El intenso proceso de reestructuración, fusión y bancarización de las cajas de ahorros españolas en los dos últimos años, cuyo último episodio ha sido la desaparición de la alicantina Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) y su integración en el Banco Sabadell, ha supuesto uno de los más intensos y radicales procesos de reordenación financiera habidos en España en décadas (sólo parangonable a los efectos de la crisis bancaria de 1977-1985) pero ha entrañado además un fenómeno de intensísima concentración del poder bancario en la mitad norte de España.
Con ello, el mapa financiero nacional vuelve a reproducir los fundamentos territoriales que caracterizaron al sector desde sus orígenes a fines del XIX y primer tercio del XX, con una hegemonía manifiesta del Norte de España, secundado luego por Madrid.
De los bancos tradicionales ya no queda ninguno con sede o centro de decisión en la mitad sur del país, con la única salvedad de la pequeñísima Banca Pueyo, con domicilio social en Villanueva de la Serena (Badajoz). Ahora los nuevos bancos impulsados por las fusiones de cajas han mimetizado ese mismo comportamiento y han replegado sus centros de gravedad hacia la mitad norte, fundamentalmente Madrid y la periferia septentrional, con una clara deriva hacia el Noreste.
De los 15 grupos financieros en los que se han integrado las 45 cajas de ahorros que había hace dos años, sólo tres perviven hoy en la España meridional: Unicaja (Málaga), Banco Mare Nostrum (Murcia) y la ínfima Caixa Ontinyent (Valencia). La reciente intervención del único banco que queda en la zona, el Banco de Valencia, hace presagiar un camino similar al de CAM y su probable absorción por entidades del Norte.
La concentración protagonizada por los bancos a lo largo del siglo XX y principios del XXI y ahora la de las cajas han determinado la desaparición de centros financieros decisorios en la mitad sur de la península y lo mismo en el más meridional de los archipiélagos: Canarias.
El mapa del poder financiero nacional vuelve así a sus orígenes. En el XIX se produjo la gran irrupción bancaria española con el fortísimo protagonismo de Cataluña, que se fue debilitando hasta la Guerra Civil a medida que se producía el ascenso mucho más pujante de País Vasco y Asturias, cuyas burguesías financieras, nacidas al calor de la minería, la siderurgia, las navieras, las eléctricas, los ferrocarriles y la repatriación de capitales americanos, fueron capaces no sólo de desarrollar sus respectivos sistemas financieros, sino, que además -bien en solitario, unidas entre sí o incluso entrelazadas con la oligarquía madrileña- acabaron por contribuir de forma muy relevante al nacimiento de las grandes instituciones de crédito con vocación nacional y sede madrileña y que durante 90 años compitieron por el liderazgo español absorbiendo a multitud de entidades de otras regiones.
Esa hegemonía bancaria norteña se vio corregida y parcialmente eclipsada en determinados periodos de la economía española al compás del desarrollo fulgurante en otros territorios de determinadas actividades de raudo crecimiento y del propio declive de la industria pesada con la que había emergido el norte.
El fulgurante desarrollo de algunas cajas de ahorros sureñas por el impulso de la fortísima «burbuja» inmobiliaria (Bancaja y CAM llegaron a ser la tercera y cuartas cajas del país) fueron uno de esos fenómenos de raudo desplazamiento del poder financiero entre territorios del norte y del sur. Pero el desplome inmobiliario español se ha llevado por delante en apenas dos años la estructura financiera de varias comunidades autónomas. La Comunidad de Valencia es el ejemplo preclaro: ha perdido el control de sus cajas (salvo la pequeñita de Ontinyent), está a punto de perder su único banco (intervenido, estatalizado y en venta) y ha visto cómo la mayoría de sus numerosas cajas rurales buscan refugio en otra foránea.
Castilla-La Mancha, Andalucía, Canarias y Extremadura han seguido caminos similares. Y en la mitad Norte se han quedado sin entidades propias de referencia Castilla y León y La Rioja mientras Galicia trata de evitarlo con gigantescas dificultades. La banca española y las grandes cajas se concentran en Madrid, Cantabria, País Vasco y Cataluña y los nuevos bancos de cajas han devuelto protagonismo -al menos, por ahora- a Asturias, País Vasco, Aragón, Navarra y Cataluña. A la mitad norte se suma en disponibilidad de capacidad financiera propia Baleares y, de modo excepcional en el sur, Málaga y Murcia.
Esta distribución del peso financiero evidencia la coexistencia de dos Españas económicamente disímiles. Son dos economías con estructuras productivas distintas, pautas sociales diferenciadas, especializaciones sectoriales diferentes y culturas empresariales con rasgos singulares. Todo esto coincide no de forma casual con otra dualidad en el paro (toda la mitad septentrional está por debajo de la tasa de desempleo nacional y toda la mitad sureña supera el promedio, y los rebasa con más intensidad cuanto más al sur.) y también en otros indicadores, caso de la morosidad.
Esta realidad bipolar es percibida de forma intuitiva por algunos ciudadanos. Cuando Cajastur se quedó con la manchega CCM en 2009, Antonio, un vecino de Yébenes (Toledo), declaró: «Me parece bien. La gente del Norte es más seria para los negocios».
Ahora la tendencia apunta a la reafirmación bancaria madrileña y la de una franja norteña que se va deslizando gradualmente hacia el Este, configurando así un gran triángulo de poderío con vértices en Madrid, Bilbao y Barcelona.
Con ello, el mapa financiero nacional vuelve a reproducir los fundamentos territoriales que caracterizaron al sector desde sus orígenes a fines del XIX y primer tercio del XX, con una hegemonía manifiesta del Norte de España, secundado luego por Madrid.
De los bancos tradicionales ya no queda ninguno con sede o centro de decisión en la mitad sur del país, con la única salvedad de la pequeñísima Banca Pueyo, con domicilio social en Villanueva de la Serena (Badajoz). Ahora los nuevos bancos impulsados por las fusiones de cajas han mimetizado ese mismo comportamiento y han replegado sus centros de gravedad hacia la mitad norte, fundamentalmente Madrid y la periferia septentrional, con una clara deriva hacia el Noreste.
De los 15 grupos financieros en los que se han integrado las 45 cajas de ahorros que había hace dos años, sólo tres perviven hoy en la España meridional: Unicaja (Málaga), Banco Mare Nostrum (Murcia) y la ínfima Caixa Ontinyent (Valencia). La reciente intervención del único banco que queda en la zona, el Banco de Valencia, hace presagiar un camino similar al de CAM y su probable absorción por entidades del Norte.
La concentración protagonizada por los bancos a lo largo del siglo XX y principios del XXI y ahora la de las cajas han determinado la desaparición de centros financieros decisorios en la mitad sur de la península y lo mismo en el más meridional de los archipiélagos: Canarias.
El mapa del poder financiero nacional vuelve así a sus orígenes. En el XIX se produjo la gran irrupción bancaria española con el fortísimo protagonismo de Cataluña, que se fue debilitando hasta la Guerra Civil a medida que se producía el ascenso mucho más pujante de País Vasco y Asturias, cuyas burguesías financieras, nacidas al calor de la minería, la siderurgia, las navieras, las eléctricas, los ferrocarriles y la repatriación de capitales americanos, fueron capaces no sólo de desarrollar sus respectivos sistemas financieros, sino, que además -bien en solitario, unidas entre sí o incluso entrelazadas con la oligarquía madrileña- acabaron por contribuir de forma muy relevante al nacimiento de las grandes instituciones de crédito con vocación nacional y sede madrileña y que durante 90 años compitieron por el liderazgo español absorbiendo a multitud de entidades de otras regiones.
Esa hegemonía bancaria norteña se vio corregida y parcialmente eclipsada en determinados periodos de la economía española al compás del desarrollo fulgurante en otros territorios de determinadas actividades de raudo crecimiento y del propio declive de la industria pesada con la que había emergido el norte.
El fulgurante desarrollo de algunas cajas de ahorros sureñas por el impulso de la fortísima «burbuja» inmobiliaria (Bancaja y CAM llegaron a ser la tercera y cuartas cajas del país) fueron uno de esos fenómenos de raudo desplazamiento del poder financiero entre territorios del norte y del sur. Pero el desplome inmobiliario español se ha llevado por delante en apenas dos años la estructura financiera de varias comunidades autónomas. La Comunidad de Valencia es el ejemplo preclaro: ha perdido el control de sus cajas (salvo la pequeñita de Ontinyent), está a punto de perder su único banco (intervenido, estatalizado y en venta) y ha visto cómo la mayoría de sus numerosas cajas rurales buscan refugio en otra foránea.
Castilla-La Mancha, Andalucía, Canarias y Extremadura han seguido caminos similares. Y en la mitad Norte se han quedado sin entidades propias de referencia Castilla y León y La Rioja mientras Galicia trata de evitarlo con gigantescas dificultades. La banca española y las grandes cajas se concentran en Madrid, Cantabria, País Vasco y Cataluña y los nuevos bancos de cajas han devuelto protagonismo -al menos, por ahora- a Asturias, País Vasco, Aragón, Navarra y Cataluña. A la mitad norte se suma en disponibilidad de capacidad financiera propia Baleares y, de modo excepcional en el sur, Málaga y Murcia.
Esta distribución del peso financiero evidencia la coexistencia de dos Españas económicamente disímiles. Son dos economías con estructuras productivas distintas, pautas sociales diferenciadas, especializaciones sectoriales diferentes y culturas empresariales con rasgos singulares. Todo esto coincide no de forma casual con otra dualidad en el paro (toda la mitad septentrional está por debajo de la tasa de desempleo nacional y toda la mitad sureña supera el promedio, y los rebasa con más intensidad cuanto más al sur.) y también en otros indicadores, caso de la morosidad.
Esta realidad bipolar es percibida de forma intuitiva por algunos ciudadanos. Cuando Cajastur se quedó con la manchega CCM en 2009, Antonio, un vecino de Yébenes (Toledo), declaró: «Me parece bien. La gente del Norte es más seria para los negocios».
Ahora la tendencia apunta a la reafirmación bancaria madrileña y la de una franja norteña que se va deslizando gradualmente hacia el Este, configurando así un gran triángulo de poderío con vértices en Madrid, Bilbao y Barcelona.
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