La decisión de Alberto Fabra de cerrar Canal 9 es prudente y
adecuada, y una imprescindible lección para tanto juez sindicalista y
justiciero que quiere hacerse el héroe con sus sentencias obreristas.
Que se dé cuenta Su Señoría del desastre que ha causado. Si no nos
dejáis trabajar dentro de la realidad y del mercado, os lo vamos a
cerrar todo. No como represalia, sino porque aunque os cueste de creer,
el dinero de los demás también se acaba. Ni los empresarios le deben
nada a nadie ni un gobernante serio puede derrochar el dinero de todos
con esta falta de respeto a sus legítimos propietarios. Si no sois
razonables os quedaréis sin nada.
Que vayan entonces los obreros a pedir trabajo a los
sindicatos. Que vayan a UGT o a Comisiones a reclamar sus derechos, a
ver si se los pagan. Que vayan a los jueces socialistas a exigirles sus
conquistas sociales, y que escriban luego un tweet explicando si con eso
pueden dar de comer a sus familias.
Canal 9 era una intolerable horterada y aunque sólo fuera
por motivos estéticos su cierre estaba más que justificado. Pero incluso
TV3, que pese a su sectarismo es una televisión mucho mejor acabada,
vive por encima de sus posibilidades, con periodistas convertidos en
funcionarios soviéticos y comités de empresa que funcionan como
profesionales del chantaje, tolerados e incluso patrocinados por unos
políticos cobardes que huyen de cualquier enfrentamiento para no
perjudicar sus expectativas electorales. Ello constituye una flagrante
dejación de funciones y una monumental estafa al ciudadano.
Ni las televisiones públicas pueden ser estos calamitosos
pozos sin fondo, ni la arrogancia de sus periodistas puede amedrentar al
gobernante de turno, que no sólo puede sino que tiene que rebelarse
contra los que viven de extorsionarnos con sus inasumibles exigencias.
Los empresarios tampoco tienen que aguantar la premeditada
injusticia de estos jueces que hallan improcedente cualquier despido, y
lo que ha hecho Fabra con Canal 9 lo van a acabar haciendo muchos
emprendedores si la persecución continúa. Y sin empresarios no hay
economía, ni derechos, ni empleados; y sólo quedan jueces estrella y
sindicalistas trasnochados haciéndose el héroe en tu nombre, cuando
ellos fueron los que te mataron.
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