Este país esta gobernado por una banda 
de ladrones. Por una asociación de presuntos malhechores llamada PP. Una
 organización dedicada al saqueo de los dineros públicos en la que los 
jefes, empezando por el actual presidente en funciones y sus jerifaltes 
más conocidos, cobraban sobresueldos de procedencia dudosa o claramente 
ilegal. Un partido "incompatible con la corrupción", según Aznar, a la 
boda de cuya hija acudió media hampa española. Un partido corrompido de 
arriba abajo y al que la gente se afilia para enriquecerse, para robar, 
para pillar. Un partido que se ha financiado ilegalmente con dinero de 
mordidas y comisiones (que se sepa). 
Sus triunfos electorales están 
trucados y son nulos igualmente por tramposos. Han robado todos los 
dineros públicos que han podido. Han privatizado las empresas que no 
podían robar para regalárselas a los amigos o a ellos mismos. Se han 
apropiado indebidamente de todos los fondos presupuestarios imaginables.
 Han cobrado comisiones por todo. Han estafado, expoliado y extorsionado
 a la gente. Han falsificado adjudicaciones y contratas. Han saqueado 
fundaciones y organizaciones benéficas. Han amañado concursos, trucado 
oposiciones. Han aplicado sobrecostes en las obras, inflado presupuestos
 y hecho negocios lucrativos con acontecimientos concretos, como la 
visita del Papa en 2006 o los homenajes a las víctimas del terrorismo.  
Se han enriquecido con obras públicas monumentales e innecesarias. Han 
enchufado a amigos, deudos y parientes en todos los niveles y órdenes de
 la Administración pública. Han sido incompetentes, malversadores, 
despilfarradores y manirrotos. Se han apropiado de todas las 
subvenciones aun sin tener derecho a ellas. Han robado colegios, 
hospitales.  Han falsificado todas las estadísticas del Reino. Han 
comprado periodistas, comentaristas y sicarios de los propios medios 
para emplearlos como aparato de agitprop  y linchadores sin 
escrúpulos de los legisladores honrados y los políticos cumplidores. Han
 mentido en el Parlamento y fuera del Parlamento, gobernado por decretos
 arbitrarios e interferido la acción de la justicia. Han robado la hucha
 de la seguridad social. Han insultado y despreciado a la gente y se han
 reído de la Memoria histórica. Han censurado y reprimido el pueblo 
llano y le han robado sus recursos. Han esclavizado a los trabajadores 
al aplicar una reforma inicua y han dejado desamparados a los 
desfavorecidos. Amnistían a los evasores y corruptos y encarcelan a la 
gente necesitada. Todo ello presuntamente, claro.
Son ustedes pura escoria. 
El gobierno de izquierdas es posible si...
... los dos principales interlocutores, 
PSOE y Podemos, juegan limpio el uno con el otro en lugar de hacerse 
trampas e ir de farol.
Un pacto de gobierno de toda la izquierda deberá asentarse sobre dos palabras: respeto y lealtad. 
Nos explicamos de inmediato, pero, antes algunas consideraciones para ponernos en situación:
El
 cacareado "pacto" de PSOE y C's no es nada. Reducir la cantidad de 
figurones del Consejo General del Poder Judicial; revisar (o sea, nada) 
los aforamientos; reducir a dos los mandatos presidenciales (otra bobada
 innecesaria); "blindar" los derechos sociales mediante reforma del art.
 135 (cosa que no pueden hacer por falta de votos). Una futesa anunciada
 a bombo y platillo para impresionar a otros posibles interlocutores a 
ver si se avienen a razones. C's necesita demostrar al PP que tiene 
autonomía. Sánchez, demostrar al PSOE que puede conseguir un gobierno 
antes de la noche de los cuchillos largos que están preparándole los shogunes
 de baratillo, y demostrar asimismo a Podemos que puede ir adelante sin 
ellos pues, para impedirlo, tendrán que votar con el PP y reeditar la 
pinza anguitiana.
Muy
 interesante, pero inútil porque lo que verdaderamente urge, es 
imperativo e inexcusable, es echar al PP con el Sobresueldos a la 
cabeza. Y para eso tiene que haber un gobierno con apoyo suficiente y 
margen de acción. O bien ir directamente a unas nuevas elecciones. 
Para
 lo primero, los dos partidos, PSOE y Podemos, deben renunciar a las 
condiciones y requisitos intangibles y pactar un gobierno presidido por 
los dos rasgos antes enunciados: respeto y lealtad.
Respeto:
 no es imprescindible que Podemos renuncie al referéndum catalán ni que 
el PSOE tenga que admitirlo. Carece de sentido que Podemos se empeñe en 
imponer una condición que, en caso de que se la aceptaran, tampoco se 
cumpliría porque no tiene los apoyos necesarios. Y carece de sentido que
 el PSOE obligue a los morados a renunciar expresamente a lo que no 
pueden imponer. Por eso, lo sensato es aplazar de momento la cuestión. 
Construir sobre lo que pueden acordar y dejar en suspenso el terreno de 
la discrepancia, respetando cada uno el derecho del otro a seguir 
defendiendo lo que cada uno cree: PSOE que no debe haber referéndum y 
Podemos que debe haberlo. En todo caso, reconocer que España tiene, como
 es frecuente, un problema de organización territorial y que ambos 
partidos deberán trabajar por resolverlo, manteniendo su legítimo 
derecho a defender sus posiciones sobre el referéndum que, de todas 
formas, guste o no al PSOE, acabará imponiendo la UE. Respeto.
Lealtad:
 Podemos debería abandonar ya de una vez esa prepotencia, esa soberbia y
 chulería tan impropias como desagradables y comprender que, pues es el 
socio menor de una coalición, su función no es imponer nada, sino 
negociarlo todo con el mayor interés en defender su posición pero, sobre
 todo, el resultado final. Y aquí es básico que el PSOE y la opinión 
pública en general confíen en la lealtad de Podemos, cosa que hasta 
ahora no está muy clara, dada la presumible tendencia leninista de los 
morados a instrumentalizar el gobierno democrático para alzar luego 
bandería supuestamente revolucionaria. Lealtad al acuerdo y por ambas 
partes. Esa es la mejor forma de estabilidad. Lealtad.
Para
 que la lealtad sea evidente desde el primer momento, ambos partidos 
deben dejar de insultarse, sobre todo Podemos, que es el que más lo 
hace. Empiezo a pensar que, además de inexperiencia y cierta mala idea, 
Iglesias padece una incontinencia verbal bastante cursi y no 
especialmente brillante que da mucho que pensar respecto a sus 
verdaderas intenciones.
Quizá
 sean estas impedir los pactos a toda costa y provocar elecciones en la 
esperanza de salir bien parado de ellas. También es legítimo, pero, en 
el fondo, será asimismo el reconocimiento de un fracaso: que la 
izquierda es tan estúpida que no sabe gestionar una victoria.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 
  
 
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