BENIDORM.- La primera impresión cuando se llega a la española Benidorm es impactante: la playa de poniente es bella y grande, con más de tres kilómetros de largo.
La arena dorada se limpia a diario, hay accesos para minusválidos y el
agua es normalmente muy tranquila y agradable para el baño. El único
problema en verano es que suele ser imposible ver la playa, a juicio de la agencia de noticias alemana DPA.
Un mar de personas cubre la superficie, y de quererlo alguien podía
recorrer la playa entera de punta a punta bajo las sombrillas, sin ser
alcanzado nunca por los rayos del sol.
Mirando al mar se alzan hacia el cielo sin nubes enormes edificios
hoteleros, uno junto a otro. No por nada, el famoso centro turístico de
la Costa Blanca española ha sido bautizado como el “Manhattan español”.
Con 300 rascacielos y por su cantidad de habitantes, Benidorm es el
sitio con más densidad de edificios del mundo. El hotel Bali, de 186
metros de altura y 776 habitaciones es el más alto del lugar y de
Europa.
Pero los superlativos arquitectónicos no impresionan a las
estudiantes alemanas Dagmar y Heidrun, que se muestran decepcionadas
tras llegar con la idea de relajarse unos días en la playa. “¿Cómo es posible relajarse aquí, además de encontrar un sitio en la arena?”, se queja Dagmar.
Ambas sabían que Benidorm no era precisamente famosa por su soledad,
pero el presupuesto no les daba para más y los padres de Heidrun
hablaban maravillas de las vacaciones aquí en los años 90, así que se
decidieron a venir. “Un gran error”, cree ahora Dagmar.
En cambio, para James y Sophie, Benidorm es “el paraíso en la
tierra”. La pareja de jubilados británicos lleva más de 20 años viniendo
cada verano. “Nos sentimos muy bien aquí. El clima es estupendo, la playa bonita, se puede nadar bien en el mar y siempre hay cosas para hacer”, señala James.
Para la generación de mayor edad, el clima es algo especialmente importante, y Benidorm tiene 300 días de sol al año.
Además, se alquilan gratis sillas de ruedas eléctricas para personas
con dificultades para caminar, lo que facilita su desplazamiento.
Benidorm cuenta además con un toque anticuado que se agradece. No hay
bares ultramodernos que dominen el espacio visual, y en vez de ello se
organizan torneos de bridge, o juegos de bingo. Dos veces al día, el
coro local invita a los visitantes a cantar temas populares famosos.
Sophie habla entusiasmada de la enorme oferta de actividades para el
tiempo libre, algo de lo que no quedan dudas. La playa cuenta con 1.200
restaurantes, bares, clubes, salones de juego, teatros, museos y
discotecas. Además tres parques de atracciones, tres grandes cines, un
circo, ocho canchas de minigolf, varios centros de deporte y un número
enorme de centros comerciales que cubren todas la demandas.
Y después de más de 20 años, James y Sophie saben muy bien adónde ir
para pasarlo bien. A las 18:30 horas, cuando la playa sigue llena de
gente, ellos ya están en el restaurante “Román”, que cuenta con una
terraza cubierta que da al mar y que es un lugar de encuentro favorito
de los mayores. Las parejas cenan allí y bailan elegantes al son del
Alamo Duo.
A pocos cientos de metros de allí, en el paseo marítimo, un grupo de
ingleses escucha música tecno en el Tiki Beach Bar. Y mejor aún lo pasan
unas 15 jóvenes españolas en el cercano bar “El Puerto”, donde vestidas como conejitas de Playboy celebran la despedida de soltera de una de ellas.
Benidorm es un destino barato para los estándares europeos, con la
cerveza en promedio a un euro (1,3 dólares), y el litro de sangría a
cinco (menos de siete dólares). La vida nocturna late como en ninguna
otra parte de la costa mediterránea española, y hasta la madrugada los
jóvenes celebran en las playas.
Una imagen increíble cuando se piensa que hace 50 años aquí había ovejas. En el pueblo costero, cuyo nombre significa “niño dormido” en valenciano, vivían pescadores con sus familias. Pero entre 1950 y 1967 Pedro Zaragoza fue elegido alcalde.
Se trataba de un hombre con visión comercial y dispuesto a
experimentar cosas nuevas, que contaba con buenos contactos con el
régimen de Franco y que hizo de Benidorm lo que es hoy, gracias a una
mezcla de genial estrategia publicitaria, precios baratos y un plan de
edificación especial, sobre todo vertical. Un Saint-Tropez para la clase
media y baja europea.
Unos 30.000 europeos, la mayoría jubilados, tienen su segunda
residencia aquí, y pueden vivir en Benidorm prácticamente como en casa.
Casi cada nacionalidad cuenta con sus peluqueros, religiosos, panaderos,
médicos y kioskos de diarios. Un trozo de su patria en el sur con buen
clima.
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