jueves, 30 de septiembre de 2021

Botellón / Salvador Sostres *

 


Arde Barcelona y lo normal es preguntarse por qué Madrid no arde. Ayuso barrió a Pablo Iglesias hasta tirarlo a la basura de las tertulias y las redes sociales. Colau barrió a la brigada antidisturbios de la Guardia Urbana y hoy Barcelona es una gran cloaca con ella de jefa de las ratas.

Barcelona es un botellón que empezó el 1 de octubre de 2017 y continuó con los destrozos vandálicos de Urquinaona y los que luego le dedicamos a aquel pobre hombre del que ya hoy nadie se acuerda llamado Pablo Hasel. Ada Colau ha estado siempre más cerca de los delincuentes que queman contenedores que de los empresarios que los fabrican. Ella es mucho más la piedra que rompe el cristal de la sucursal de un banco que la comprensión de cómo se crea la riqueza que vuelve prósperas a las personas y a las ciudades. 

Lo mismo podría decirse de Quim Torra, de Laura Borràs o de Carles Puigdemont. Cuando el día que detuvieron a este último en Cerdeña un reducido grupo de hiperventilados fue a manifestarse ante el consulado italiano en Barcelona, en las horas en que aún no se sabía lo que iba a ocurrir, la presidenta del Parlament, presente en la demostración, preguntó indignada por Signal al consejero del Interior, Joan Ignasi Elena, por qué había tantos Mossos protegiendo la sede oficial. «Pues mire, presidenta -contestó Elena-, aunque sólo sea porque si en los próximos días tenemos que negociar algo con los italianos, será mejor que no les hayamos incendiado la casa».

Borràs, que también ha dicho que no considera que quemar un contenedor sea violencia, es el escaparate que arde en Barcelona, el cuerpo mareado de alcohol y drogas que yace de madrugada en el suelo como un desperdicio más de la noche. Los independentistas, que no logran comprender qué es un Estado, no pueden ni con la simple gestión de una autonomía. 

Lo mismo les pasa a los populistas, con Ada Colau completamente extraviada en su incompetencia y su severa limitación intelectual. El incendiado botellón de Barcelona es el final de un largo trayecto, del que sólo se regresa con mano dura y mucha paciencia.

Lo que ha sido destruido no es sólo un determinado material urbano y una insondable cantidad de bienes privados. Lo que de un modo más profundo y grave se ha desmoronado es una idea de civismo, de bien y mal, de libertad ligada a la responsabilidad, de respeto a la vida de los otros. 

Y el hilo conductor de esta degradación no se ha debido tanto a ideologías más o menos equivocadas, ni a quimeras de diverso grado de complicación, sino a personas muy poco inteligentes y con una pésima relación con la realidad. 

El gran drama de Barcelona y de Cataluña no es el populismo, ni siquiera en su forma concreta de nacionalismo, sino los escasos recursos mentales de los líderes que hemos votado, y los todavía más escasos recursos, en todos los sentidos y en todos los campos, de los votantes; demostrando que no estamos a la altura de la libertad ni de la democracia.

 

(*) Columnista

 

https://www.abc.es/opinion/abci-salvador-sostres-botellon-202109282357_noticia_amp.html 


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