Reiteradamente, sin excepción, la principal preocupación de los
españoles desde hace décadas es el empleo, el temor a perderlo o que lo
pierdan los más cercanos, especialmente hijos. Si ese es el principal
problema esa debería ser la principal dedicación de quienes dirigen esta
sociedad para mejorarla. Sin embargo la dedicación de los gobernantes
(incluida la oposición) no se concentra en el empleo y cuando aluden a
ello los argumentos discurren por tópicos superficiales.
A lo largo de la larguísima campaña electoral del último cuatrienio
el eje central del discurso laboral de los actuales componentes del
gobierno ha sido la derogación de la reforma laboral de 2013, al menos,
de sus aspectos calificados como más lesivos, que últimamente concretan
en un aspecto circunstancial: el despido por las bajas por enfermedad
justificadas pero reiteradas, que puede haber afectado a unas decenas de
personas. Un tema importante, cuya redacción normativa actual puede
modificarse para evitar posibles abusos, pero que no afecta al núcleo
central del problema que la sociedad española tiene con el empleo, con
la oferta insuficiente de puestos de trabajo.
La última EPA, que cierra el ejercicio 2019, aporta muchos datos que
merecen atención. El primero que sigue un patrón estable a lo largo del
siglo: paro y precariedad (las dos lacras) que suben y bajan con el
ciclo económico. En estos momentos las cifras de activos, inactivos,
ocupados, parados… se parecen mucho a las del año 2008 que fue el
momento crítico de la recesión. Entonces, a lo largo de cinco
trimestres, se destruyeron más de dos millones de empleos con un efecto
simultáneo adicional de aumento de los desanimados que suman inactivos.
Con reforma laboral y sin ella el modelo de empleo es semejante y
recurrente con un eje central: la oferta de trabajo es escasa, una
resistencia morfológica a contratar. En el mejor de los tiempos el
número de parados se reduce al 8% /y en el peor llega al 27%) con una
oferta de empleo insatisfecha que se atiende con mano de obra
extranjera, el 12,5% de los ocupados.
El primer hecho que hay que constatar y resaltar es que el número de
activos (ocupados y parados es bajo) el 65% de la población entre 16 y
64 años. Eso a pesar de que la economía española tiene una gran base en
el turismo que es intensivo en empleo. Para homologar con Europa esa
tasa debería alcanzar el 75% (otros tres millones de empleos). Esa tasa
de actividad alcanza el 70% para los hombres y el 60% en mujeres, dato
que apunta una de las brechas del empleo: muchas mujeres excluidas del
mercado de trabajo.
A pesar de esa baja tasa de actividad la de paro es muy alta y,
consecuentemente la de ocupados muy baja. Los 20 millones de empleos se
reparten un 65% en favor de los hombres y 45% de mujeres. La misma
brecha expresada de otra forma. Es evidente que esa brecha no se
rectifica con legislación laboral, tiene que ver con estructura social,
con educación infantil e incentivos a la maternidad, también con
educación en igualdad.
La otra brecha del mercado laboral tiene que ver con sistemas de
discriminación que perjudican a los jóvenes (los que sufren más
precariedad y paro), con los menos educados (que ven disminuidas sus
oportunidades) y los mayores de 50 años que pierden el empleo y también
las posibilidades de encontrar otro.
Para mejorar el empleo (como para afrontar el problema de la vivienda
y los alquileres) hay que segmentar, entrar en detalles, definir
políticas y estrategias micro orientadas a colectivos concretos. Para
afrontar el problema del empleo hay que empezar por la educación en todo
su recorrido, desde el preescolar a la formación permanente. Lo e la
reforma laboral tiene más de juegos de poder que de cambio en el modelo
laboral que es ineficiente. Desentrañando la EPA se ve muy claro.
(*) Periodista y politólogo
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