La negación de la evidencia es un paso fundamental en la incapacidad para la autocrítica y ésta atenaza de tal forma a quien no la practica que termina por acabar envuelto en una nube de adhesiones inquebrantables en donde la luz de la discrepancia no tiene espacio para penetrar esas barreras. Digo todo esto en relación con la reacción de la interesada, Carme Chacón, y todos los miembros del Gobierno que se han pronunciado sobre el anuncio hecho por la ministra de la salida de las tropas de Kosovo.
A partir de la negación de la evidencia de esa gestión increíblemente torpe de una decisión legítima, razonable y acertada, toda la catarata de disciplina impuesta en el hemisferio del partido socialista ha cerrado filas para justificar ese error.
Ahora mismo el zapaterismoo como ideología dominante en el PSOE está engendrando unas criaturas supuestamente progresistas que han hecho de la adoración al líder un credo irrenunciable: el líder, por el hecho de serlo, no se equivoca nunca. Y quien lo critique es su enemigo. Pero la realidad es así de sencilla: no se puede culpar a los seguidores por los postulados del profeta porque sólo cumplen los prefectos establecidos en la cúpula del poder.
José Luis Rodríguez Zapatero entiende la discrepancia como una ofensa. Quien no piensa como él está frente a él. Por eso está tan sólo, rodeado de mediocres en un Gobierno en el que está escondido Alfredo Pérez Rubalcaba y con ganas de salir corriendo Pedro Solbes. La vicepresidenta, agotada, no termina de balbucear peticiones de auxilio de forma autoritaria a unos subordinados que no son ya capaces de sustituir el absentismo de sus jefes. Y el resto de los ministros están ausentes porque no tienen autonomía excepto para seguir las directrices de un presidente que no comparte su responsabilidad con nadie. Salvo sus amigos y consejeros particulares que están fuera de las esferas del Gobierno y del partido.
La metodología con que José Luis Rodríguez Zapatero ejerce la política es netamente autoritaria porque niega el debate como instrumento en la toma de decisiones que impone bilateralmente a sus ministros. Solo hay tres personas en ese universo que se atreven a llevarle la contraria: José Blanco, Alfredo Pérez Rubalcaba y Manuel Chaves.
De su primera hora no queda ningún testigo: están todos desterrados porque no quiere referencias de sus orígenes.
Su forma de operar ha tenido el apoyo inestimable de un Partido Popular cavernícola que alimentaba la pretensión del presidente de que la brutalidad de sus posiciones del partido conservador, sus equivocaciones estratégicas, iban a certificar los aciertos irremediables del Gobierno.
Las hordas que le idolatran arremeten contra cualquier crítica que se formule al líder carismático. El único credo posible es la incondicional y quien no lo practica es un traidor. Y quienes unas veces aplaudimos y otras pitamos no somos tolerables y se establece que tenemos que estar al servicio de intereses ocultos.
Escribo todo esto porque me encanta comprobar como una turba de fanáticos insultan a cualquiera que vea debilidad en el liderazgo de Zapatero. No valen los artículos que señalen un acierto, porque su apetito de adhesión es insaciable: señalar un déficit significa obligatoriamente una traición, un interés inconfensable. Esas posiciones son dramáticas porque rebelan que quien las practica no puede concebir la independencia y sus pensamientos aplicados al adversario son el espejo convexo que les devuelve la visión de su propia naturaleza en la que el pensamiento individual es imposible porque la manada obliga a la sumisión,
Internet es un instrumento valioso para esta pléyade de intolerantes disfrazados de progresistas, porque el anonimato les permite el insulto como todo argumento. No necesitan el menor esfuerzo intelectual porque la descalificación personal es suficiente para aliviarse de la posibilidad de discurrir.
No soportan el ridículo que acaba de hacer el Gobierno de España en la gestión de la salida de los soldados españoles de Kosovo y niegan la mayor, la torpeza infinita y las ansias de protagonismo de la ministra de Defensa ,sólo porque ha sido la tecnología aplicada por el Gobierno repitiendo eslóganes de propaganda para ocultar su incapacidad.
A todos ellos, a los que son incapaces de ver mácula en sus propias filas, les dedico con toda mi devoción este artículo para que tenga un calentón al leerlo que les motive a ser todavía más intransigentes, haciéndoles saber que todavía tienen recorrido para prosperar y llegar a ser verdaderos Talibán de la vida española. De verdad que he disfrutado mucho dedicándoles estas líneas. Ahora, ¡ánimo! por lo menos sería deseable que los insultos de hoy fueran renovados.
Ahora mismo el zapaterismoo como ideología dominante en el PSOE está engendrando unas criaturas supuestamente progresistas que han hecho de la adoración al líder un credo irrenunciable: el líder, por el hecho de serlo, no se equivoca nunca. Y quien lo critique es su enemigo. Pero la realidad es así de sencilla: no se puede culpar a los seguidores por los postulados del profeta porque sólo cumplen los prefectos establecidos en la cúpula del poder.
José Luis Rodríguez Zapatero entiende la discrepancia como una ofensa. Quien no piensa como él está frente a él. Por eso está tan sólo, rodeado de mediocres en un Gobierno en el que está escondido Alfredo Pérez Rubalcaba y con ganas de salir corriendo Pedro Solbes. La vicepresidenta, agotada, no termina de balbucear peticiones de auxilio de forma autoritaria a unos subordinados que no son ya capaces de sustituir el absentismo de sus jefes. Y el resto de los ministros están ausentes porque no tienen autonomía excepto para seguir las directrices de un presidente que no comparte su responsabilidad con nadie. Salvo sus amigos y consejeros particulares que están fuera de las esferas del Gobierno y del partido.
La metodología con que José Luis Rodríguez Zapatero ejerce la política es netamente autoritaria porque niega el debate como instrumento en la toma de decisiones que impone bilateralmente a sus ministros. Solo hay tres personas en ese universo que se atreven a llevarle la contraria: José Blanco, Alfredo Pérez Rubalcaba y Manuel Chaves.
De su primera hora no queda ningún testigo: están todos desterrados porque no quiere referencias de sus orígenes.
Su forma de operar ha tenido el apoyo inestimable de un Partido Popular cavernícola que alimentaba la pretensión del presidente de que la brutalidad de sus posiciones del partido conservador, sus equivocaciones estratégicas, iban a certificar los aciertos irremediables del Gobierno.
Las hordas que le idolatran arremeten contra cualquier crítica que se formule al líder carismático. El único credo posible es la incondicional y quien no lo practica es un traidor. Y quienes unas veces aplaudimos y otras pitamos no somos tolerables y se establece que tenemos que estar al servicio de intereses ocultos.
Escribo todo esto porque me encanta comprobar como una turba de fanáticos insultan a cualquiera que vea debilidad en el liderazgo de Zapatero. No valen los artículos que señalen un acierto, porque su apetito de adhesión es insaciable: señalar un déficit significa obligatoriamente una traición, un interés inconfensable. Esas posiciones son dramáticas porque rebelan que quien las practica no puede concebir la independencia y sus pensamientos aplicados al adversario son el espejo convexo que les devuelve la visión de su propia naturaleza en la que el pensamiento individual es imposible porque la manada obliga a la sumisión,
Internet es un instrumento valioso para esta pléyade de intolerantes disfrazados de progresistas, porque el anonimato les permite el insulto como todo argumento. No necesitan el menor esfuerzo intelectual porque la descalificación personal es suficiente para aliviarse de la posibilidad de discurrir.
No soportan el ridículo que acaba de hacer el Gobierno de España en la gestión de la salida de los soldados españoles de Kosovo y niegan la mayor, la torpeza infinita y las ansias de protagonismo de la ministra de Defensa ,sólo porque ha sido la tecnología aplicada por el Gobierno repitiendo eslóganes de propaganda para ocultar su incapacidad.
A todos ellos, a los que son incapaces de ver mácula en sus propias filas, les dedico con toda mi devoción este artículo para que tenga un calentón al leerlo que les motive a ser todavía más intransigentes, haciéndoles saber que todavía tienen recorrido para prosperar y llegar a ser verdaderos Talibán de la vida española. De verdad que he disfrutado mucho dedicándoles estas líneas. Ahora, ¡ánimo! por lo menos sería deseable que los insultos de hoy fueran renovados.
(*) Carlos Carnicero es periodista y analista político
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