¿Por qué la Escolástica es imperecedera e insuperable?
Porque sintetiza como ningún otro método de estudio (destinado al bien-pensar) los mejores frutos de siglos de aprendizaje e investigación, y todo ello encaminado a la Idea del Bien como eje rector del orden material, espiritual e intelectual del hombre en su relación de sometimiento a la voluntad de Dios; es lo que nuestro Juan Luis Vives resumió en una gran máxima de aplicación práctica que procuro aplicar en mi día a día: “En estas tres cosas debe meditar el hombre, siempre, durante su vida: En saber bien, en decir bien y en hacer bien”; como gran humanista cristiano que era, Vives siempre llevo a término sus mejores estudios guiado por la infalible metodología escolástica, tan jugosa y vigorizante.
Y como él, tantos otros ingenios, como Santo Tomás Moro o Malebranche. Digamos que la Escolástica es imperecedera e insuperable por el mero hecho de que no ha encontrado rival que la reemplace en eficiencia y grandeza de ánimo. Si Aristóteles hubiera vivido en el siglo XIII, sin duda alguna que habría sido un gran escolástico, como San Buenaventura o Santo Tomás de Aquino, tan aristotélico como era éste último.
Pensando en los legos en la materia, ¿cómo definirías, en pocas palabras, la doctrina escolástica?
Permítame simplificarlo mediante una definición un tanto burda, aunque clarificadora: si el discurso posmoderno nos dice que “2 + 2 = 5”, o lo que buenamente uno quiera, la doctrina escolástica ratifica que “2 + 2 = 4”, y nada más. Las consecuencias de este proceder son determinantes, y llevan aparejadas toda una serie de mutaciones insospechadas sobre la cosmovisión del hombre y su mundo. La deconstrucción antropológica que hoy quieren normalizar bajo el pretexto de las “libertades individuales” (aborto, eutanasia, identidad “de género”, etc.), subraya cuanto decimos.
¿Fue el periodo escolástico el más brillante de la Iglesia católica?
Indudable, y rotundamente, sí. Y no sólo el más brillante de la Iglesia, sino de la Historia de la Humanidad. Más que periodo, que también lo es, tendríamos que hablar de dos siglos áureos: el XII y, por sobre todo, el XIII. La relación de grandes intelectos deja en mantillas todo intento ingenuo de manipulación y/o tergiversación, como nos tienen acostumbrados los propagandistas que afean la Edad Media en su afán por ennegrecer tan maravilloso tiempo cristocéntrico: ahí están Thierry de Chartres, Gilberto Porretano, Guillermo de Conches, Pedro Lombardo, el eximio Aquinate, San Alberto Magno, Roger Bacon, Alejandro de Hales, Hildegarda de Bingen, Roberto Grosseteste, nuestro Raimundo Lulio, San Buenaventura, Escoto Erígena, etcétera.
¿Por qué comienza su declive? ¿Quiénes son los enemigos de la escolástica? ¿Cuándo comienzan sus ataques y de qué forma?
Arranca, indudablemente, en el siglo XIV, bien que manifestándose muy sutilmente de la mano de filósofos heterodoxos, como el célebre nominalista Guillermo de Ockham, como Roscelino, aunque las fisuras ya se advierten incluso en un Duns Escoto, como he demostrado en mi estudio sobre revisionismo filosófico occidental. Y si toda la potentísima conjuración anticristiana parte tras el mismísimo deicidio de Cristo, el milenio cristiano blindó con un auténtico “cinturón protector” (que diría el gran filósofo de la ciencia Lakatos) los ejes de coordenadas de su sistema doctrinal, para salvaguardarlo de agentes heréticos y anticristianos, como fueron el gnosticismo (siglo II), el neoplatonismo (de los siglos III a VI), el maniqueísmo de Manes o la filosofía judía de Maimónides, con su influjo de la Cábala oscilante entre enfoques platonizantes o aristotélicos.
Es un hecho evidentísimo que los conspiradores del Sanedrín fueron los primeros en maquinar la paulatina y gradual corrupción del Catolicismo “desde fuera”, por eso tenían que operar en los tiempos de máxima pujanza (del milenio cristiano) con gran cautela, para así dosificar astutamente sus venenos disolventes. Si observamos atentamente el curso global de la Historia de la Filosofía Católica, veremos claramente cómo las Dos Ciudades de San Agustín aparecen enfrentadas: de una parte, la Iglesia de Nuestro Señor; de la otra, los adherentes a la Sinagoga de Satanás que denunció San Juan Evangelista. Puede que este planteamiento resulte muy simplón, pero en líneas generales y le pese a quien le pese, fue así.
¿Es la Revolución Francesa el punto álgido de los enemigos de la Escolástica en general y de la fe católica en particular?
Es sin duda uno de los momentos más críticos, si acaso el más determinante hasta entonces, pero no el único, ni mucho menos: desde sus orígenes, la Escolástica generó intermitentes polémicas (recordemos la crisis del averroísmo latino con Siger de Brabante, por ejemplo). El contexto natural del bien-pensar siempre ha sido desaprobado por el grueso de los enemigos jurados de Cristo y su Iglesia, como podemos confirmar hoy, cuando la persecución contra los cristianos y la cristofobia en general son tan acusadas, a la par que promocionadas por las élites satánicas que quieren demoler este maravilloso legado de siglos de rectitud y trascendencia. Quieren destruir al Hombre, que es un ser multidimensional, privándolo de sus relaciones con Dios. ¡Esa ambición es criminal!
¿Qué queda de la escolástica en la Iglesia de hoy? ¿Y en la sociedad?
En ciertos ambientes escogidos del mundo académico eclesial perdura, digamos, el “prestigio medieval” del que ciertas instituciones académicas hacen gala para atraer a estudiantes conservadores y tradicionalistas, hastiados muchos de ellos de tanto modernismo indigerible. Más dudoso es encontrar destellos escolásticos en la sociedad actual en cuanto tales, como no sea en aquellas “maneras” plegadas a los dictados del sentido común, muy arraigadas todavía entre nuestros mayores, de los que tanto nos queda por aprender (me refiero a nuestros abuelos, nonagenarios ya). Realmente, responder con propiedad a esta pregunta es muy difícil y me supera con creces.
¿Tiene la Iglesia posconciliar, hoy con Jorge Mario Bergoglio al frente, alguna reminiscencia de la escolástica o no queda nada?
Espinosa pregunta. Yo diría que, de subsistir algo, subsiste pese la nefanda crisis postconciliar, la cual arrasó con el grueso de la filosofía perenne en escasas décadas, para proceder a continuación a perpetrar un desmontaje gradual desde dentro (¡ahora sí!). Sobre el inefable Bergoglio, diría ante todo que es un individuo privado de cualquier residuo escolástico identificable: todo en él emana esa impronunciable sofistería que haría las delicias de los Gorgias y los Protágoras de turno, aunque al lado de éstos él esté privado totalmente del don de la persuasión y de la retórica, que diría Carlo Michelstaedter. Basta asomarse a sus ilegibles escritos, auténticos bodrios ecumenistas, tan plegados a los dictados posibilistas de la ONU y demás terminales del Nuevo Orden, para corroborarlo.
Por último, ¿es posible recuperar, en mayor o medida, la escolástica en esta sociedad líquida, posmoderna y global?
Es un desafío, sin duda difícil de realizar, pero no por ello imposible, sino más bien improbable. Tal y como está nuestra decrépita sociedad, se me antoja dificilísimo, por no decir inalcanzable. De puro mediocre en sus aspiraciones más instrumentales, nuestras sociedades tecnólatras y embrutecidas carecen de crédito y licencia para mirar a lo alto. Aspirar a la medianía preludia bajezas futuras. Claro que hoy vivimos revolcados en el barro más oprobioso, y nuestros enemigos lo celebran tranquilos… aunque Cristo tendrá la Última Palabra.
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