No se conoce mentiroso ni caradura mayor. Tiene mucho peligro, y ha hecho el ridículo. No importa.
Lo
decía Antonio Mingote, que era creyente distante: «Dios es justo.
España es una nación maravillosa. Tenemos de todo. Arte, Historia, un
idioma que habla medio mundo. Unos paisajes increíbles, meteorología
envidiable, mar y montaña, una gastronomía única, y un sentido de la
vida, la de los españoles, incomparable.
Por lo tanto, Dios ha procedido
a equilibrar a última hora nuestras ventajas para no reincidir en su
injusticia. Y nos ha llenado España de tontos. Somos el país con más
tontos del mundo, y los gobernantes más tontos del mundo, y somos tan
tontos, que todavía no nos hemos apercibido de ello. Yo estoy con un pie
fuera de esta vida. Lo siento por ti, que aquí te quedas».
El
problema no es Sánchez, que es, simplemente, un jeta, un caradura y un
mentiroso compulsivo. Un hombre hecho para sobrevivir en la trampa, el
lujo, la avaricia y el poder. En otra nación, menos agraciada por la
obra de Dios pero con menor número de imbéciles y vividores a costa del
dinero ajeno, Sánchez no supondría un problema.
El problema no es otro
que los millones de españoles que creen en Sánchez, o viven muy bien
gracias a Sánchez, o no saben cómo vencer a Sánchez, o se dejan engañar
por un engañado a sí mismo, o los que, para chantajear al poder, han
exigido y han recibido toda suerte de ventajas fiscales y políticas para
extorsionar al Estado a cambio de deleznables reconocimientos y
derechos inexistentes.
Tenemos a Sánchez gracias a los que hemos
aprobado una Constitución en la que cabe que la gobernación de España
pueda decidirse por siete votos de chantajistas. Una Constitución que
podría haber sido modificada por la derecha y la izquierda, pero ni una
ni la otra consideró que la igualdad democrática era fundamental para la
garantizar la convivencia. A los españoles, votemos a derechas o
izquierdas, nos van a terminar regalando en las urnas, después de
depositar nuestros votos, un chupa-chups y un globo, para volver a casa
más contentos y felices.
Y mientras tanto, el Poder Judicial caerá en
manos de Sánchez, y el Supremo será de Sánchez, y se organizarán
refrendos ilegales gracias a Sánchez, y los terroristas socios de
Sánchez terminarán gobernando, y Aznar, Rajoy y Feijóo seguirán
creyéndose oposición y no colaboradores indispensables del desastre.
Porque Sánchez, es un caradura, un mentiroso, un hortera, un vividor y
un peligro para la unidad de España.
Pero
no es tonto. Y no ser tonto, en la España de hoy, es como ser Einstein
en la Europa del siglo XX. Un Einstein sin escrúpulos, claro está.
Creo,
no obstante, que Dios ha agudizado en exceso su sentido de la justicia.
Podría haber puesto sobre la tierra de nuestra prodigiosa nación, un 33
por ciento de inteligentes, un 33 por ciento de españoles más o menos
pensantes y un 34 por ciento de tontos. Pero el porcentaje del
equilibrio es desequilibrado.
En España, hoy por hoy –y me incluyo–, hay
como poco, un 78 por ciento de tontos, de vagos que viven de los demás,
de recién llegados que lo obtienen todo cuando a los jubilados
españoles se les resta su derecho acumulado durante cuarenta años de
trabajo y cumplimiento de sus cotizaciones sociales.
Tenemos un
desarrollado sentido de la comprensión de la grosería, la violencia, la
degeneración subvencionada, el periodismo comprado –¡Bieito, cuenta
conmigo!–, y del abuso del dinero público en beneficio de la barbarie y
la mentira. Una nación que en el siglo XXI abraza y vota al comunismo es
una nación de idiotas.
Sánchez se limita a conocer la situación y se aprovecha. Es simplemente, un vividor, un psicópata y un caradura.
Pero no es tonto.
(*) Periodista
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