Desde que en España gobierna el PSOE en coalición con
Unidas Podemos ha caído uno de los grandes tópicos de la política: la
izquierda se mata entre ella mientras la derecha se entiende. Repasen el
espectáculo de la última semana. Los dirigentes de Ciudadanos andan a la gresca
por hacerse con las migajas de un proyecto en deconstrucción y los del
PP libran una guerra fratricida por el control de la calle Génova
mientras Vox se frota las manos y mantiene intacta su fortaleza en las
encuestas.
Uno repasa los sondeos
y comprueba que al PSOE y a Podemos les sienta bien La Moncloa y, sin
embargo, el PP y Ciudadanos no obtienen el menor rédito de su estrategia
de oposición o de los errores cometidos por Sánchez e Iglesias en el
arranque de su entente cordial. José Pablo Ferrándiz, doctor en
Sociología e investigador principal de Metroscopia, sostiene que si a
alguien ha favorecido "el realineamiento que vive la derecha no es al
partido de Pablo Casado, sino al de Santiago Abascal". Está convencido, a
la vista de los datos que maneja, de que el electorado "no parece
entender los movimientos tácticos del líder del PP".
Hay quien añade desde las filas populares que todo esto
es porque Casado, lejos de asentar el discurso de moderación que hilvanó
entre las elecciones de abril y noviembre y que le permitió salir del batacazo de los 66 escaños,
se ha propuesto desandar el camino con el que recuperó 23 diputados y
casi 700.000 votos. Ahora, el santo y seña es volver al extremismo y la
radicalidad con los que el PP no tendrá fácil erigirse en verdadera
alternativa de Gobierno.
Lo que está en juego, por
tanto, el 5A –fecha de las elecciones gallegas y vascas– es mucho más
que una cuarta mayoría absoluta de Alberto Núñez Feijóo o un primer paso
para la absorción de Ciudadanos como el que se ha dado con el acuerdo
suscrito en Euskadi entre populares y naranjas. Lo que subyace tras la sustitución esta semana de Alfonso Alonso por Carlos Iturgáiz como
candidato a la Lehendakaritza es la colisión entre dos maneras de
entender España y la pugna entre dos modelos de partido dentro del PP.
El
partido se divide hoy entre "halcones" y "palomas", entre "moderados" y
"exaltados", entre "oficialistas" y "críticos", "aznaristas" y
"marianistas"... No han pasado página. El primer presidente del Gobierno
de la derecha en democracia ha vuelto a reivindicar su legado en la
figura de Pablo Casado. Y a Rajoy, convertido hoy en máximo exponente
del "centrismo", se le escucha tras cada cita de los presidentes gallego
y andaluz, además de en los restos del "marianismo" que anda
desperdigado y apartado de todos los puestos de mando.
La
batalla abierta en el PP tras la dimisión de Mariano Rajoy en julio de
2018 sigue más viva que nunca, por lo que los críticos entienden que la
expulsión de Alonso no ha sido más que "un daño colateral de la guerra
por el liderazgo aún no consolidado de Casado". El ex dirigente vasco
era el eslabón más débil de la cadena de críticos con la actual
estrategia de la dirección porque ni tenía el poder institucional –como
Alberto Núñez Feijóo o Juan Manuel Moreno en Galicia y Andalucía– ni
controlaba del todo el PP vasco, históricamente dividido entre moderados
y radicales.
Y más allá de su salida o de los
resultados electorales en Euskadi, lo que realmente buscaba Casado era
blindarse frente a quienes desconfían de su estrategia de recuperar las
esencias y los referentes del aznarismo de hace 20 años, imponer un
discurso duro y cerrarse a cualquier acuerdo con un Gobierno que, aunque
no lo haya explicitado en los mismos términos que Iturgáiz, también
considera exponente del "fasciocomunismo".
El
espectáculo promete. "La refundación de la derecha no pasa por un pacto
con Arrimadas, que está más muerta que viva, sino por la consolidación
de un liderazgo y un proyecto aglutinador, que es de lo que hoy carece
el PP", lamenta un dirigente popular que desconfía del rumbo impuesto
por Casado y augura turbulencias a partir de la noche del 5A, una cita
que más que para medir el pulmón electoral del partido se ha convertido
en una segunda vuelta de las primarias que sucedieron a la dimisión de
Rajoy en 2018.
La clave estará en Galicia porque en
Euskadi se da por descontado que el resultado será entre malo y malísimo
y que, en todo caso, se le imputará a Casado tras la desastrosa
operación Iturgáiz. Si Feijóo revalida su cuarta mayoría absoluta habrá
demostrado que otro PP, alejado del extremismo y la confrontación, es
posible.
Y esa misma noche, vaticina un diputado, pedirá en Génova que
rueden cabezas. No la del presidente del partido, claro, sino la de un
secretario general, Teodoro García Egea, a quien ya se le hizo
responsable de la hecatombe electoral y el desgobierno del partido en
abril de 2019, cuando los populares anotaron su mínimo histórico al
quedarse con 66 escaños.
Quienes conocen al actual
presidente de la Xunta saben que no hará un solo movimiento claro con el
que se interprete que está dispuesto a dar la batalla por el liderazgo
nacional. Al menos en el corto plazo se dedicará a Galicia, desde donde,
como él mismo ha dicho estos días, "también se pueden hacer políticas
de Estado" y demostrar que otro PP es posible más allá de la radicalidad
y la posición del "aznarismo" que hoy representa Casado.
Otra cosa es
que esa misma noche de las elecciones no exija cambios organizativos y
estratégicos, como ya hizo tras la catástrofe de abril. "Entonces nos
equivocamos. No debimos conceder tregua ni perdón y, además de la de
García Egea, habría que haber exigido la retirada de toda la dirección.
Ahora habrá que esperar a la segunda vuelta", asegura una voz alineada
con el presidente gallego.
Empresas demoscópicas como
GAD 3 consideran no imposible pero sí altamente improbable que Feijóo
pierda la mayoría absoluta porque tanto el "elector del partido naranja
como el de Vox valora muy positivamente al presidente de la Xunta" y
porque uno de cada cinco votantes de Sánchez en las últimas generales
votará al PP en Galicia. Y esto a pesar de que el PSdeG mejora
notablemente su resultado respecto a hace cuatro años igual que el BNG,
que ha reocupado el espacio que le había cedido a las mareas.
Si
Feijóo lograse una nueva mayoría absoluta, esperará al momento en que
Sánchez tenga que disolver las Cortes Generales y el PP deba designar
candidato a las generales para asomarse de nuevo a la escena nacional y
optar a ser el cartel de un partido que, sin apenas poder institucional y
con un pírrico resultado en Euskadi y Cataluña, hoy no pasa el
corte como alternativa de Gobierno nacional.
La España
de Casado –cuyos mentores fueron Esperanza Aguirre y Aznar–, construida
sobre los cimientos de una permanente confrontación con los
nacionalismos periféricos, nada tiene que ver con la de un Feijóo que
juega a no ser rehén ni de su propio partido y al que la ultraderecha de
Vox ha llegado a acusar de "nacionalista gallego" por su política lingüística, heredada de los tiempos de Fraga.
La
colisión entre dos maneras de ver España y al PP es, en definitiva, la
primera derivada a analizar la noche del 5A. Si Feijóo revalida la
mayoría absoluta, Casado tiene un problema. Y si no, aunque en Génova
pretendan saldar cuentas con el barón gallego como han hecho con Alfonso
Alonso –por apoyar a Sáenz de Santamaría en las primarias– , lo tendrá
igual porque ya se encargarán los críticos de decir que su estrategia
habrá contribuido a perder el más sólido feudo de cuantos tuvo jamás la
derecha.
Para unos y para otros, el 5A no es más que
el momento para la revancha. En un caso, el de Casado, para acabar de
enterrar lo que queda del "marianismo". Y en el otro, para volver a
sentar las bases de un proyecto político que desde la "centralidad"
recupere la posición perdida en un tablero en el que Vox mantiene
intacta la fortaleza con la que llegó al panorama nacional.
(*) Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario