Hace un par de semanas, antes del descubrimiento de la variante ómicron del virus chino, entré en una farmacia a comprar un paquete de mascarillas. Mientras me atendía una auxiliar, escuché la conversación que mantenía una compañera con una clienta muy peripuesta. La sonrisa de esa empleada era servil y gelatinosa, como la de una criada que quiere dar gusto a los caprichos de su señora.
—Hay que encerrarlos y que no se puedan tomar ni una caña— reía la auxiliar de farmacia en busca de la complicidad de la clienta, que asentía con displicencia.
La auxiliar se refería a los no vacunados, llamados también negacionistas. La elección de esta palabra no es asunto baladí. Hace pocos años, ser negacionista significaba cuestionar el Holocausto nazi; ahora se emplea para estigmatizar a quienes niegan la existencia de la pandemia y rechazan ponerse los pinchazos.
Salí de la farmacia mientras el ama y la sierva seguían hablando del mismo tema. Si queríamos salir de esta, había que meter en cintura a los casi cuatro millones de españoles que no se han vacunado contra el coronavirus. Sólo así, la recuperación de la economía llegará. Es una idea que ha calado en el ambiente, vaya que sí.
Vacunado y con bozal
Yo, que como súbdito obediente me he puesto la dos dosis de Pfizer, llevo el bozal allá adonde voy, guardo la distancia de seguridad, utilizo el gel del súper y evito las aglomeraciones, pensaba en el negro futuro que les aguarda a esos cerca de cuatro millones de compatriotas. He leído, incluso, que un científico del CSIC aboga por que la Seguridad Social no los atienda si enferman del virus. Otra propuesta, al parecer con un respaldo considerable, es que no puedan trabajar, como en Italia.
La suerte está echada para los antivacunas y los que se nieguen a ponerse la tercera dosis (¿a la tercera va la vencida?), la cuarta o la quinta. El Estado, auxiliado por la jauría mediática, caerá sobre ellos. Pero no sólo el Estado español ineficaz y corrupto que padecemos, sino todos los de un Occidente a la deriva. Dan pavor las medidas que se están tomando en Austria, Alemania, Bélgica, etc., y las que están por llegar.
Los antivacunas, tachados de insolidarios e irresponsables, se han convertido en el chivo expiatorio en un momento en que crecen las dudas sobre la eficacia de las vacunas. Ya las había antes de aparecer la nueva variante del virus. Los no vacunados pueden ser responsables de una parte del incremento de contagios y hospitalizaciones, pero me niego a pensar que la culpa sea exclusiva de ellos si la situación se desboca. Los primeros contagiados de la variante ómicron se vacunaron.
Usemos la razón y hagamos memoria
Sin que sirva de precedente utilicemos un poco la razón y hagamos memoria. Intentemos analizar la realidad sacudiéndonos el miedo inoculado cada día por las televisiones del Régimen.
Así, hace un año se nos dijo que la pandemia estaría controlada si el 70% de la población estaba inmunizada. Luego se vio que no era así. También se nos dijo que una dosis —luego serían dos— evitaría que nos contagiásemos. Luego se vio que no era así, si bien estar vacunado reducía la gravedad de la enfermedad en la mayoría de los casos. También se ha constatado que estar vacunado no evita que seas transmisor del virus. Y, además, la protección disminuye al cabo de cuatro meses.
A la vista de lo dicho parece razonable que surjan dudas sobre la eficacia de las vacunas. Las piezas siguen sin encajar. Decir esto no es hacerse un bosé; no es negar la pandemia, que ha causado 130.000 muertos en España; es practicar un saludable escepticismo frente a los gobiernos y las grandes corporaciones que, con el pretexto del virus, pretenden dominar el mundo del futuro.
Jueces y políticos van de la mano
Aquí, don Ximo se ha salido con la suya con el respaldo de los jueces, que van de la mano de los políticos en la restricción de nuestros derechos y libertades. Han impuesto el trágala del pasaporte covid —una forma moderna de marcar a las reses— en la hostelería y el ocio nocturno. Don Ximo copia lo que se hace en Europa. La estrategia está fracasando, los contagios y los fallecidos suben, pero les da igual. El fin último es convertir a los ciudadanos en súbditos.
Tanto hablar del miedo a la extrema derecha, tanto agitar el espantajo del fascismo en las personas de la hija de Le Pen, Salvini y Santi el Asirio, y ahora resulta que los enemigos de la libertad están en la Comisión Europea, que ya habla de una vacunación obligatoria, y en las cancillerías del Viejo Continente. Coinciden en la implantación de un régimen híbrido que yo llamo demodura y el valenciano Jano García lo denomina “democracia totalitaria”. Inteligente y sugestivo oxímoron.
En
definitiva, se trata de implantar autocracias de apariencia
democrática, combinar el miedo con algunas golosinas ideológicas para
hacer creer a la gente que sigue siendo libre, cuando en realidad está
sometida a una tiranía líquida, inclusiva y muy empática, eso sí. El
rebaño, al final, buscará siempre la protección del buen pastor. Las
ovejas negras, que cuestionan las mentiras oficiales, pagarán caro la
osadía de salirse del redil. Habrá mucho aceite de ricino para ellas. Y
si no, al tiempo.
(*) Periodista
https://alicanteplaza.es/bienvenidosalademocraciatotalitaria1
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