Estimado padre Jesusmary Missigbètò,
Me he enterado por la prensa de la noticia de su suspensión a divinis y de la expulsión del Opus Dei, impuesta contra usted por la Congregación para los Obispos como sanción canónica por haber faltado el “respeto y obediencia al Sumo Pontífice”.
Permítame expresarle mi cercanía espiritual, en un momento de gran prueba para usted: como bautizado y como ministro de Dios, debe ser doloroso verse acusado por quien, con la misericordia que caracteriza todos sus actos, recibe en audiencia a abortistas notorios, concubinos públicos, travestis, sodomitas, clérigos rebeldes, herejes, usureros y hambreadores del pueblo.
Imagino que es una gran amargura verse reprobado por lo que en otros tiempos mereció la alabanza -si no la gloria de los altares- de los santos y santas que no dudaron en reprender, incluso con dureza, la corrupción de la corte papal. Un san Pedro Damián, una santa Catalina de Siena se escandalizarían hoy de la duplicidad de quienes no pierden ocasión de denigrar a los buenos católicos y de complacer a los enemigos de Cristo y de su Iglesia.
Lo que usted afronta por su fidelidad al Magisterio y por verdadera obediencia a la Sede del Beatísimo Pedro es una oportunidad para expiar las culpas y los escándalos del clero, en el espíritu de expiación y reparación que nos une -a los miembros del Cuerpo Místico- a Nuestro Señor, su Cabeza, que se inmoló en la Cruz para reparar las ofensas de los hombres a la Santísima Trinidad.
Su prueba, querido y reverendo padre Gbénou, lo une a otras tribulaciones, a menudo más difíciles de soportar, a las que muchos de sus hermanos son sometidos por sus Superiores: sacerdotes expulsados de las parroquias y obligados a vivir y dormir en un auto o en alojamientos improvisados; párrocos apartados porque no quieren renunciar a la celebración del Santo Sacrificio según el rito apostólico; religiosos alejados de los monasterios y conventos porque no quieren renegar de su fidelidad al carisma de la Orden; seminaristas a los que se les impide la formación sacerdotal simplemente porque no aceptan la disipación y las mundanidades que se les impone.
Si alguna vez usted tuviera dudas sobre las intenciones de aquellos que, usurpando una autoridad contra el fin para el que fue instituida por Cristo, se enfurecen contra los buenos, lo invito a considerar cómo su severidad se disuelve frente a faltas mucho más graves de clérigos fornicadores, de prelados corruptos, de cardenales hostigadores y ladrones.
Su culpa, reverendo, es haber creado un término peligroso de comparación con ellos, al poner al descubierto el sepulcro lleno de gusanos de la Iglesia bergogliana. Si usted hubiera participado en la Marcha del Orgullo Gay publicando fotos suyas en actitudes indignas, no me refiero a la de un clérigo, sino también a la de un pagano; si usted hubiera causado escándalo al permitirse vergonzosos abrazos con otro sacerdote; si usted hubiera negado las Verdades católicas o impugnado la Moralidad cristiana, estaría ahora a la cabeza de un Dicasterio romano o de una Diócesis prestigiosa, y aparecería con traje de hilo junto a quien lo ha privado del derecho a celebrar, escuchar Confesiones y predicar.
Como usted, muchos otros sacerdotes y no pocos obispos y algunos cardenales se ven más bien ridiculizados, ofendidos, injustamente castigados por el hecho de ser demasiado católicos.
Me pregunto si, frente a la vergüenza de la corrupción del clero extraviado que tanto gusta a Bergoglio, al punto de rodearse de ellos hasta en las salas de Santa Marta, usted no debe considerar como un motivo de orgullo las sanciones que le han sido impuestas. El destierro que me es dado, me honra. Si la casa de Dios se ha convertido en cueva de ladrones, los que quieran permanecer cerca del Señor deben sacudirse el polvo de sus calzados (Mt 10, 14), y no saludar a los que niegan a Cristo y lo crucifican cotidianamente con su conducta.
Alégrese, entonces, querido y reverendo Padre, porque si los enemigos de Dios no encontraran en usted algún motivo para perseguirlo, significaría que usted no da testimonio de su fidelidad al Señor. Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes (Jn 15, 18), dijo la Sabiduría encarnada.
Que las pruebas actuales sean, en consecuencia, un motivo de consolación espiritual, una ocasión de santificación, una oportunidad de edificación para los sencillos. El Señor le recompensará cien veces más por lo que usted está soportando.
A usted, querido Padre, y a todos los que como usted son perseguidos propter justitiam (Mt 5, 10), vaya mi recuerdo orante en el Santo Sacrificio de la Misa.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
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