Ya se que lo mío es resumir la actividad semanal segoviana pero
déjeme que haga una excepción y le cuente mis vacaciones, que va a ser
cierto que la veta del turismo de este año va a estar sólo en los
nacionales. Madrileños, valencianos, vascos, catalanes y los demás: sed
bienvenidos, sentíos como en casa”. (Y por favor, venid a pasear, comer y
dormir en Segovia, que está la cosa muy mala).
Como muchos segovianos —he dicho bien: “muchos”— en cuanto puedo me escapo a la playa de Benidorm. ¿Qué quiere? Me he acostumbrado a esa mezcolanza de gentes y ofertas de ocio. Además, como soy de provincias, ahí cubro todas mis necesidades de ver rascacielos y skylines urbanas y me doy un homenaje cuando canturreo en el coche lo de que “quiero levantarme en la ciudad que nunca duerme” emulando a Sinatra mientras mi radiocasete —si, debo ir pensando en cambiar de coche— repite una y otra vez My way a la vez que cruzo Albacete.
La semana pasada fue la última vez que me escapé. En cuanto pude. No es que desconfíe de nuestra responsabilidad
colectiva o individual o de nuestra tendencia a bajar la guardia y
pensar antes de tiempo que “¡Bah, si no pasa nada!” y tema que los
repuntes del Covid19 puedan reducir otra vez las posibilidades de desplazamiento a las playas o a cualquier lugar, pero por si acaso he preferido pisar la arena cuanto antes y ¡que me quiten lo bailao!
Y ahí me he dado de bruces con la incidencia real de
la pandemia en la vida de ciudades que viven del turismo. Resulta que,
en pleno julio, me vuelvo de Benidorm dando vueltas a nuevos lemas
publicitarios perfectamente válidos como “Benidorm: descubra sus playas
vírgenes y encuentre la tranquilidad”. No se ría.
A cualquier hora del
día he podido elegir parcelita de playa —chico, 14
metros cuadrados para uno solo. Jamás colonicé antes tanta tierra en
aquellos arenales— y nadar sin toparse con nadie en el agua donde no
flotaba un papel, un plástico o una botella. ¿Se acuerda de los ciervos que paseaban por la plaza de la Artillería durante el confinamiento? Allí, hoy día, se ven mantas raya entre las piernas de los bañistas.
La ausencia de guiris mantenía hasta este fin de
semana la mayoría de los hoteles cerrados —conozco pocas imágenes más
tristes que la de un hotel sin actividad, cuanto más grande sea el
establecimiento, peor— así qué de “la ciudad que nunca duerme” nada de
nada. A las 22.00 horas no se veía apenas gente ni
tráfico por las calles y los restaurantes y bares iban recogiendo.
“Benidorm: el lugar más tranquilo del levante”. Como le diría: como en
febrero, con calor y sin los viejos (me gusta esta palabra. Define a los
de mi generación) que viajamos con el Inserso. Lo más parecido a la época del confinamiento que he encontrado.
No quiero ni pensar la cantidad de hambre para hoy mismo y también para mañana (este otoño
se me antoja terrible) que se está acumulando allí tras el parón total
constatado en el inicio del nefasto primer mes de verano en aquella
ciudad, el referente de la explotación turística internacional, y se me ponen los pelos de punta imaginando que Segovia se mantenga convertida en un erial
similar que aunque el problema se mida con diferente escala hablamos
del turismo como motor principal, casi único, de la economía inmediata.
Si tengo claro que este año no podremos contar demasiado con los extranjeros y que habrá que tirar de los nacionales en una encarnizada pelea
con el resto del país donde el personal anda tratando de salvar los
muebles en este nefasto 2020 precisamente buscando a los de casa y los
euros que puedan llevar en sus carteras.
No es que esté demasiado contento de lo que se ha visto por Segovia
en los dos primeros fines de semana de este julio, aunque los
responsables de turismo locales tratan de lanzar un mensaje positivo:
“la cifra crece cada semana”, dicen. Algunos restaurantes “de
referencia” apoyan la teoría. Con todo y eso, hasta me parece poco el cuarto de millón que van a gastar en cinco meses los del Grupo de Ciudades patrimonio publicidad y propaganda para reclamar su cuota de turista patrio.
Pues nada, olvídese de chinos y americanos y cultive el turismo
español. Mejor, así nos evitamos chapurrear el inglés, que no se nos da
bien, ni a usted, ni a mi. Y menos con la mascarilla puesta, que le sale
a usted acento de Brooklin.
Justo Verdugo
Segovia
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