El empresario y emprendedor Henry Ford afirmó con rotundidad que cualquier persona que deja de aprender es vieja, ya tenga veinte u ochenta años; y que aquel que sigue aprendiendo se mantiene joven. Aplicando esta máxima, el sector de la agricultura en España no sólo tiene toda la vida por delante, sino también la capacidad real de liderar un cambio a escala global desde la experiencia y el buen hacer que otorgan décadas de servicio.
Los últimos meses han estado marcados por las reivindicaciones y manifestaciones de los agricultores, que han puesto encima de la mesa social e institucional un debate relacionado con la pérdida de producción y con la reducción de precios.
Todo ello, acompañado de fuertes incrementos de los costes de producción –fertilizantes, piensos, energía y gasóleo–, algo que condiciona las decisiones en torno a la actividad productiva.
¿Qué está en juego? La viabilidad de un sector que en España es referencia europea al situarse nuestro país como cuarta potencia productora con unas exportaciones de 70.000 millones de euros.
Ante este contexto de incertidumbre, la solución es la innovación. Parafraseando de nuevo a Ford, padre del automóvil, la respuesta no es lograr que los caballos vayan más rápido, sino apostar por el coche.
Y hacerlo implica necesariamente hablar de agricultura de precisión, que permite hacer más con menos y generar oportunidades de empleo y de desarrollo protegiendo el entorno medioambiental y social.
Sensores terrestres y remotos integrados en complejos sistemas de información geográfica y softwares, sistemas de posicionamiento global (GPS) que gestionan parcelas de forma inteligente, sembradoras de precisión e incluso drones, robots y satélites.
Es posible que el lector no asocie esta terminología a la agricultura española, pero el hecho es que forma parte del día a día de una nueva manera de hacer las cosas con la que, hoy mismo, España está posicionándose en el mundo.
El dato ha llegado para quedarse y ámbitos como la innovación o incluso la inteligencia artificial apelan ya a todos los sectores. La agricultura es uno de ellos y los beneficios de aplicar la tecnología a transformar métodos de cultivo y producción alimentaria trascienden a la realidad corporativa y ahondan de forma profunda en la dimensión social de la empresa.
De este modo, y en este punto, hablo desde la experiencia empresarial particular de Bolschare Agriculture, la digitalización es capaz de reducir la cantidad de agua implementando sistemas de riego eficientes que monitorean las necesidades de los cultivos y ajustan el suministro en tiempo real. También es posible limitar el uso de herbicidas e insecticidas aplicando técnicas de seguimiento a las fincas.
Así, se impulsa la producción con limitados recursos naturales atendiendo las necesidades específicas de cada planta, a las que se aporta sólo lo estrictamente necesario en cuanto a tratamientos, fertilizantes y agua.
Y en cuanto al seguimiento de los cultivos, algo fundamental a la hora de promover la productividad, la tecnología satelital es algo disruptivo pero profundamente útil. Este mecanismo permite realizar un seguimiento más adecuado, garantizando un mejor uso de los productos y del riego.
También resulta de sumo valor el uso de drones, que no solo facilitan información detallada y en tiempo real de los cultivos mediante cámaras adaptadas, también posibilitan realizar tratamientos de forma remota y más eficiente.
El mapa NDVI –Índice de Vegetación de Diferencia Normalizada– de cada finca, por ejemplo, es una herramienta que permite analizar la evolución anual de cada planta, conociendo su volumen de copa, deficiencias nutricionales y nivel de uso de agua de cada tipo de suelo. Todos estos datos son analizados por sistemas que gestionan el volumen de productos por hectárea. De esta forma, cada hectárea de cada finca recibe un tratamiento diferente.
El futuro es hoy. Y no es una frase hecha. Es la tecnología la que nos permite extractar información histórica y asociarla con datos vinculados con la humedad, la temperatura o la heliofanía de un campo –duración de la acción directa de la radiación solar– para, de ese modo, establecer incluso patrones que permitan predecir cosechas.
Experiencia y potencial
Ya en 2019, el Banco Mundial expuso en uno de sus informes que los países en desarrollo debían “aumentar de forma drástica la innovación agrícola y el uso de la tecnología por parte de los agricultores para eliminar la pobreza, satisfacer la creciente demanda de alimentos y hacer frente a los efectos adversos del cambio climático”.
Y añadió que “aumentar la productividad en el sector agrícola puede generar más y mejores empleos, y permitir que más personas se trasladen del campo a las ciudades en busca de nuevas oportunidades”.
En este punto, y pasados cuatro años, es posible afirmar que la tecnología no debe ser entendida únicamente como herramienta capaz de lograr que determinadas zonas rurales dejen de estar pobladas, sino como mecanismo de colaboración fundamental de zonas eminentemente agrícolas que deseen seguir siéndolo, de modo que puedan convertirse en punta de lanza del progreso. Y aquí, en este debate, España tiene voz, experiencia y potencial para ser una referencia internacional.
(*) CEO de Bolschare Agriculture
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