Por ejemplo, por ese afán de ahorrar, nos comemos las “eses” finales de las palabras en plural. No es lo mismo la silla (singular) que laaa sillaaa (plural). Nos basta con alargar un poco más la “a” y ya está. Los forasteros no pillan la diferencia, pero nosotros sí.
Para que vamos a pronunciar la “de” de los participios si se nos entiende igual. Yo ya he “comío”. ¿Has “cenao”? Y ya que nos comemos letras como las “eses” y las “des”, por qué no tragarnos sílabas completas. Si podemos decir “to” o “pa” para que vamos a decir todo o para. O si nos preguntan dónde vamos, para que malgastar palabras y más palabras diciendo Nos dirigimos al domicilio de los hermanos Muñoz…, nos basta con responder “Enca” los Muñoz. A lo concreto. Sin rodeos.
Lo cierto es que nos comemos todo lo que se ponga por delante y siempre terminamos con la boca abierta. Lo hacemos sin darnos cuenta, como si nos saliera de dentro. El problema es que el resto de castellanohablantes aseguran que no nos entienden y que tienen que doblar la atención para averiguar lo que queremos decir.
Un problema que se ha agudizado con la pandemia del coronavirus al obligarnos a los murcianos a llevar mascarilla. No nos cogen el punto y nosotros lo sabemos; incluso padecemos un complejo colectivo por ello. De hecho, cuando tenemos que hablar en público o ante un micrófono cambiamos. Comenzamos hablando fino, sin comernos una terminación y exagerando la pronunciación de las eses, pero si el asunto se alarga nos desmadramos y volvemos a concluir cada palabra con la boca abierta.
Si hay dos palabras autóctonas que nos caracterizan esas son Acho y Pijo. Al igual que los murcianos le echamos limón a todo, Acho y Pijo son dos palabras comodines que nos sirven para todo.
La palabra Acho es un prodigio de economía del lenguaje que debería ser declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Se trata de un vocablo al que solo cambiándole la entonación cambia completamente el significado. Hay estudios que le han descubierto más de dos centenares de definiciones completamente diferentes. Es una palabra que, pronunciándola con el tono adecuado, puede sustituir no solo a otras palabras, sino hasta frases y párrafos enteros.
Pueden hacer ustedes la prueba, por ejemplo, en un bar. Miren al camarero y le gritan ¡Acho!; eso significa que lleváis un rato sentados en la mesa sin que os sirvan, así que por favor le dices que se acerque y tome nota.
Pero si al mismo camarero le gritan ¡Acho! cuando al acercarse despistado tropieza y te echa encima el café, le estás diciendo la próxima vez lleva más cuidado, me has puesto perdido y no sé si la mancha saltará. O al mismo camarero, cuando te sirve una marinera, y tras darle un primer bocado, cierras los ojos y le dices ¡Acho!, lo estás felicitando por lo deliciosa que está la tapa. Así, hasta el infinito.
Y con el Pijo, igual. Dos expresiones que sirven lo mismo para un roto que para un descosido, y que son los máximos exponentes de esa economía del lenguaje que caracteriza el acento murciano.
(*) Comerciante y graduado en Magisterio
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