Decía ayer Palinuro (la fuerza y la política)
que las dos pistas que pueden seguir los indepes, la que llamaba
gradualista o "fabiana" y la rupturista de la CUP, serán más o menos
iguales en sus efectos. Cuesta mucho pronunciarse.
Hay veces que parece
más sensata la primera y veces en que la segunda. La única diferencia es
el tiempo en que se produzca la ruptura. La fórmula originaria de la
CUP lo abreviaba a cosa de un par de días. O menos. El gobierno y la fiscalía se adelantaron a amenazar con acciones penales contra la mesa del Parlament. Dicho y, es de suponer, hecho
La
pista "fabiana" alarga más los tiempos; pero no se sabe cuánto. No hay
seguridad alguna de qué cosas puedan el gobierno y sus jueces considerar
ilegales, pues aunque se retirara el 155, tardaría poquísimo en
reactivarlo con universal aclamación de los partidos dinásticos (todos
los de ámbito estatal, en definitiva) y la presta colaboración de la
brigada de embellecimiento judicial.
Con o sin 155, el gobierno
continuará bloqueando toda iniciativa de la Generalitat que, a su
juicio, desborde el marco estatutario que es, justamente, lo que la
Generalitat debe hacer para reiniciar o iniciar (que no vamos a ser
exquisitos en estas cosas) el camino del mandato recibido el 1-O y
revalidado el 21 de diciembre de 2017.
En resumen, la línea de salida para el govern es ya la de llegada para el gobierno. Solo una aporía de Zenón podría introducir alguna distancia entre la una y la otra.
Sin
duda la realidad cotidiana abrirá intersticios que se aprovecharán para
afirmar la República implícitamente. Habrá una tendencia general a lo
implícito. Se recurrirá a todo tipo de ficciones jurídicas y seguramente
el Estado hará la vista gorda ante muchos supuestos ultrajes, con la
consiguiente bronca con sus sectores más carcundas y
ultrarreaccionarios. Se atribuirá valor simbólico a lo real y real a lo
simbólico, se evitará la represión judicial en la medida de lo posible.
Pero
nada de eso es duradero porque se pretende gestionar una normalidad
asentada en una anormalidad: la existencia de presos y exiliados
políticos y todo tipo de represaliadas también políticas. Una situación
que entra en el concepto de "normalidad" del B155 (gobierno, partidos,
medios y jueces) pero no del bloque y el movimiento independentistas que
no puede aceptarla.
La CUP ha hecho muy bien aceptando, aunque sea a
regañadientes, el pacto de JxC y ERC. Prevalece el criterio de unidad
que es el que debe prevalecer porque es la última garantía de éxito.
Queda pendiente cómo articulará su decisión cuando la presente a su
asamblea, que parece más radicalizada. Quizá prospere la tesis unitaria y
se salve el escollo del pacto parlamentario.
Pero
esa radicalización de la CUP responde una radicalización del movimiento
social, en la calle. Es también muy probable que el movimiento acepte
el gradualismo, allí hasta donde llegue antes del nuevo zarpazo. Y hará
bien. Pero eso no quiere decir que nadie, partidos, organizaciones
sociales, movimiento en general acepte la "normalidad" impuesta porque
es anormalidad y anormalidad injusta. Con la represión como única
respuesta, el Estado deberá aceptar el inevitable y sistemático
trastorno de las relaciones sociales e institucionales al estilo del que
se produjo en la visita de Felipe VI al Mobile.
Los gobernantes
españoles solo podrá circular por Catalunya a golpes de porra. La
situación es de anormalidad y seguirá siendo mientras se mantenga la
represión política y judicial del Estado. A ver cómo se controlan o
impiden los desplantes institucionales, manifestaciones, escraches,
paros, caceroladas, boicoteos, desobediencia. ¿Acentuando la represión?
¿Hasta dónde? ¿A qué precio? ¿Se mantiene la Ley Mordaza? ¿Se
intensifica? ¿Se prohíben asociaciones y partidos indepndentistas? ¿Se
decreta el toque de queda?
Están
ciegos. No ven que por esa vía ya han fracasado y, cuanto más la sigan,
más fracasarán. La ruptura es un hecho y no va a soldarse a palos o con
cárceles.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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