sábado, 28 de octubre de 2023

El voto de los católicos / Juan C. M. Torrijos *


En estas últimas elecciones generales España se ha jugado su futuro y, desafortunadamente, éste ha quedado, al menos por ahora y aún con la esperanza de que el felón de Pedro Sánchez no consiga formar gobierno, en manos de ateos o como poco descreídos, relativistas y, como antaño no se quería en los ejércitos, “murcianos (del verbo murciar, es decir, robar) y gente de mal vivir”.

El resultado es que el actual gobierno neocomunista español, aún en funciones y con la lección bien aprendida de cómo se manipula la sociedad, viene aprobando hace tiempo leyes que imponen, desde el absoluto desprecio a los valores que tradicionalmente han confirmado la sociedad española y al mismo derecho natural (que, además, para la mayoría y para los cristianos en general, es el derecho divino), su ideología totalitaria, con leyes como la de ampliación del aborto o la ley de bienestar animal, que o bien atentan contra el propia naturaleza de la especie humana, en una en una de sus más claras manifestaciones cómo es el instinto de supervivencia, o lo hacen en contra de los valores cristianos más fundamentales, como el derecho a la vida y a la protección del más débil: en este caso el feto humano no nacido, que hoy en España y por crudo que suene, no tiene garantizado el derecho a la vida de la que ya goza, relegándolo a que sea un ser humano sin derechos, mientras que se hace objeto de derechos sin mucho sentido a unos animales.

Este "paquete legislativo”, supuestamente progresista, se ha completado con la denominada ley "trans", que obliga a entender el género como una construcción intelectual sin conexión con la realidad fisiológica de los órganos reproductivos.

Esta ley no sólo es que intente anteponer la voluntad humana a la naturaleza, es que tiene muchas posibilidades de acabar como otra nefasta y reciente ley, la del “sí es si", que en este caso, aún con una supuesta buena intención que pocos ven, está causando auténticos desastres jurídicos en perjuicio, otra vez, de los más débiles: las víctimas de violación, en este caso mujeres, lo que ha dado lugar, en contra de lo que estos ineptos quisieran y no hacen por corregir ciegos de su ideología totalitaria y “feminazi”, a que agresores del género fisiológico masculino, con una declaración de que se sienten del género femenino, intentan escapar a que se les apliquen las figuras delictivas creadas para proteger a la mujer, evitando la existencia de “violencia de género” (que implícitamente precisa que exista una agresión de un varón contra una hembra), al reconducirlos a meras agresiones entre personas del mismo género… y muchas situaciones más que están denunciando los colectivos feministas, como lo que ya está sucediendo con violadores convictos que se declaran del género femenino y reclaman su derecho a cumplir la condena en un centro penitenciario para mujeres.

Pero la perversidad intrínseca de esta ley ya la he mencionado antes: anteponer la voluntad humana a la realidad natural, legislando en definitiva en contra del derecho natural.

Hasta aquí seguramente no he dicho nada nuevo que no haya sido expuesto por mejores y más ilustres plumas.

Lo que pretendo, sin embargo, es movilizar conciencias.

Últimamente y más aún en vísperas de las elecciones del 23J se ha podido escuchar desde varios púlpitos que estas leyes, especialmente la ampliación del aborto elevándolo, a la categoría de derecho, van en contra de la doctrina y la moral cristianas y, en una ocasión, el sacerdote ha ido más lejos y ha mencionado la obligación que tenemos los católicos de frenar y revertir esta situación con nuestro voto; al tiempo que se quejaba amargamente de que ya ha aceptado este supuesto derecho casi toda la clase política y no veía que nadie hiciese nada en su contra.

Por los católicos debemos de estar de acuerdo en que no se puede votar, por mucho que nos parezca bien el programa de un partido político en otros aspectos, a quien apoya no solo estas leyes sino la misma ideología que las sustentan.

El problema es que la pérdida del referente católico afecta a prácticamente todos los partidos, al menos a los más importantes en España en estas últimas décadas y una forma de que la clase política se percate de que está perdiendo el norte respecto a los valores que nos importan a los ciudadanos, más allá de movilizaciones públicas, que acaban en una guerra de cifras y que al día siguiente se han olvidado, es que sería muy conveniente que miles de ciudadanos de a pie nos decidiéramos a decir en público, en nuestro ámbito familiar, en los círculos de amistades e, incluso publicar en redes sociales y en medios de comunicación a nuestro alcance, este mensaje de rechazo a votar a partidos que no representan a nuestros ideales (no sólo ideas) más básicos como católicos.

Hoy un católico practicante, coherente, no puede votar a ningún partido de los mayoritarios en este país y menos a los que se sitúan en el extremo opuesto a nuestras convicciones y, por tanto, a nuestro estilo de vida.

Miles de personas expresando públicamente su rechazo puede que ayuden al cambio. En todo caso sirve para que más allá de encuestas "cocinadas” o no, los políticos pulsen la realidad social de la mayoría de españoles de a pie, de sus votantes, en definitiva.

No quisiera finalizar este artículo sin hacer dos menciones.

La primera es reiterar que debemos expresar públicamente y sin miedo lo que pensamos y si ello es contrario el discurso "oficial" es mucho más necesario.

La segunda es que este rechazo a que el aborto sea un derecho de la mujer (que nunca puede serlo, pues es lo mismo que en reconocer que existe un derecho a matar) no implica que el aborto deba estar criminalizado para las que se vean abocadas a él; al contrario, todo aborto es consecuencia de un embarazo no deseado por una amplia panoplia de circunstancias y ninguna mujer debería ir a la cárcel por abortar, pero no así quienes le ayuden a deshacerse de una vida humana. 

A cambio, la sociedad tiene que invertir millones de euros para facilitar a esas mujeres un embarazo sin problemas y, si no desean quedarse con su hijo, la sociedad debe procurar la mejor vida posible a ese nuevo ser humano, inocente, en todo caso. Pero esto es un asunto más amplio que merecerá otro artículo.

En definitiva: ¡católicos, votemos con el corazón y con la cabeza y dejemos los votos útiles para los débiles y para los flojos de corazón y mente! La sociedad de hoy y más la que les espera vivir a nuestros hijos y a nuestros nietos nos lo agradecerá.

¡Seguiremos encontrándonos en estos espacios hasta la victoria de nuestros ideales!



(*) Licenciado en Derecho

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