Occidente tiene un prisma cultural que no sirve para comprender la Rusia de la última década. Nuestros analistas todavía creen que estamos tratando con la Unión Soviética ¡o incluso con la Rusia zarista! Nuestra perspectiva no es neutral, sino la propia del “capitalismo globalista”. El sustantivo es “capitalismo”, el apellido es “globalista”. Por partes.
Llamamos 'capitalismo' a la cultura que justifica la desigualdad económica, la multiplicación y concentración de la riqueza y la comprensión del mundo en clave de propiedad privada, tal y como explica Thomas Piketty en su libro Capital e ideología (Deusto, 2021).
Pese a lo que digan sus defensores, el capitalismo no es la independencia del mercado, liberado del Estado. Por el contrario, en el capitalismo no hay independencia ni libertad: todo queda absorbido por el propio mercado, incluso los estados.
Varios ejemplos. Las políticas públicas de la crisis de 2008 fueron dictadas por bancos como Goldman Sachs. Las compraventas nacionales de la pandemia de la covid han sido dictadas por grandes farmacéuticas como Pfizer y fondos de inversión como BlackRock. Y la política exterior durante la crisis ucraniana está siendo dictada por industrias militares como Lockheed Martin y Raytheon.
El nombre “capitalismo” queda claro. Pero ¿qué es ese apellido de “globalista”? Pues es la fase final del capitalismo, como escribe Quinn Slobodian en Globalistas (Capitán Swing, 2021). En un principio, la Volkswagen es solamente una empresa alemana, o la Siemens una coreana. Sin embargo, como el hambre de dinero no conoce límites, todo capitalismo de escala nacional aspira a tener una escala global.
Quien más cercano ha estado de lograrlo es el capitalismo angloamericano, que ha puesto un McDonalds en Bagdag y una CocaCola en Hanoi. Pero incluso ellos tendrán que vérselas con el capitalismo chino, que reclama su mitad del mundo. Llamamos 'globalistas' a quienes aspiran a lo global, aunque no lo consigan. Igual que el 'perfeccionista' nunca logrará ser perfecto, pero sí vivirá obsesionado por dicha ilusión.
Es este ansia globalista lo que lleva a los capitalistas de diferentes naciones a querer copiar al capitalismo estadounidense e incorporarse a él. Por ello el globalismo no es lo mismo que la globalización:, como explica Ulrich Beck en su ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo (Booket, 2008).
La globalización sería un intercambio justo entre todos los pueblos del mundo, mientras que, en la práctica, el globalismo es un ordenamiento del planeta entero según las exigencias particulares del capital angloamericano. Para que los capitalistas alemanes logren vender coches al Pentágono, el pueblo alemán debe obedecer las instrucciones militares del Pentágono.
Para que los capitalistas coreanos logren cotizar en Wall Street, el pueblo coreano debe obedecer las instrucciones económicas de Wall Street. Y para que a los capitalistas rusos se les permita operar en dólares, el pueblo ruso debe obedecer las instrucciones de Occidente: renunciar a ser un país soberano, aceptar ser una gasolinera perdida en mitad de la estepa (estas fueron las palabras del senador McCain).
Sin embargo, parece ser que el pueblo ruso, apegado a su soberanía, está dispuesto a morir y matar por el interés de su nación. Siguiendo con las definiciones, ¿qué es eso de 'nación'? Pues, como explican Platón en la República y Aristóteles en su Política, la nación es aquel recinto donde los habitantes se rigen por leyes familiares (las personas como hermanos).
Fuera de sus límites sólo existe la ley de la oferta y la demanda (las personas como mercancías), o bien la ley de la selva (las personas como animales). El sistema político de la nación es la democracia soberana. A los sistemas contrarios a la nación, le llamaron los griegos “plutocracia” y “oligarquía”. Por azares del destino, plutócratas y oligarcas acabaron gobernando la propia Grecia: FMI, Comisión Europea y compañía.
Estos poderes financieros, que despreciaron a los griegos como vagos y pigs, detestan ahora a otra nación heredera del helenismo: Rusia. Y hablan de “oligarcas” no para definir a los multimillonarios occidentales, sino a los rusos ricos. El plan maestro de Occidente es sancionar y embargar a los oligarcas rusos, con la idea de que presionen al presidente Putin para finalizar la guerra en Ucrania. Es una absoluta estupidez.
En primer lugar, estos oligarcas rusos existen precisamente porque Occidente así lo quiso, cuando promocionó el desmantelamiento de la Unión Soviética y la subasta al mejor postor de todos sus sectores públicos. Estos oligarcas están más conectados con Occidente que con Putin. Por ejemplo, Petr Aven trabaja para la Royal Academy de Londres y Mikhail Fridman para la universidad de Yale en EE.UU.
Buena parte de ellos ni siquiera son plenamente rusos: muchos tienen nacionalidad israelí o ucraniana. Son miembros de un capitalismo nacional ruso que no aspira a servir a Rusia, sino a servirse de ella para integrarse en el capitalismo globalista occidental. Hace mucho tiempo que hablan inglés, comercian en dólares y tienen su casa en la city de Londres.
Varios de estos (Fridman, Mordashov, Deripaska...) ya se habían posicionado contra la guerra de Ucrania. Los oligarcas de Gazprom han llegado a financiar medios de comunicación antiguerra. Pero nada de ello ha influido un ápice sobre el Kremlin. Occidente cree, como el ladrón, que todos son de su condición.
Y es que, por nuestras latitudes, la guerra y la paz se hacen cuando levanta el teléfono la banca de Frankfurt, el CAC-40 o el IBEX-35. Rusia funcionaba así hace 10 años, pero ya no. Nuestras élites no han leído Entender la Rusia de Putin (Akal, 2018) de Rafael Poch-de-Feliu.
Putin llegó al poder en el año 2000, cuando la Rusia de Yeltsin estaba siendo desmembrada, humillada y saqueada. Putin planteó tres grandes objetivos que se han ido cumpliendo. El primero es restaurar la centralidad de Moscú sobre las regiones rusas; pueden dar buena cuenta de ello los seperatistas chechenos.
El segundo es restaurar la centralidad de Rusia en el espacio ex-soviético; puede dar buena cuenta el gobierno georgiano.
Y el tercero (que es el que aquí nos ocupa) es restaurar la centralidad del poder político por encima del poder económico; pueden dar buena cuenta los oligarcas que fueron encarcelados, como Vladimir Gussinsky y Mikhail Khodorkovsky.
Gussinsky invertía en medios de comunicación y Khodorkovsky en agrupaciones políticas, así que los medios occidentales presentaron estas penas como casos de censura informativa y persecución de opositores. Lo importante no era entender a Rusia, sino caracterizarla como una dictadura.
Hoy, las sanciones de Occidente pesan sobre los oligarcas rusos, pero pesan mucho más las amenazas lanzadas por Putin en su discurso de hace unos días. Estos ricos -dice Putin- tienen su mansión en Miami, su yate en la Riviera Francesa y, lo que es peor, su cabeza y su corazón también allí, muy lejos de Rusia y sus necesidades.
Venderían -dice Putin- a su abuelita rusa con tal de poder sentarse junto a la casta superior globalista. Lo que haremos con ellos -dice Putin- es escupirlos de nuestra boca como a insectos. En los siguientes días abandonó el país Anatoly Chublais, economista en tiempos de Yeltsin.
Hemos empezado diciendo que el capitalismo globalista se equivoca creyendo que la Rusia de Putin es la de Stalin o la del zar Nicolás. Pero el error más grave es creer que la Rusia de Putin sigue siendo la Rusia de Yeltsin.
(*) Politólogo y experto en geopolítica
https://www.vozpopuli.com/
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