domingo, 28 de octubre de 2007

Moncloa y Ferraz echan un pulso por el PSPV

VALENCIA.- El «magnicidio» de Ignasi Pla -en palabras del secretario de organización, José Blanco- ha puesto un punto y aparte a cinco meses de pulso entre el entorno de Zapatero y el estigmatizado aparato del partido. El relevo de Pla por la vía del congreso extraordinario, en la que Jordi Sevilla empeñó su suerte, fue abortado por el núcleo de la dirección del PSPV, avalado por José Blanco. El primer asalto se ha resuelto en tablas. Pla se fue, pero su espíritu pervive en la gestora, según el relato hecho por "Levante".

Detrás de toda gran fortuna hay un crimen. Cuando Mario Puzo echó mano de la cita de Balzac al inicio de El Padrino no sabía que esa misma reflexión, al derecho o al revés (detrás de todo gran crimen hay una fortuna), viene al pelo para sondear la evolución del socialismo valenciano desde la hecatombe electoral del 27 de mayo hasta hoy, con el abandono de Ignasi Pla como corolario.

La destitución del ex secretario general, disfrazada de dimisión, el pasado 18 de octubre certificó, además de la defunción de quien llevaba clínicamente muerto desde las elecciones, la victoria parcial de Moncloa en su pulso con Ferraz (léase Blanco) y el núcleo duro de la ejecutiva valenciana, que se desquitó con la gestora.

El proceso ha evidenciado un aspecto que los socialistas de Navarra vivieron crudamente: que el partido y el Gobierno no son la misma cosa. Que se lo pregunten a Ciprià Ciscar, que nada más bajar del avión, llamado por Felipe González para confiarle la secretaría de organización del PSOE, fue recogido por un conductor del partido.

En mitad del trayecto, Ciscar le trasladó su sensación de que la ruta que llevaban no conducía hacia Moncloa, donde él había quedado con el presidente del Gobierno para presentarle sus creenciales. «Es que Alfonso [Guerra] me ha dicho que le lleve a Ferraz», le aclaró el chófer. Y a Ferraz fue. El actual Alfonso se llama José Blanco (en la imagen). Es el responsable de organización del PSOE. Esto es, el encargado del orden público en las federaciones en crisis. O sea, en la Comunidad Valenciana y, hasta hace cuatro días, en Madrid.

Precaución por las generales

Lo sucedido en el PSPV no se entendería de no existir unas elecciones generales colocadas en el calendario diez meses después de las autonómicas. Tanto Zapatero como Blanco, conscientes de que el pan se lo juegan en las legislativas, llamaron a Pla la noche del domingo 27 de mayo para pedirle que no tomara decisiones en caliente y que aguantara el tipo, que eso de dar la espantada era muy irresponsable. Tanta preocupación tenía Zapatero que al día siguiente, cuando en la sede socialista estaban en pleno recuento de víctimas del terremoto electoral, volvió a llamarlo. La magnitud de la catástrofe hizo que el partido estuviera ocupado en relamerse las heridas.

Moncloa, Ferraz y Blanquerías se entendieron a la perfección porque hubo una comunión de intereses en la que no cabían dimisiones ni actitudes de vergüenza torera. Eso sí, en la ejecutiva del líder del PSPV se escucharon voces pidiéndole que abandonara o anunciara que no aspiraba a la reelección. Entendían estos dirigentes críticos que Pla estaba desautorizado por las urnas para seguir, por ejemplo, de síndic parlamentario. Que el PP se iba a reir de lo lindo. En esas estaban miembros de la ejecutiva como Manuel Mata, Ana Noguera, Consuelo Català, Nuria Espí, Isabel Escudero, Eugenio Burriel o Miguel Soler, entre otros.

Pla argumentó, tanto ante el comité nacional del 2 de junio, como a su ejecutiva (dos días después), que no podía reconocer públicamente que no seguiría porque precisamente eso lo debilitaría ante el PP en las Cortes. La calma tensa pero segura sufrió un revolcón la víspera de San Fermín. Aquel 6 de julio, Zapatero despidió del Gobierno al ministro Jordi Sevilla. Pero fue un despido educado, de esos que se acompañan de un «eres estupendo, de verdad, cuando necesitemos a alguien te llamaremos..». Muletilla que en este caso fue un encargo para liderar el PSPV.

Y en esa faena empezó a aplicarse frenéticamente el ex ministro, que en dos semanas recorrió toda la geografía valenciana para predicar casi puerta a puerta, en un partido extremadamente atomizado, dos conceptos: que era cierto que Zapatero lo había ungido a él y, en segundo lugar, que él era el mejor candidato posible para timonear el partido.

El núcleo de la dirección de Ignasi Pla (comandado por Vicent Sarrià, secretario de organización), mantuvo sus posiciones en permanente contacto con un Blanco que apostó siempre por la sucesión del líder por la vía lenta (congreso ordinario), dado su temor a que el adelanto de la carrera congresual provocase un ruido de sables poco recomendable en vísperas de las generales, pero, sobre todo, por su interés en controlar el proceso sucesorio.

Similar posición mantenía Blanco respecto del Partido Socialista de Madrid (PSM), conocido en los ambientes del navajeo político como FSM. Pero allí todo saltó por los aires al dimitir Rafael Simancas. El éxito de la cirugía de choque aplicada en favor del alcalde de Parla, Tomás Gómez, fue un argumento más utilizado por los favorables al cónclave extraordinario en el PSPV. Pero las esperanzas del ex ministro se truncaron cuando, pese al «consejo» de Zapatero a Pla de que dimitiera, la reacción de Blanco, del entorno del líder del PSPV y el aspirante Jorge Alarte truncaron el plan de abrir antes de verano un proceso congresual.

De vuelta de vacaciones, Sevilla inició su segundo intento de adelantar la sucesión. Se puso el 15 de noviembre como tope.

Acabó la primera semana de septiembre y con ella cualquier esperanza de Sevilla de cambiar el calendario orgánico. No había logrado apoyo suficiente ni que Zapatero fuera más explícito en su bendición, lo que para sus detractores era señal inequívoca de que el presidente tampoco estaba dispuesto a fiar su suerte al éxito del ex ministro en una maniobra, la de ganar un congreso, que siempre tiene un margen de riesgo.

La calma sospechosa se instauró en el PSPV hasta que la noche del martes 16 de octubre, la Cadena Ser hizo estallar el escándalo de las facturas impagadas por Ignasi Pla en la reforma de su casa, que se saldó con el despido-dimisión.

La mañana del viernes 19 de octubre, Blanco presentó en sociedad la gestora que había cocinado a medias con Vicent Sarrià, su homólogo y hombre de confianza en el PSPV. El estigmatizado aparato ató en corto la dirección que ha de llevar las riendas hasta el congreso ordinario y aprovechó para empezar a ajustar cuentas con el entorno del ex ministro Sevilla. Por ese trozo de partido andan los acusados, por los afines a Pla, de haber filtrado las facturas que hicieron posible lo que Blanco calificó en privado como «magnicidio». Todo un detalle -el de subrayar que era una magna víctima- que acompañó con las loas de rigor post mortem.

Antes de volver a Madrid, Blanco y Sarrià comieron juntos para apuntalar una alianza fortalecida con la llegada de Alfred Boix (íntimo de Sarrià y de Blanco) a la gestora como nuevo responsable de organización.

Lerma lo disuade de presidir el grupo

El presidente de la dirección interina, Joan Lerma, -cuya sonrisa sólo se explica por la satisfacción del reconocimiento pendiente- comió con Pla y algún estrecho colaborador. Lerma aprovechó para disuadir al dimisionario de cualquier intención de presidir el grupo de las Cortes durante unos meses hasta que deje el escaño. La constitución de la gestora y la reestructuración de los espacios de poder del partido ha permitido a Ferraz y los sectores que conforman ese 80% que votó por el congreso ordinario controlar la situación. Tanto, que los críticos piensan que Pla está mal enterrado.

El sábado 20 de octubre, el ex secretario general no asistió al mitin de María Teresa Fernández de la Vega en Valencia, pero era uno de los dos dirigentes que, sin ser portavoces de capital de provincia o de diputación, ni formar parte de la gestora estaba en la reducida lista de los autorizados para entrar en la sala VIP. El otro era el alcalde de Gandia, José Manuel Orengo.

La vicepresidenta de las Corts, Isabel Escudero, y el ex ministro Jordi Sevilla, dejaron claro su malestar cuando les frenaron en su intento de acceder a la sala de los notables. Al final entraron, gracias a la intervención del delegado del Gobierno, Antoni Bernabé. Una anécdota que evidencia que en la liquidación política de Ignasi Pla no sólo perdió Pla. Que el escándalo ha caldeado mucho el ambiente. Unos acusan a los otros de ser autores, colaboradores necesarios y hasta cómplices.Y los otros piensan que para esa gestora y ese reparto del poder no han hecho la guerra.

Igual es que sólo se ha dirimido un primer asalto. El combate final se declarará inaugurado cuando caiga la última papeleta en la urna de las generales.

Pla fue una víctima propiciatoria que reaccionó con «torpeza»

Pla era una víctima propiciatoria. Su actuación como mínimo cuestionable en la reforma de su piso, no tener firma en el DOCV, ni en el BOE, estar políticamente amortizado y ocupar la secretaría general socialista en una comunidad autónoma de primera línea lo convirtieron en pieza abatible.

Su «torpe» reacción, según su propio entorno, en los micrófonos de la Ser (donde no dio una explicación convincente del por qué no había pagado) fue la última palada a su tumba. Al día siguiente, convocó de urgencia a su ejecutiva con la esperanza de lograr un respaldo similar al que en 2001 consiguió cuando este diario publicó el llamado caso Alaquàs. Un asunto que no destronó a Pla.

La diferencia entre ese caso y el de la «suposición» , en palabras de Blanco, de que no pensaba pagar las obras del piso es evidente. En 2001 nadie, salvo cuatro gatos contados, deseaba el fin de Pla. Esta vez, eran legión los que, conscientes de que el padre estaba entubado y que ya no tenía vida, querían que se despejara el camino de la herencia. La ejecutiva le negó el oxígeno, aunque se avino a retrasar su dimisión 24 horas para que pareciera eso y no una defenestración. Moncloa y Ferraz sintonizaron sus relojes por vez primera en varios meses y le pidieron al líder socialista que dejara el cargo.

La llamada de la puntilla

El jueves por la mañana, horas antes de consumar el paripé y hacer pública su renuncia (adelantada por este diario), Pla recibió una llamada del presidente Zapatero cuando iba camino de la Cumbre de Lisboa. Le felicitó por su decisión de marcharse antes de que Pla le comunicara que justamente eso había pensado. Fue el empujoncito final. La vicepresidenta De la Vega había trasladado que si Pla iba de dos en la lista por Valencia al Congreso, ella no pensaba encabezarla.

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