Dicen de Paco Camps que ha llevado lo de los trajes más mal que bien. Que puede prometer y promete que él no se ha llevado un euro al bolsillo. No en vano, quienes le frecuentan no han dudado en bautizarle como “el monje”, dada su proverbial austeridad. Incluso la configuración física del personaje, delgado, cara afilada, nariz aguileña y tonsura natural ayudan tal caracterización. Que ha pasado por un tormento, al borde de la depresión. Y que ha querido dar la cara en la certeza de que si hizo, no supo, y si supo, no hizo. Más vale honra sin cargos que cargos sin honra. Hidalguía remendona de su honor en el siglo XXI.
Y sin embargo es culpable, rematadamente culpable, culpabilísimo. El circo que rodea su juicio actual es lo de menos. Ni la punta de la punta de la puntísima del iceberg de lo que ha acontecido en la Comunidad Valenciana en los últimos años, si no décadas. Un estado permanente de corrupción, una Sodoma y Gomorra de sobres y componendas, una tolerancia con el fraude y una vocación por el fasto desmesurado que han terminado por descomponer la Administración y el sistema financiero local y, con ellos, buena parte del entramado empresarial de la región como tan fantásticamente nos recordaba ayer Anaí Gracia. Es, sin duda, el primer responsable.
Ahora, mientras el gobierno central amaga sin dar, salvo para subir la presión tributaria a sus atribulados ciudadanos, Valencia actúa tras acumular peligrosamente papeletas para ser la primera región que suspenda pagos en nuestro país, ahogada por unas necesidades de tesorería absolutamente inabordables. Está a pocos pasos del abismo, quién lo iba a decir. Se ha esfumado la riqueza efímera que le permitió durante años sacar pecho frente a otras zonas españolas más atribuladas, Copa América, Fórmula 1, Terra Mítica, Ciudad del Cine o de las Artes, pagos a Urdangarín o agentes urbanizadores milmillonarios incluidos.
Alberto Fabra ha decidido coger el toro por los cuernos adoptando medidas draconianas que, quienes conocen la verdad de las cuentas locales, saben de toda parte insuficientes. Se ha quedado sin una sola institución financiera local, ejemplo vivo de la devastación que acompaña la falta de profesionalidad en la gestión, la confusión de intereses públicos y privados -léase corporaciones inviables y absurda financiación inmobiliaria- y el enriquecimiento inmediato frente a la creación de valor a largo plazo. Solo ante el peligro, es lo crítico de la situación lo que le ha obligado a despertar a su narcotizada ciudadanía -cómplice con su voto, mayoría absoluta para la miseria más absoluta- a base de más impuestos y menos estado del bienestar. No será el único: otros por España empiezan a poner sus barbas a remojar…
Puede que Camps no supiera, en cuyo caso le sería de aplicación ese “de puro bueno que es, no puede ser más tonto” que se decía de aquel párroco que, con su fatal condescendencia, se cargó una de las feligresías más señeras de Madrid. Si cualquiera es susceptible de ser Presidente del Gobierno, Zapatero dixit, cuánto más primer mandatario de una comunidad autónoma. Puede también, como argumenta el monje, que sabiendo no hiciera -no fuera a importunar las distintas familias políticas del partido- y se limitara a creer, en su buenismo antropológico, que no hay mal que el tiempo no cure. Sería en tal caso reo por omisión, incapaz de anticipar que, el día que dejara de girar la rueda de la financiación barata, el crecimiento desmesurado y los dispendios generosos, el qué hay de lo mío sería su condena y la de todos los valencianos, interés particular por encima del general.
El ex president tiene ya perdido el juicio ante la Historia. Como lo tiene su predecesor, Eduardo Zaplana. Poco importa que se empeñe en salvar su nombre por una afrenta menor. Ha sido un completo desastre en lo económico y en lo político. No muy distinto al de otros mandatarios regionales, bien es cierto. Es la tragedia de esa España que ha hecho de lo malo conocido, bien superior. Ahí sigue en la sombra –por aclamación popular, eso sí- Carlos Fabra; a lo suyo, Aeropuerto –por llamarlo de alguna manera- de Castellón incluido. Si la crisis es oportunidad, la gravedad de la actual tiene que ser ocasión para una auténtica catarsis democrática en la que tal forma de gobierno recupere sus valores originales de idoneidad del representante, gobierno para el futuro y servicio a los representados. No nos aburriremos de pedirlo. A ver si, entre todos, conseguimos que sea verdad.
Buena semana a todos.
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