Ya era de esperar que empresas y trabajadores, y desde luego los
Gobiernos en todas partes, se tomasen la vuelta a la normalidad tras el
confinamiento con la mayor rapidez posible, por mucho que las
advertencias sobre los riesgos inherentes a una precipitación estén
proliferando en las declaraciones oficiales.
El regreso será gradual y
ocupará el calendario del mes de junio al completo, con alguna
prolongación no exenta de polémica, como la del sistema educativo, y
otras como la hostelería o el turismo, por citar algunas de las que
tienen un mayor impacto en la vida cotidiana y en sectores de
vanguardia de nuestra economía.
La doble exigencia del momento tiene muy claras sus prioridades.
Primero, frenar la pandemia y evitar por encima de todo que el impacto
en la salud de los españoles vuelva sobre sus pasos del mes de marzo.
Segundo, acelerar la puesta en marcha del sistema productivo para que el
quebranto económico sea minimizado, evitando sumar desgracias a las que
ya de por sí ha generado la extensión de la enfermedad y del
confinamiento de la sociedad en sus domicilios.
Ambas cosas son importantes, indudablemente la relacionada con la
recuperación de la salud y la derrota de la enfermedad como prioridad
absoluta e innegociable.
Inmediatamente, el retorno a la actividad para
lograr que la máquina de generar riqueza no se mantenga paralizada y
se convierta en otra enfermedad grave en sí misma. Naturalmente, la
frontera entre la lucha contra la enfermedad y el retorno a la
normalidad productiva es muy difusa, no es idéntica en todos los
territorios del país ni en todos los sectores de la sociedad.
Es una frontera bastante difusa, en la que hay acertar en las
prioridades. Por ejemplo, el sector turístico, un sector clave para la
economía española, presenta innumerables variantes que ejercen de
forma continuada puntos de fricción entre el desarrollo de las
actividades económicas propias del sector y el respeto a las nuevas
exigencias de profilaxis ante el riesgo de recaer en los contagios.
Respetar las distancias mínimas en las atestadas playas españolas es
poco menos que imposible, lo mismo que en las instalaciones hoteleras.
Cabe incluso preguntarse si el sector turístico puede volver en España a
ser lo que fue y la respuesta más frecuente que nos estamos encontrando
en estos momentos es negativa. Otro importante sector de la actividad
es el del transporte, en el que cabe decir casi lo mismo.
La diferencia entre los sectores es, al mismo tiempo, una diferencia
entre países y sistemas productivos. El sector turístico es de vital
importancia para la economía española, lo que no sucede en otros
países, cuyas fuentes de riqueza se sustentan en otro tipo de
actividades, en las que las nuevas normas de convivencia y de actuación
coherentes con el nuevo mundo que tendremos que afrontar tras la
pandemia son manifiestamente distintas.
Ya lo estamos empezando a ver en
parte durante las últimas semanas, en las que los datos de incidencia
de la pandemia difieren entre países, a veces de forma muy importante. Y
ello no siempre obedece a la diversidad de costumbres o los
diferentes grados de cultura colectiva o de responsabilidad colectiva.
Las diferencias responden también a diferencias entre las
estructuras económicas de unos y otros países. El mundo posterior a esta
pandemia será posiblemente muy distinto en muchas cosas, pero en la
economía posiblemente se traduzca en distanciamientos que no siempre
responderán a las conductas de los ciudadanos sino a diferencias que
resultarán más difíciles de superar.
(*) Periodista y economista
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