Todos estábamos de acuerdo con que la transición había tenido, al menos, una cosa buena: había hecho olvidar los antiguos rencores entre las dos Españas. Ahora se nos dice “hay que tener presente el pasado para que no volvamos a cometer los mismos errores”. Me parece bien, aunque me suene a consejo paternalista.
Pero
esto no quiere decir que tengamos que cometer los mismos errores para
tener presente el pasado. Más bien, hay que tener muy presente las cosas
buenas para no abandonarlas. Y lo que jamás se puede hacer es remover
las ascuas de rencor y del odio, teniendo en cuenta, además, que el 99%
de los españoles no hemos vivido ese pasado de odio.
En estos cuarenta años de democracia, a pesar de las grandes injusticias que reinan en nuestro país, hemos dado los españoles un salto cualitativo en el campo económico y social. Pero en los últimos años ese salto se ha quedado en un salto en el vacío. Los privilegios y excepciones que, dadas las circunstancias especiales de nuestra incipiente democracia, deberían hacer sido algo provisional y limitado en el tiempo, se han convertido en lo normal en nuestro país.
Si la democracia se caracteriza porque todos somos iguales ante la Ley, cualquier privilegio o excepción es antidemocrática. A mayores privilegios, menos democracia. Ya podemos aducir argumentos regionales, históricos, sacrosantos o incluso divinos, los privilegios dentro de una sociedad o de un país son siempre antidemocráticos, pues distinguen entre ciudadanos de primera, los privilegiados, y ciudadanos de segunda, los que pagan los privilegios.
En vista de esto, ¿tenemos democracia en España? Dicho más directamente ¿somos demócratas los españoles? Si formulo la pregunta, es porque tengo mis grandes dudas. Y que no se froten las manos los diferentes nacionalistas periféricos, pues la situación que existe en sus regiones no es mucho mejor.
En estos cuarenta años de democracia, a pesar de las grandes injusticias que reinan en nuestro país, hemos dado los españoles un salto cualitativo en el campo económico y social. Pero en los últimos años ese salto se ha quedado en un salto en el vacío. Los privilegios y excepciones que, dadas las circunstancias especiales de nuestra incipiente democracia, deberían hacer sido algo provisional y limitado en el tiempo, se han convertido en lo normal en nuestro país.
Si la democracia se caracteriza porque todos somos iguales ante la Ley, cualquier privilegio o excepción es antidemocrática. A mayores privilegios, menos democracia. Ya podemos aducir argumentos regionales, históricos, sacrosantos o incluso divinos, los privilegios dentro de una sociedad o de un país son siempre antidemocráticos, pues distinguen entre ciudadanos de primera, los privilegiados, y ciudadanos de segunda, los que pagan los privilegios.
En vista de esto, ¿tenemos democracia en España? Dicho más directamente ¿somos demócratas los españoles? Si formulo la pregunta, es porque tengo mis grandes dudas. Y que no se froten las manos los diferentes nacionalistas periféricos, pues la situación que existe en sus regiones no es mucho mejor.
Puede
ser que ellos se sientan como los señores feudales de la Edad Media y
nos traten a los demás españoles que no somos nacionalistas como a
siervos de la gleba, pero ellos son, a su vez, siervos de la gran
burguesía nacionalista. No, los españoles ni somos iguales ante la Ley
ni nos sentimos iguales.
En
primer lugar, ya nos dividimos entre buenos y malos, según seamos de
izquierdas o de derechas, o, viceversa, de derechas o de izquierdas.
Claro que los que no nos sentimos ni de izquierdas ni de derechas, somos
malos por partida doble. Los españoles, también nos dividimos en
independentistas y no independentistas. Y no hace falta ser un lince
para ver que la Ley no nos trata por igual a unos y a otros ni en
Cataluña ni en Baleares ni en el País vasco.
Nuestra democracia -unos porque consentimos los privilegios y otros porque los disfrutan- deja bastante que desear. Es curioso que los españoles, siendo uno de los pueblos más solidarios del mundo, sea, políticamente hablando, gracias a sus dirigentes un pueblo egoísta, insolidario y lleno de odio y de rencor. Esto último no es algo que me esté inventando. Lo estoy viviendo. ¿Qué hemos hecho para tener estos dirigentes? No culpemos a nadie. Hemos sido nosotros los que los hemos elegido.
Mientras los políticos se pelean y nos enseñan a pelearnos, nadie se cuida de los verdaderos problemas del país, y las consecuencias las pagarán otros: los que no encuentran trabajo, los que no tienen vivienda, los que harán cola en las listas de espera, los que tendrán que emigrar a otros países en busca de un sueldo o de un sueldo digno... y un largo etcétera.
¡Recordar el pasado no significa repetir el pasado!
("Una de las dos Españas ha de helarte el corazón", Antonio Machado).
Nuestra democracia -unos porque consentimos los privilegios y otros porque los disfrutan- deja bastante que desear. Es curioso que los españoles, siendo uno de los pueblos más solidarios del mundo, sea, políticamente hablando, gracias a sus dirigentes un pueblo egoísta, insolidario y lleno de odio y de rencor. Esto último no es algo que me esté inventando. Lo estoy viviendo. ¿Qué hemos hecho para tener estos dirigentes? No culpemos a nadie. Hemos sido nosotros los que los hemos elegido.
Mientras los políticos se pelean y nos enseñan a pelearnos, nadie se cuida de los verdaderos problemas del país, y las consecuencias las pagarán otros: los que no encuentran trabajo, los que no tienen vivienda, los que harán cola en las listas de espera, los que tendrán que emigrar a otros países en busca de un sueldo o de un sueldo digno... y un largo etcétera.
¡Recordar el pasado no significa repetir el pasado!
("Una de las dos Españas ha de helarte el corazón", Antonio Machado).
(*) Ex funcionario del Parlamento Europeo
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