Es legítimo, pues, que resurja la reflexión sobre si un sector económico tan importante, con características evidentes de servicio público y al que no se le deja quebrar, no debería estar en manos públicas siempre y no sólo cuando amenaza con su ruina llevársenos a todos por delante. Es decir, socializar también los beneficios y no sólo las pérdidas.
Se ha asumido, desde hace tiempo, que la gestión financiera de nuestras economías complejas es lo suficientemente importante como para no dejarla en manos de un mercado que no logra el equilibrio.Por eso hay Bancos Centrales con normas impuestas, inspección y monopolio de emisión de monedas. Nadie niega la necesidad de supervisión pública de las entidades financieras cuando el problema actual ha surgido de aquel segmento excluido de esa regulación.
La pregunta que se vuelve a plantear ahora, visto lo visto estas semanas, es si además de no dejarlas en manos del mercado, las entidades financieras tampoco deben dejarse en manos de la propiedad privada. La doctrina liberal ha defendido siempre que la gestión privada de las cosas es mejor que la pública debido al sistema de incentivos derivado de la existencia de propietarios.
Pero viendo adonde nos ha conducido la gestión de determinadas entidades financieras privadas, no de todas, este argumento, reconozcámoslo, pierde muchos enteros como principio general. Los accionistas propietarios de las entidades en dificultades no han sabido o no han podido frenar lo que ha sido, claramente, una pésima gestión privada de las mismas.Creo positivo eliminar de este debate la dimensión moral (¿es lícito apropiarse privadamente de los beneficios sabiendo que si hay pérdidas se socializarán?), incluso la religiosa (prestar dinero a cambio de cobrar intereses ha sido algo condenado como pecado por varias religiones) para centrarnos en la pura eficacia.Una entidad financiera se justifica por hacer bien dos cosas básicas: aceptar dinero prestado, por un lado, y canalizarlo hacia préstamos productivos por otro.
Sí es necesario, como está pasando ahora de manera ruidosa, que el Estado garantice los depósitos que toman prestados y que ese mismo Estado les ayude a canalizar recursos hacia el crédito a empresas y particulares, ¿por qué la propiedad, y con ella los beneficios cuando los hay, han de ser privados?El presidente del Gobierno ha puesto como ejemplo de fortaleza mundial a nuestro sistema financiero. Y lo comparto. Pero no es fruto de la casualidad o de una mayor capacidad previsora por parte de nuestras instituciones. Es consecuencia directa de haber pasado ya por la experiencia de una importante crisis bancaria desde mediados de los años 70 hasta mediados de los 80 del pasado siglo, que nos costó billones de las antiguas pesetas y un aprendizaje, doloroso pero útil, sobre la necesidad de unas reglas prudenciales estrictas, impuestas, desde entonces, con mano firme por el Banco de España. Estamos mejor ahora porque estuvimos peor antes.
Y en aquella crisis destacó ya el hecho de que las entidades financieras españolas, que no tenían propietarios privados, salieron mejor paradas y efectuaron su reconversión con menor coste para los contribuyentes. Me refiero, es claro, a nuestras Cajas de Ahorros. A lo mejor, resulta que la mayor solidez de nuestro sistema financiero se debe en parte, precisamente, a que la mitad del mismo no tiene como finalidad el lucro privado, ni tampoco tiene dueño, sin ser por ello públicos.
Ya, ya sé que el asunto es más complejo. Pero me interesa resaltar la importancia de este ejemplo para, sin elevarlo a categoría válida para todos los sectores y empresas, apuntar que la eficacia en la gestión de estas grandes entidades financieras, profusamente reguladas y controladas por el Estado, no depende de la existencia o no de propietarios privados. Ni en lo bueno, ni en lo malo.
Que una caja, con estatus jurídico de fundación, puede estar tan bien o tan mal gestionada como un banco, sociedad anónima cotizada en bolsa. Y que, por tanto, lo mismo puede ocurrir con las nuevas entidades nacionalizadas como consecuencia, hay que recordarlo, del fracaso previo de su gestión privada.
A lo mejor deberíamos exportar a Europa nuestro modelo de Cajas de Ahorro ahora que la crisis ha acabado con la propiedad privada en algunas entidades. En lugar de nacionalizar los bancos intervenidos haciéndolos públicos, los gobiernos de la Unión Europea deberían facilitar su conversión en Cajas de Ahorro como las nuestras. Con ello acabaríamos con la tradicional dicotomía público-privado, ofreciendo una forma de gestión distinta, pero eficaz, y unos objetivos sociales en beneficio de la colectividad.Hace dos semanas demandábamos aquí un Plan para España que no se limitara a encajar de manera pasiva los efectos de la crisis sobre el desempleo y los ingresos fiscales. Ya tenemos una parte importante del mismo. Pero es, junto al descenso de tipos de interés, condición necesaria aunque no suficiente para empezar a salir del túnel. Ahora convendría acompañarlo, en el debate presupuestario, con más medidas activas sobre el conjunto de la economía y, en especial, por su trascendencia, sobre el sector de la construcción.
Hemos vivido años de liquidez casi ilimitada a coste muy bajo.Con ello se ha construido una economía basada en elevados niveles de endeudamiento. Este tiempo ha pasado y tendremos que ayudar a que el tránsito hacia una nueva situación tenga el menor coste social posible. Un buen sistema financiero es fundamental para ello, aunque no tenga dueño privado necesariamente. Porque lo bueno sería que no buscara en el beneficio privado y en el valor de la acción su único objetivo. A lo mejor, en la poscrisis, el mejor banco es una caja.
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