los astilleros y, poco después, fue nombrado director de la Academia de Guardiamarinas. Promovió la construcción del Observatorio Astronómico de Cádiz y en esos años compuso su «Examen Marítimo», considerada su obra más importante. 
Fundó, en su casa gaditana, la Academia Amistosa Literaria, donde se debatía sobre literatura y cuestiones científicas, y se servía chocolate.
Reinando Carlos III, en 1767, encabezó una embajada diplomática a Marruecos, firmando con el Sultán un beneficioso acuerdo para España. Moría en 1773 de un «accidente alferético» en su casa de la Plaza de los Afligidos.

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