Parece mentira, ¿no? Le parten la cara en cuanto pone un pie en la calle, lo declaran persona
non grata en su propia ciudad, la mitad de los militantes no lo quiere de
presidente, dos tercios de los votantes, tampoco; su popularidad sigue
siendo la más baja de toda la historia de la democracia, pero el
presidente de los sobresueldos reúne al Comité Ejecutivo de ese partido
que los jueces consideran una presunta banda de delincuentes para
anunciarle, muy ufano, que, si hay elecciones nuevas, él quiere ser el
candidato. Y nadie rechista.
Es
alucinante y, al mismo tiempo, una clara muestra de qué tipo de
indeseables está a cargo del cortijo que ellos llaman "gran nación". Qué
especie de burla, qué episodio chusco de la Commedia dell'arte en que Pantalone Soprasoldi no se larga ni a palos y tendrá que venir il dottore con una jeringa hipodérmica a ponérsela en salva sea la parte, a ver si se va ya de una vez.
No solo no se va, agarrado como está al sillón, sino que urge a los suyos a que "no se pongan histéricos con el asunto de la corrupción".
Justo el día en que la policía detiene a Alfonso Grau, la mano derecha
de Rita Barberá, implicado en todas las tramas de corrupción
imaginables, mientras aquella sigue oculta y sin hacer acto de presencia
en el Senado del que, sin embargo, cobra buenos euros públicos.
De
verdad que es alucinante. O tenemos pronto un gobierno normal o esta
manga de ladrones y sinvergüenzas no va a dejar ni los grifos al tiempo
que sigue diciendo auténticas burradas del estilo de las que suelta
Fernández Díaz, ese fanático que hace un extraño vudú con unas estatuas
de palo a las que condecora pero se permite comentarios insultantes y
quizá amenazadores hacia los jueces.
Esto no es un país europeo. Esto es una coña.
La intemperancia se paga
Me consta que a los de Podemos les
irrita que les acusen de ser unos bisoños que andan vendiendo pieles de
osos antes de matarlos. Sin embargo, es obvio. En realidad, desde que se
propusieron asaltar los cielos no han hecho otra cosa. Después
de las elecciones del 20D se atribuyeron 69 diputados cuando tenían 42 y
cinco millones de votos cuando tenían tres. Con el comienzo de las
negociaciones para formar gobierno, la petulancia de los jefes llegó al
paroxismo: Iglesias se permitió decir a Pedro Sánchez con quién tenía
que hablar y con quién no, a quién debía nombrar vicepresidente del
gobierno (a él mismo, por supuesto), que carteras ministeriales debería
darle, qué otras crear y cuándo debería pedirle una entrevista. Parecía
borracho de un poder imaginario.
Ni
una. Sánchez habla con C's y Podemos tiene que aguantarse (igual que
C's tiene que tolerar las conversaciones entre el PSOE y Podemos), como
tiene que aguantar que Sánchez no pida entrevista alguna ni tome en
consideración las exigencias del partido morado. Es más, otro día de
conversaciones e Iglesias se olvida del referéndum. El gobierno bien
vale un no-referéndum. Y ya veremos cómo hace tragar la renuncia a En Comú Podem o este vota en contra de Podemos.
Es
el problema de llegar el último con ínfulas de matador. No basta con
convencer a unos seguidores acríticos y bastante fanatizados con que uno
puede cambiar el mundo porque está uno animado de una fe portentosa en
sí mismo y sus cualidades taumatúrgicas. Hay que saber el terreno que se
pisa, como recordó Hernando hace unos días a los morados.
Los
que aspiraban a ocupar la "centralidad política" se sientan ahora en un
pasillo y la centralidad la ocupa el PSOE, cuya libertad de movimientos
no pueden los otros coartar. Los que venían a ocupar el gobierno pueden
encontrarse teniendo que votar en contra de uno del PSOE y C's en común
con el PP, actividad que, como ejercicio de nueva política deja algo
que desear.
Todos
consideran que hay dos opciones rechazables: a) elecciones nuevas; b)
permitir que Rajoy gobierne de nuevo. Quien aparezca a los ojos de la
opinión pública como responsable de Rajoy vuelva a gobernar seguirá el
camino de este a la absoluta derrota electoral.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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