El decreto general del cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, promulgado este martes concede la posibilidad de que «el personal sin pasaporte Covid-19 podrá exhibir una certificación de negatividad al virus SARS-Cov-2 emitida en Italia » con cargo a su propio bolsillo.
Esto significa un gasto considerable y repetido que, en la práctica, tiene un fuerte efecto disuasorio. Hace ya tiempo que el servicio médico del Vaticano terminó de vacunar gratuitamente a todos los empleados y sus familias, salvo un pequeño porcentaje que no han aceptado la vacuna.
A partir del uno de octubre, los empleados que no presenten el pasaporte Covid-19 o una PCR reciente «serán considerados en ausencia no justificada. No serán retribuidos por el tiempo de ausencia», excepto en las retenciones para el seguro médico y jubilación.
La tarea de comprobar que los empleados, proveedores y visitantes muestran el pasaporte Covid-19 antes de acceder al edificio corresponde a cada uno de los casi cien departamentos y entidades de la Curia y del Estado del Vaticano.
Saliendo frontalmente al paso de los negacionistas y antivacunas, el Papa Francisco manifestó el pasado mes de agosto que «vacunarse, con vacunas autorizadas por las autoridades competentes, es un acto de amor», pues protege también la salud y la vida de los demás.
En un vídeo compartido con destacados cardenales de Estados Unidos y América Latina, el Papa añadió que «ayudar a que la mayoría de la gente lo haga (vacunarse), es un acto de amor. Amor a uno mismo, amor a los familiares y amigos, amor a todos los pueblos».
E insistió: «vacunarse es un modo sencillo pero profundo de promover el bien común y de cuidarnos unos a otros, especialmente a los más vulnerables».
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