viernes, 15 de noviembre de 2019

La Albufera de Valencia no quiere ser el Mar Menor


VALENCIA.- Fue, hace miles de años, un golfo entre las desembocaduras del Turia y del Júcar. Después, una laguna salobre cuando los sedimentos de ambos ríos fueron separándola del Mediterráneo. Más adelante, ya con agua dulce, zona de arrozales. En ese tránsito, la lámina de agua pasó de 30.000 a 3.000 hectáreas, sus gentes crearon la paella y Blasco Ibáñez la convirtió en escenario de 'Cañas y Barro'. Ahora, la Albufera es un parque natural a 12 kilómetros de València, rodeado de amenazas y que no quiere acabar como el Mar Menor.

Hay quien piensa que el futuro de uno de los humedales más importantes del Mediterráneo occidental está tristemente escrito y que en un siglo "será un bosque no de árboles sino de cemento, un parque urbano". Lo augura Herminio Boira, catedrático emérito de Botánica de la Universitat Politècnica de València.
 "Tiene los días contados. Lleva ya 20 años sin vida, es un parque húmedo sin agua y la que hay está contaminada", explica a El Periódico. "Es parecido a lo que pasa en el Mar Menor. Es el entorno humano el que provoca estas catástrofes", admite. El colapso podría llegar "en 50 años".
Boira basa su predicción en dos argumentos. Por un lado, en que "la naturaleza tiende a crear bosques y el lago que va sedimentándose y la vegetación va invadiéndolo todo". Por otro, prosigue, "está demasiado cerca de València y se ha ido distrayendo el agua que le entraba y la poca que llega está muy contaminada". 

Una utopía

Para el catedrático su salvación es "una utopía, porque habría que restar el agua que las administraciones han cedido a los cinturones industriales". Se trataría de un "cambio de sistema global, de la educación al consumo". Y no lo ve factible.
Coincide en el diagnóstico aunque piensa que "aún hay margen de reversión", Luis Blanch, profesor también en la UPV. "Pero si llega a colapsar como el Mar Menor ya será muy complicado revertirlo. La Albufera es un sistema muy complejo. Hay un millón y medio de personas alrededor, una presión urbanística muy fuerte, están los agricultores, hay poca agua y los residuos industriales y domésticos", resume.

Depurar y dragar

El crecimiento del área de la Gran València y el desarrollo industrial de los años 60 hizo que bordeara el colapso en los 70. Se evitó pero no se revirtió. Blanch cree que hay que empezar por lo básico. "Por lógica la prioridad número uno sería parar los vertidos industriales y domésticos", apunta el profesor, que habla de depuradoras que no hacen el tratamiento necesario, de colectores que se saturan con las lluvias y hacen llegar aguas sin tratar y de varias acequias que, directamente, descargan en el lago. 
"Hay que llevar toda el agua a las depuradoras y hacer el tratamiento correcto. Eso supone mucho dinero. Puede que haya voluntad y falten recursos", admite.
El segundo paso sería hacer un estudio para dragar el lago. "A simple vista entre un 15% y un 30% está colmatado. Donde debería haber dos metros de profundidad hay 20 centímetros", apunta. "Antes entraban unos 700 hectómetros cúbicos anuales, ahora en el mejor de los casos 200 y, sin corrientes, los sedimentos no salen al mar", explica. Lo que llega, lo hace del Júcar porque la contaminación del Turia, más expuesto a la industria, hace poco aconsejables las suyas.
Además de otros cientos de millones, la operación de vaciado exigiría mucha cautela. "El cuerpo pide dragar pero si se hace puede haber cuestiones irreversibles. Hay que ver si hay materiales pesados o tóxicos, qué se hace con ellos y decidir hasta dónde hay que quitar", desgrana.
Hasta ahora se han puesto en marcha soluciones parciales como el 'Tancat de la Pipa', un proyecto que cumple una década. En unos antiguos campos de arroz en uno de los extremos de la laguna se creó un sistema de compuertas y de 'filtros verdes' (plantas acuáticas) que limpia el agua del exceso de fósforo y nitrógeno y evita el exceso de microalgas.
Un cucharita para limpiar la llamada 'sopa verde' que este verano, además, ha habido que secar a toda prisa por un brote de botulismo aviar. Su aparición se vincula a descensos de niveles de agua en humedales, algo que a veces necesita el arroz.

El arroz, la salvación; su paja, un problema
 Hay consenso en que sin el arroz la Albufera ya no existiría. "Es una de las pocas veces que el hombre interviene y beneficia al medio ambiente", afirma Boira. Lo que queda tras la siega aportar alimento "a la poca vida que hay" y ejerce de 'filtro verde'.
A partir del siglo XV, con el paso de laguna abierta y salobre a cerrada y dulce, los campos ganaron terreno al lago y se crearon compuertas y canales para inundarlos y vaciarlos. "Si no fuera por los arroceros no existiría y mientras haya, aguantará", apunta Pepe Fortea, agricultor.
Es también miembro de la Junta de Desagüe, sobre la que la Fiscalía ha abierto diligencias pues en junio el nivel medio del agua descendió de lo exigido, algo que los regantes dicen que era necesario para desagüar los campos.
Pero el gran problema del arroz es la paja pues si se deja en los campos tras la siega puede pudrirse y contaminar el agua.
"Deberían dejar que se quemara en días de poniente, como toda la vida", apunta Fortea, pero la UE lo prohibió por daños medioambientales.
Blanch apuesta por un sistema informático que controle y minimice los efectos de la quema "pues se habla mucho de los otros usos de la paja pero no veo a nadie que venga a recogerla".

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