No era suficiente con el terror aún no explicado de la pandemia -¿cuándo nos enteraremos del exterminio de ancianos en las residencias?- y ahora nuestros gobernantes pujan en la escalada del siniestro futuro que nos amenaza. Desde los blindados despachos anuncian el churchilliano “sangre, sudor y lágrimas”, sin ser ucranianos. Debe haber un motivo.
No salgo aún de mi perplejidad tras escuchar a la ministra de Defensa pronosticar que “va a haber mucho sufrimiento”. Esto, enunciado por la responsable del Ejército, me acerca a la guerra, aún no sé contra quien. ¿Putin? ¿Declararemos la guerra a Rusia, ahora que se han cumplido seis meses de la invasión de Ucrania?
Ya lo escribimos en su momento: se ha iniciado otra conflagración mundial y no se parece en casi nada a las precedentes, fuera de las matanzas de civiles. Pero intuyo que las cosas no van por ahí y que las guerras entre potencias poderosas tienden a cronificarse.
Pero la consigna gubernamental que apela al sufrimiento que nos amenaza a la vuelta de la esquina, como quien dice en el invierno, me temo que responda a otros parámetros. Si se trata de una profunda e irreversible crisis económica no casa muy bien con reducir el aire acondicionado y apagar las luces. Eso no es sufrimiento, eso se limita a incomodidad, a menos que la veterana juez y ahora ministra no haya sufrido en su vida, fuera de las incomodidades del rango y la siempre engorrosa redacción de autos y sentencias.
Sea lo que sea lo que nos espera para la temporada otoño-invierno lo incontestable es que la rutina política, que suele romperse tras el verano, se ha visto salpicada por una ofensiva en todos los frentes contra Núñez Feijoo, al que dicho sea de paso no votaré nunca; tan desaforada y fuera de lugar como el sufrimiento de la ministra del ramo militar.
Los medios de comunicación adictos, que son muchos y nada sufrientes, rompieron los agobiantes calores, los incendios, la “pertinaz sequía” que decía Franco, y han ido a por el hombre. Las encuestas tienen la culpa, pero el motivo es estratégico. Si no atacamos, piensan, no aguantaríamos hasta las locales y autonómicas de mayo sin sufrir, esta vez de verdad, lo que es una agonía. No les inquietan las calefacciones ni las luces urbanas ni las restricciones. Lo que les tiene sobre ascuas es la consigna: “Sin acojonar al personal no llegamos”.
Los idiotas con pocos recursos suelen decir que tenemos los gobernantes que merecemos. No es cierto del todo y nuestra malhadada historia tiene muchas pruebas de ello. Lo que sí es verdad ratificada es que un país tiene los medios de comunicación que elige y además se siente orgulloso de ellos; por buena crianza evito dar nombres.
Esto viene a cuento del documento de marras sobre la renovación del Tribunal Constitucional que apareció como por ensalmo en mitad de agosto. Detengámonos en los detalles que nadie, que yo sepa, ha querido enhebrar.
El 21 de octubre del año pasado los dos muñidores de las basurillas partidarias, Bolaños y García Egea, firman un documento en el que acuerdan una salida al contencioso que mantienen sobre el Consejo General del Poder Judicial. Ni uno ni otro dicen nada a la ciudadanía, siguiendo el estilo al uso de los partidos grandes con ambiciones chiquitas. Pero abundan en sus rifirrafes como si no hubieran pactado hasta los golpes bajos.
Cayeron Casado y García Egea y seguimos en el secreto. El PP eligió por exclusión a Núñez Feijóo el 1º de abril y siguió el silencio. Pero llegó agosto y la consigna –“Sin tensión no aguantamos”-. Estábamos ya en agosto. Da lo mismo, nadie iba a preguntar por el silencio desde octubre a agosto, ni por qué esperaron varios meses para filtrar la noticia. Las encuestas, las malditas encuestas. Fue entonces cuando el documento “al que ha tenido acceso El País” se hizo público.
Llamar “acceso” a la entrega fraternal y que nadie advierta del chanchullo es uno de nuestros hábitos periodísticos que viene de atrás, muy atrás. ¿Acaso nadie pregunta el por qué un documento de octubre de 2021 aparece en agosto del 22? ¿Quién lo entregó a quien, entre risas cómplices y agradecimientos soterrados? Ni una nota a pie de página, como si la manipulación informativa nos fuera tan familiar como las puertas giratorias. Entre bomberos, dicen, no se pisan la manguera.
Cuando todos los ministros con el presidente a la cabeza aseguran que debemos acojonarnos, no cabe tomarlo a chufla. Lo que importan son los efectos de la presión sobre los afectados. Escuché en una ocasión un chiste cubano que lamentablemente no soy capaz de trasmitir en su brillantez caribeña. Eran tiempos del “Período Especial”, cuando acababa de quebrar la Unión Soviética y la engañifa de la economía cubana se vino abajo para mayor quebranto de una población necesitada de todo, desde la libertad a los productos básicos.
Se celebró entonces una asamblea de los animales del zoológico de La Habana. Hablaron los elefantes y propusieron el sacrificio de las especies más grandes y comedoras. Pero una hormiga de la manigua se puso a llorar ante la perplejidad de los reunidos. ¿Por qué lloras hormiguita, si sólo eliminaremos a los más gordos? Y entre sollozo y sollozo la hormiga exclamó: “¡Es que se cometen tantos errores!”
Los estrategas políticos no hacen chistes y cuando les salen no es por su voluntad sino porque convierten lo patético en una comedia. La amenaza del sufrimiento ha venido para quedarse, al menos el tiempo justo para acojonarnos y que nada sea susceptible de cambiar.
(*) Periodista
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