Los balances de los bancos españoles no sufren contaminación por los paquetes estructurados con hipotecas basura dentro. Y no lo han sido en parte por virtud y también por necesidad. Los bancos españoles tenían suficiente clientela de activo en su propio territorio como para no andar buscando papel que suscribir en otras latitudes.
Si esos paquetes tóxicos han tenido tanta aceptación en el mundo, si han gozado de credibilidad, es porque en una situación de enorme liquidez donde lo que faltaban eran instrumentos donde invertir, cualquier producto bien empaquetado, sobre todo si venía con buena nota de los calificadores, de las agencias de rating, era bienvenido. No se miraba la dentadura del animal, todos eran recibidos porque había necesidad de llenar la cuadra.
Pero las entidades financieras españoles ya tenían el establecimiento rebosante de clientes locales, lo que necesitaban era financiación, no clientes a los que prestar. Los problemas potenciales de la banca española no están en una cartera por activos contaminados por las subprime norteamericanas y similares. Cuando Botín dijo que no tenía de eso, que no lo entendía, reflejaba una realidad. No tenía de eso porque no le hacia falta.
Lo que necesitaron los bancos españoles (y cajas) durante los últimos años fue dinero, y lo encontraron titulizando hipotecas en paquetes que eran muy bien recibidas en los bancos europeos. Y que siguen gozando de buen cartel porque no han dado disgustos.
La morosidad de la deuda hipotecaria española, hasta ahora, es baja, irrelevante aun entre los particulares de primera y segunda residencia, y también entre los promotores, e inquietante únicamente en el segmento de financiación de suelo o de proyectos por desarrollar.
Además, las provisiones y dotaciones para hacer frente a la morosidad son elevadas, quizá no tanto como para hacer frente a una crisis severa, pero sí para parar la primera tanda de quebrantos. De momento la morosidad no ha llegado al 1% de los activos (en los tiempos malos puede superar el 5%) y hay coberturas directas por más del doble.
En los casos de suelo, de promociones en curso o por iniciar, la capacidad de maniobra para mitigar daños es notable. Lo mismo que hay capacidad médica para afrontar las enfermedades, hay capacidad de gestión para enfrentarse al cambio de ciclo crediticio.
Es cierto que los mercados interbancarios internacionales están secos, que sobra liquidez pero no hay inclinación al crédito, pero tampoco hay tanto que financiar, porque la actividad inmobiliaria se ha encogido desde hace más de medio año. Los bancos españoles no van a sufrir por morosos o fallidos, el problema este año será de volumen de negocio, una menor actividad que supone menores ingresos y menos beneficios, pero no de solvencia.
Quienes pronostican una crisis bancaria en España no han reparado en la composición de los balances ni en su naturaleza, ni la resistencia de las cajas que conocen su mercado al dedillo. Es probable que alguna entidad lo pase mal, que haya errado en sus inversiones, pero hay capacidad de digestión. Pueden bajar los beneficios, las cotizaciones, pero es improbable que eso concluya con problemas de solvencia, con déficit de recursos propios.
Sorprende que, a pesar del ajuste, los precios inmobiliarios no hayan bajado de forma generalizada. Los promotores no han “repreciado” sus activos, no se han lanzado en picado a buscar liquidez a cualquier precio. Y disipados los nervios electorales que han inducido algunos comentarios desafortunados, si el nuevo Gobierno es capaz de restaurar la confianza, la digestión del empacho puede completarse sin hospitalización, ni cirugía mayor. Éstas son situaciones que requieren mucha calma y grandes dosis de tranquilidad. Más aún cuando el sistema sanguíneo (el sistema financiero o de pagos) funciona perfectamente.
Si esos paquetes tóxicos han tenido tanta aceptación en el mundo, si han gozado de credibilidad, es porque en una situación de enorme liquidez donde lo que faltaban eran instrumentos donde invertir, cualquier producto bien empaquetado, sobre todo si venía con buena nota de los calificadores, de las agencias de rating, era bienvenido. No se miraba la dentadura del animal, todos eran recibidos porque había necesidad de llenar la cuadra.
Pero las entidades financieras españoles ya tenían el establecimiento rebosante de clientes locales, lo que necesitaban era financiación, no clientes a los que prestar. Los problemas potenciales de la banca española no están en una cartera por activos contaminados por las subprime norteamericanas y similares. Cuando Botín dijo que no tenía de eso, que no lo entendía, reflejaba una realidad. No tenía de eso porque no le hacia falta.
Lo que necesitaron los bancos españoles (y cajas) durante los últimos años fue dinero, y lo encontraron titulizando hipotecas en paquetes que eran muy bien recibidas en los bancos europeos. Y que siguen gozando de buen cartel porque no han dado disgustos.
La morosidad de la deuda hipotecaria española, hasta ahora, es baja, irrelevante aun entre los particulares de primera y segunda residencia, y también entre los promotores, e inquietante únicamente en el segmento de financiación de suelo o de proyectos por desarrollar.
Además, las provisiones y dotaciones para hacer frente a la morosidad son elevadas, quizá no tanto como para hacer frente a una crisis severa, pero sí para parar la primera tanda de quebrantos. De momento la morosidad no ha llegado al 1% de los activos (en los tiempos malos puede superar el 5%) y hay coberturas directas por más del doble.
En los casos de suelo, de promociones en curso o por iniciar, la capacidad de maniobra para mitigar daños es notable. Lo mismo que hay capacidad médica para afrontar las enfermedades, hay capacidad de gestión para enfrentarse al cambio de ciclo crediticio.
Es cierto que los mercados interbancarios internacionales están secos, que sobra liquidez pero no hay inclinación al crédito, pero tampoco hay tanto que financiar, porque la actividad inmobiliaria se ha encogido desde hace más de medio año. Los bancos españoles no van a sufrir por morosos o fallidos, el problema este año será de volumen de negocio, una menor actividad que supone menores ingresos y menos beneficios, pero no de solvencia.
Quienes pronostican una crisis bancaria en España no han reparado en la composición de los balances ni en su naturaleza, ni la resistencia de las cajas que conocen su mercado al dedillo. Es probable que alguna entidad lo pase mal, que haya errado en sus inversiones, pero hay capacidad de digestión. Pueden bajar los beneficios, las cotizaciones, pero es improbable que eso concluya con problemas de solvencia, con déficit de recursos propios.
Sorprende que, a pesar del ajuste, los precios inmobiliarios no hayan bajado de forma generalizada. Los promotores no han “repreciado” sus activos, no se han lanzado en picado a buscar liquidez a cualquier precio. Y disipados los nervios electorales que han inducido algunos comentarios desafortunados, si el nuevo Gobierno es capaz de restaurar la confianza, la digestión del empacho puede completarse sin hospitalización, ni cirugía mayor. Éstas son situaciones que requieren mucha calma y grandes dosis de tranquilidad. Más aún cuando el sistema sanguíneo (el sistema financiero o de pagos) funciona perfectamente.
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