Las pautas de conducta esperables de los agentes económicos varían, también, en sentido relativamente desconocido. Si en una situación normal abaratar el trabajo favorece la contratación, rebajar los tipos de interés estimula la inversión, un descenso en los precios o subir la renta de las familias incrementa el consumo y los bancos aumentan sus préstamos conforme sube su liquidez, durante una crisis nada de esto tiene por qué pasar, al menos, en la misma intensidad o con la misma rapidez de respuesta.
En una crisis, las leyes normales de la economía dejan de funcionar o lo hacen de otra manera. Por ello, hay que hacer cosas diferentes o con una intensidad y duración muy superiores para que tengan alguna probabilidad de surtir algún efecto en la dirección deseada.
Eso explica que inyectar liquidez en el sistema y bajar los tipos de interés -como se está haciendo de manera insistente- esté bien. Hay que hacerlo, pero no garantiza que los empresarios inviertan o las familias se endeuden como lo harían en situaciones normales. De igual manera, un incremento en la renta disponible de los consumidores como consecuencia de una bajada de los precios (la tasa de inflación está siendo negativa en España por primera vez en mucho tiempo) o de los impuestos (la devolución de los 400 euros), les posibilita comprar más, pero no asegura, en situación de crisis, que esa mayor liquidez se traslade al gasto y al consumo contribuyendo a reactivar la economía.
Por la misma razón, abaratar el coste del trabajo mediante la rebaja de las indemnizaciones por despido tampoco significa que se vayan a incrementar la contratación y la ocupación. Tengo dudas de que lo haga incluso en situaciones de bonanza, y, de hecho, en España hemos creado muchos millones de empleos en los últimos años sin que el vigente sistema de indemnización por despido haya sido un obstáculo.
Pero si un empresario se ve forzado a cerrar o a reducir plantilla porque le caen bruscamente la demanda o el crédito bancario debido a una crisis general como ésta, no contratará trabajadores nuevos aunque su coste de despido sea cero. Por último, si un banco tiene tocado su balance por activos dudosos que pueden llevarle a pérdidas, con elevada probabilidad, en algún momento futuro, atesorará la liquidez que pueda tener o recibir para hacer frente a esa eventualidad. Y cuanto mayor sea la posibilidad de que ocurra y más grande el volumen que tenga de activos con elevado riesgo, menor será su propensión a conceder créditos, por muy solvente que sea quien lo solicita.
En una situación de crisis, en suma, el miedo paraliza las reacciones.Pero las crisis económicas no son algo meramente psicológico que se supere con jaculatorias o prozac, ya que hunden sus raíces en la realidad: un millón de nuevos parados y subiendo, pérdida de riqueza al bajar un 40% el valor de nuestros activos, desplome generalizado de la actividad, son mimbres reales sobre los que se enreda la depresión.
Los agentes económicos condicionan, entonces, su comportamiento a dos cosas: la realidad tozuda de unos datos negativos generalizados y las expectativas sobre cuánto va a durar la situación a partir de su experiencia de crisis anteriores, su evaluación sobre la dimensión y magnitud de ésta y según cómo interpreten la reacción de los poderes públicos. Ahí entra el elemento anímico de la situación que se basa en un análisis conjunto de realidad e impresiones justificadas.
La tarea de los gobiernos es fundamental en ese contexto. La aportación del Estado resulta útil, precisamente porque su lógica social diferente le permite no actuar como una familia o una empresa. Si lo hacen bien, pueden contribuir a acortar el tiempo de crisis dentro de las restricciones que señala esta primera crisis globalizada donde la dimensión mundial de los problemas no se corresponde con la escala político-administrativa en la que se están buscando las soluciones.
Por poner un ejemplo muy claro: cuando el sector español de automoción es absolutamente internacional y exporta el 80% de lo que produce e importa otro tanto para montarlo, su recuperación es imposible que pueda hacerse sólo con el esfuerzo de nuestro Gobierno si no se reactiva también la demanda y la producción en otros países de los que dependemos.
La primera tarea de un Gobierno es trasladar confianza a los agentes económicos. Ni optimismo, ni pesimismo. Confianza. Para ello, tampoco los gobiernos deben comportarse igual en una situación de crisis que en una normal. Pero pueden aportar mucho dinero público para inyectar liquidez, garantizar los depósitos bancarios, incrementar las inversiones públicas, reforzar las políticas paliativas ante la crisis, endeudarse para mejorar la protección social y no conseguir mejorar la confianza de la sociedad, sobre todo si la gente percibe estos planes como una sucesión de medidas unilaterales anunciadas a golpe de telediario, como alguno ha definido la política del gobierno francés.
Entonces, hay que hacer algo más. Algo más que, en España, pasa por conseguir esa «colaboración nacional» a la que llamó el presidente del Gobierno en su reciente comparecencia. No sé si tendrán que ser otros Pactos de la Moncloa, pero necesitamos un revulsivo de acción y de unidad que consolide nuestra voluntad de salir de la crisis en torno a un programa de reformas coherentes, a la vez que amplio, equilibrado, compensado y negociado con todas las fuerzas políticas y sociales. Algo que asegure un corto estar en crisis, alejando los riesgos de ser en crisis. Y sí. Juntos podemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario