CÁCERES.- Félix, Pedro, Juan Luis y Nicolás son encofradores. Lo suyo es encargarse del «molde formado con tableros o chapas de metal, en el que se vacía el hormigón hasta que se fragua, y que se desmonta después» (primera acepción de 'encofrado' según el diccionario de la Real Academia). Los cuatro viven en Arroyo de la Luz (6.500 habitantes, a veinte minutos en coche de Cáceres). O mejor, vivían. Porque desde el 21 de agosto están a seis horas de coche más nueve de barco de su casa, o sea, de sus mujeres y sus hijos. Queda claro que la crisis les ha cambiado la vida, revela el diario "Hoy".
Hasta hace unos meses, los cuatro trabajaban en empresas de la construcción. Pero el puñetazo directo en la frente que ha recibido el sector les dejó sin empleo. «Y cuando estás en el paro -dice Juan Luis-, no se funciona igual. En seguida lo notas».
Con familia y sin trabajo, a Félix le llega a través de un conocido la posibilidad de irse a trabajar a Argelia. «Se lo comenté a Juan Luis -recuerda-, llamamos por teléfono a la empresa, nos informaron y después se lo dijimos a Nicolás y a Pedro». Hoy, los cuatro están en Orán (cerca de la frontera con Marruecos, seiscientos kilómetros al oeste de Argel, la capital del país).
El motivo principal de su éxodo voluntario tiene una explicación fundamental: un sueldo de 4.500 euros mensuales, más o menos. Una cifra a la que difícilmente puede aspirar un obrero de la construcción en la tesitura actual de la economía española.
A estas alturas, quizás algún entusiasta se consuela pensando que se trata de cuatro historias aisladas, que Félix (38 años), Pedro (40), Juan Luis (40) y Nicolás (52) son cuatro excepciones de las que tanto gustan a los periodistas y que no se puede hablar de un fenómeno con un mínimo de importancia. Pero la realidad les rebate.
La parroquia extremeña
Ahora mismo, en Orán hay diez encofradores de Arroyo de la Luz. Y en los próximos días tomarán el mismo camino otros cuatro vecinos del pueblo. Y dos más de Casar de Cáceres. Y otro de Malpartida de Cáceres. Y allí harán pandilla con obreros de la construcción llegados desde Aliseda, Torrejoncillo, Jaraíz de la Vera, Coria, Plasencia, Badajoz... En Orán, en la misma obra, hay una parroquia extremeña numerosa y bien avenida, que comparte comedor y sala de televisión con andaluces, asturianos, catalanes, gallegos, madrileños, ecuatorianos, bolivianos, colombianos... En total, unos quinientos trabajadores. Más gente que en muchos pueblos extremeños.
Entre unos y otros van dando forma a un complejo hotelero de lujo en un sugerente paisaje costero. Habrá hotel de cinco estrellas (cerca del prestigioso Sheraton), un palacio de congresos y otro de exposiciones. Más argumentos para una ciudad que tiene en el turismo uno de sus fundamentos económicos. Con un millón de habitantes, Orán, en la costa del Mediterráneo, es un puerto y centro comercial importante para Argelia, un país en el que no sobra casi nada. Y en el que un litro de gasoil cuesta, al cambio, quince céntimos de euros.
A la moneda europea llaman oro, y el nivel de vida para un español medio resulta bastante agradecido. «Por docientos dinares, que son unos dos euros -cuenta Pedro- puedes cenar perfectamente una pizza y una botella grande de Mirinda». Sí, Mirinda, esa botella desaparecida de las estanterías españolas hace años, convertida ahora en un recuerdo gracioso para una generación y un icono pop para las camisetas para otra. «Por setecientos dinares, que son unos siete euros -amplía Juan Luis- cenas en un restaurante un buen pescado, con vino y postre».
Lo de salir fuera no es la rutina. Lo mismo que el resto, los cuatro arroyanos lo hacen a veces. Lo habitual es que coman y cenen en la obra, que es donde viven. «Resumiendo, es como cuando estás en la mili», aclara Pedro. O sea, largos pabellones y estancias comunes, como los baños, el comedor y la sala de televisión. La diferencia principal es que no duermen en literas. Tienen habitaciones individuales, con cama, armario y mesilla. «Allí hay armonía -dice Nicolás-. Nos llevamos bien. Si no sería difícil aguantar allí».
Los inicios difíciles
De hecho, hay quien se retira a las primeras de cambio. La renuncia es más frecuente en jóvenes que llegan a Argelia atraídos por el excelente reclamo de los 4.500 euros al mes. Pero claro, una vez allí advierten que no todo es de color de rosas. «Yo creo que si lo piensas bien, no vas», resume Pedro. «La primera semana -continúa- te dan ganas de cogerte tus cosas y volverte a casa». «Es duro, el principio sobre todo es duro», corrobora Juan Luis. «Es otro mundo -amplía-. Otra cultura, otra forma de funcionar... No todo el mundo se adapta».
Ellos aseguran estar contentos, y en absoluto arrepentidos de la decisión que tomaron. Se fueron a finales de agosto y el miércoles hicieron su primer viaje de vuelta. Lo establecen las reglas de este trabajo: 45 días en Argelia y cinco o seis (a criterio de la empresa) en casa. Llegaron el miércoles por la noche y volverán a irse el lunes. La empresa corre con todos los gastos del viaje, que es más bien cansado.
Esta primera visita a casa les ha llevado 22 horas. Lo normal es que hubieran ido desde Orán hasta Alicante a través del mar, y allí hubieran cogido un coche de alquiler (pagado por la empresa) para volver en él hasta Cáceres, pero esta vez no ha sido posible.
El trayecto alternativo les ha obligado a subir a tres aviones. El primero les llevó de Orán a Argel, el segundo, de allí a Barcelona, y un tercero hasta Madrid. Y en la capital, un Citroën C5 para volver a su pueblo. Eso sí, hicieron los vuelos en primera clase, es decir, con asientos más holgados y comida y bebida sin tener que pagar.
En definitiva, unas condiciones laborales atractivas, que de hecho, están llamando a otros obreros de la construcción a emprender la aventura argelina. En los próximos días tomarán el mismo camino otros cuatro vecinos de Arroyo de la Luz. Y dos de Casar de Cáceres. Y otro más de Malpartida. Félix, Nicolás, Juan Luis y Pedro fueron los primeros -«la lanzadera», bromea Félix-, y tras ellos han ido otros.
La empresa que les contrata es Siurell, con oficinas principales en Palma de Mallorca y Madrid. «Alguno ya habíamos trabajado para ellos, y el conocerlos ha sido un motivo más para aceptar», cuenta Nicolás, al que el trabajo le ha hecho vivir en distintas regiones españolas. «Y en Argelia estoy muy bien, la verdad», afirma.
«Buscarse la vida»
De hecho, Arroyo de la Luz es uno de los municipios extremeños con más habitantes empleados en el sector de la construcción. Hace años que en el municipio es habitual que grupos de encofradores o albañiles suban a una furgoneta para ir a Madrid el domingo por la tarde o el lunes y vuelvan el viernes. Sucede lo mismo en otros municipios de la comunidad autónoma que destacan por abastecer las obras de la capital, como Malpartida de Plasencia.
«La crisis nos dejó en el paro, y hay que buscarse la vida», proclama Pedro. Ese lema existencial obliga a no estar parado, a tomar decisiones complicadas y a arriesgarse. Por supuesto, también a trabajar. Y mucho. En Orán, la jornada laboral es habitualmente más larga que en España. «Nos pagan bien, pero conforme a lo que trabajamos, nos tenemos el sueldo bien ganado», dice Félix, que se refiere también al componente familiar. ¿Cómo se comunican con su mujer y sus hijos? «Yo suelo entrar en Internet y utilizo el Skype», detalla. El Skype es una herramienta informática que permite a dos personas verse y hablarse por muy lejos que estén. Es una videollamada que hace posible, por ejemplo, que un encofrador en Argelia hable y vea a sus niños que están en España.
La opción mayoritaria, no obstante, es el teléfono móvil. «Al llegar allí, de las primeras cosas que se hacen es comprar un teléfono móvil, porque sale mucho más barato hablar por él que por el que te traes de España», comenta Juan Luis.
La idea: 12 ó 15 meses
Los cuatro están con un visado de tres meses, que si no sucede nada extraño, les irán renovando cada vez que caduque. Están allí con la perspectiva de permanecer de doce a quince meses. En teoría, y visto el buen salario y que tienen casi todos los gastos pagados, es un buen panorama para ahorrar. «El dinero que te puedes gastar allí es la cerveza que te tomes algún día, el tabaco que fumas y el teléfono o Internet», cuenta Félix.
En su caso, la comida no ha sido un gran problema. «Yo como bien», se justifica. Pero para el resto, las particularidades de la gastronomía argelina han sido una de las mayores dificultades de la experiencia. Abundan las especias, y adaptarse a ellas requiere su tiempo. «Entre lo que comíamos al llegar y lo que nos sirven ahora hay diferencia, la cocina ha mejorado bastante en este tiempo», dice Juan Luis.
Por lo demás, hay bastantes cosas que les hacen sentirse cerca de su mundo. Están rodeados de paisanos, pueden ver el canal internacional de TVE, en la radio sintonizan emisoras españolas, y los fines de semana siguen al Atleti, al Madrid o al Barça por algún canal extranjero. Los cuatro comparten origen, profesión, comedor, sala de televisión, taxi cuando se acercan a la ciudad y coche alquilado cuando toca volver al pueblo. Comparten todo eso y un anhelo: que les salga algo parecido cerca de su casa.
Hasta hace unos meses, los cuatro trabajaban en empresas de la construcción. Pero el puñetazo directo en la frente que ha recibido el sector les dejó sin empleo. «Y cuando estás en el paro -dice Juan Luis-, no se funciona igual. En seguida lo notas».
Con familia y sin trabajo, a Félix le llega a través de un conocido la posibilidad de irse a trabajar a Argelia. «Se lo comenté a Juan Luis -recuerda-, llamamos por teléfono a la empresa, nos informaron y después se lo dijimos a Nicolás y a Pedro». Hoy, los cuatro están en Orán (cerca de la frontera con Marruecos, seiscientos kilómetros al oeste de Argel, la capital del país).
El motivo principal de su éxodo voluntario tiene una explicación fundamental: un sueldo de 4.500 euros mensuales, más o menos. Una cifra a la que difícilmente puede aspirar un obrero de la construcción en la tesitura actual de la economía española.
A estas alturas, quizás algún entusiasta se consuela pensando que se trata de cuatro historias aisladas, que Félix (38 años), Pedro (40), Juan Luis (40) y Nicolás (52) son cuatro excepciones de las que tanto gustan a los periodistas y que no se puede hablar de un fenómeno con un mínimo de importancia. Pero la realidad les rebate.
La parroquia extremeña
Ahora mismo, en Orán hay diez encofradores de Arroyo de la Luz. Y en los próximos días tomarán el mismo camino otros cuatro vecinos del pueblo. Y dos más de Casar de Cáceres. Y otro de Malpartida de Cáceres. Y allí harán pandilla con obreros de la construcción llegados desde Aliseda, Torrejoncillo, Jaraíz de la Vera, Coria, Plasencia, Badajoz... En Orán, en la misma obra, hay una parroquia extremeña numerosa y bien avenida, que comparte comedor y sala de televisión con andaluces, asturianos, catalanes, gallegos, madrileños, ecuatorianos, bolivianos, colombianos... En total, unos quinientos trabajadores. Más gente que en muchos pueblos extremeños.
Entre unos y otros van dando forma a un complejo hotelero de lujo en un sugerente paisaje costero. Habrá hotel de cinco estrellas (cerca del prestigioso Sheraton), un palacio de congresos y otro de exposiciones. Más argumentos para una ciudad que tiene en el turismo uno de sus fundamentos económicos. Con un millón de habitantes, Orán, en la costa del Mediterráneo, es un puerto y centro comercial importante para Argelia, un país en el que no sobra casi nada. Y en el que un litro de gasoil cuesta, al cambio, quince céntimos de euros.
A la moneda europea llaman oro, y el nivel de vida para un español medio resulta bastante agradecido. «Por docientos dinares, que son unos dos euros -cuenta Pedro- puedes cenar perfectamente una pizza y una botella grande de Mirinda». Sí, Mirinda, esa botella desaparecida de las estanterías españolas hace años, convertida ahora en un recuerdo gracioso para una generación y un icono pop para las camisetas para otra. «Por setecientos dinares, que son unos siete euros -amplía Juan Luis- cenas en un restaurante un buen pescado, con vino y postre».
Lo de salir fuera no es la rutina. Lo mismo que el resto, los cuatro arroyanos lo hacen a veces. Lo habitual es que coman y cenen en la obra, que es donde viven. «Resumiendo, es como cuando estás en la mili», aclara Pedro. O sea, largos pabellones y estancias comunes, como los baños, el comedor y la sala de televisión. La diferencia principal es que no duermen en literas. Tienen habitaciones individuales, con cama, armario y mesilla. «Allí hay armonía -dice Nicolás-. Nos llevamos bien. Si no sería difícil aguantar allí».
Los inicios difíciles
De hecho, hay quien se retira a las primeras de cambio. La renuncia es más frecuente en jóvenes que llegan a Argelia atraídos por el excelente reclamo de los 4.500 euros al mes. Pero claro, una vez allí advierten que no todo es de color de rosas. «Yo creo que si lo piensas bien, no vas», resume Pedro. «La primera semana -continúa- te dan ganas de cogerte tus cosas y volverte a casa». «Es duro, el principio sobre todo es duro», corrobora Juan Luis. «Es otro mundo -amplía-. Otra cultura, otra forma de funcionar... No todo el mundo se adapta».
Ellos aseguran estar contentos, y en absoluto arrepentidos de la decisión que tomaron. Se fueron a finales de agosto y el miércoles hicieron su primer viaje de vuelta. Lo establecen las reglas de este trabajo: 45 días en Argelia y cinco o seis (a criterio de la empresa) en casa. Llegaron el miércoles por la noche y volverán a irse el lunes. La empresa corre con todos los gastos del viaje, que es más bien cansado.
Esta primera visita a casa les ha llevado 22 horas. Lo normal es que hubieran ido desde Orán hasta Alicante a través del mar, y allí hubieran cogido un coche de alquiler (pagado por la empresa) para volver en él hasta Cáceres, pero esta vez no ha sido posible.
El trayecto alternativo les ha obligado a subir a tres aviones. El primero les llevó de Orán a Argel, el segundo, de allí a Barcelona, y un tercero hasta Madrid. Y en la capital, un Citroën C5 para volver a su pueblo. Eso sí, hicieron los vuelos en primera clase, es decir, con asientos más holgados y comida y bebida sin tener que pagar.
En definitiva, unas condiciones laborales atractivas, que de hecho, están llamando a otros obreros de la construcción a emprender la aventura argelina. En los próximos días tomarán el mismo camino otros cuatro vecinos de Arroyo de la Luz. Y dos de Casar de Cáceres. Y otro más de Malpartida. Félix, Nicolás, Juan Luis y Pedro fueron los primeros -«la lanzadera», bromea Félix-, y tras ellos han ido otros.
La empresa que les contrata es Siurell, con oficinas principales en Palma de Mallorca y Madrid. «Alguno ya habíamos trabajado para ellos, y el conocerlos ha sido un motivo más para aceptar», cuenta Nicolás, al que el trabajo le ha hecho vivir en distintas regiones españolas. «Y en Argelia estoy muy bien, la verdad», afirma.
«Buscarse la vida»
De hecho, Arroyo de la Luz es uno de los municipios extremeños con más habitantes empleados en el sector de la construcción. Hace años que en el municipio es habitual que grupos de encofradores o albañiles suban a una furgoneta para ir a Madrid el domingo por la tarde o el lunes y vuelvan el viernes. Sucede lo mismo en otros municipios de la comunidad autónoma que destacan por abastecer las obras de la capital, como Malpartida de Plasencia.
«La crisis nos dejó en el paro, y hay que buscarse la vida», proclama Pedro. Ese lema existencial obliga a no estar parado, a tomar decisiones complicadas y a arriesgarse. Por supuesto, también a trabajar. Y mucho. En Orán, la jornada laboral es habitualmente más larga que en España. «Nos pagan bien, pero conforme a lo que trabajamos, nos tenemos el sueldo bien ganado», dice Félix, que se refiere también al componente familiar. ¿Cómo se comunican con su mujer y sus hijos? «Yo suelo entrar en Internet y utilizo el Skype», detalla. El Skype es una herramienta informática que permite a dos personas verse y hablarse por muy lejos que estén. Es una videollamada que hace posible, por ejemplo, que un encofrador en Argelia hable y vea a sus niños que están en España.
La opción mayoritaria, no obstante, es el teléfono móvil. «Al llegar allí, de las primeras cosas que se hacen es comprar un teléfono móvil, porque sale mucho más barato hablar por él que por el que te traes de España», comenta Juan Luis.
La idea: 12 ó 15 meses
Los cuatro están con un visado de tres meses, que si no sucede nada extraño, les irán renovando cada vez que caduque. Están allí con la perspectiva de permanecer de doce a quince meses. En teoría, y visto el buen salario y que tienen casi todos los gastos pagados, es un buen panorama para ahorrar. «El dinero que te puedes gastar allí es la cerveza que te tomes algún día, el tabaco que fumas y el teléfono o Internet», cuenta Félix.
En su caso, la comida no ha sido un gran problema. «Yo como bien», se justifica. Pero para el resto, las particularidades de la gastronomía argelina han sido una de las mayores dificultades de la experiencia. Abundan las especias, y adaptarse a ellas requiere su tiempo. «Entre lo que comíamos al llegar y lo que nos sirven ahora hay diferencia, la cocina ha mejorado bastante en este tiempo», dice Juan Luis.
Por lo demás, hay bastantes cosas que les hacen sentirse cerca de su mundo. Están rodeados de paisanos, pueden ver el canal internacional de TVE, en la radio sintonizan emisoras españolas, y los fines de semana siguen al Atleti, al Madrid o al Barça por algún canal extranjero. Los cuatro comparten origen, profesión, comedor, sala de televisión, taxi cuando se acercan a la ciudad y coche alquilado cuando toca volver al pueblo. Comparten todo eso y un anhelo: que les salga algo parecido cerca de su casa.
1 comentario:
como me puedo ir a oran a trabajar
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