Muchas personas están comenzando a ver los peligros de la toma de posesión global, pero tienen diferentes concepciones religiosas. ¿Cómo pueden personas de diferentes creencias unirse para apoyar la libertad, aunque no estén de acuerdo?
Es una pregunta compleja, a la que probablemente un obispo modernista respondería de esta manera: “¿Dónde está el problema? Todos somos hijos de Dios, independientemente de cómo lo llame cada creyente”.
Pero ésta no es una respuesta católica, y mucho menos la que debería dar un obispo, es decir, un sucesor de los Apóstoles. Los católicos saben, por la Sagrada Escritura y la Tradición, que se está librando una batalla de época, con dos bandos: el de Dios y el de Satanás.
Saben también que la victoria pertenece a Dios y a la Inmaculada, la Mujer coronada de estrellas del Apocalipsis, que aplastará la cabeza de la antigua Serpiente. Frente a un verdadero golpe de Estado mundial, en el que una élite esclavizada del Diablo impone su propia agenda, todo católico sabe reconocer la matriz infernal de lo que ocurre bajo el pretexto de la emergencia pandémica: reconoce la ideología de la muerte, el odio a la vida, la aversión a lo sagrado, la complacencia por el caos y la violencia.
Quienes no son católicos -o siguen a los prelados y al propio Bergoglio adaptándose a la narrativa de la pandemia y de las vacunas- ciertamente tienen más dificultades para entender el significado de estos acontecimientos, y no pueden comprender cómo el hombre puede querer la muerte de sus semejantes; cómo es posible que la autoridad civil -y religiosa- se haya dejado corromper y comprar traicionando a su propio pueblo; cómo los médicos pueden matar a los pacientes sin tratarlos, o suministrándoles tratamientos inadecuados, o recomendando un suero experimental que en condiciones normales nunca habría sido aprobado; cómo los magistrados no intervienen para detener la dictadura que se está instaurando en todas partes, en medio de la violación más escandalosa de los derechos fundamentales.
Como dije en mi mensaje a los ciudadanos de Suiza, no es la libertad lo que debemos pedir hoy, o mejor dicho: esa libertad que debemos reivindicar no es ni la licencia ni la arbitrariedad para hacer lo que queramos, sino -según la definición de León XIII en la Encíclica Libertas præstantissimum– la libertad de actuar dentro de los límites del Bien que hoy se impide.
¿Es libertad matar a un hijo en el vientre materno? ¿Es libertad reconocer derechos al vicio y al pecado, y burlarse o condenar la virtud y las buenas acciones? ¿Es libertad reclamar el poder que sólo Dios tiene, para decidir cuándo vivir y cuándo morir? ¿Es libertad reclamar el matrimonio entre personas del mismo sexo, de adoptar niños, de comprarlos a madres pagadas como madres de cría por “subrogación”? ¿Es libertad utilizar a los pobres y desheredados del mundo para destruir el tejido social de Occidente o para abaratar el costo de la mano de obra, cuando es precisamente el Occidente apóstata y anticristiano el que causa la pobreza y explota los recursos de los países subdesarrollados?
Los católicos, y sobre todo los laicos, tenemos la oportunidad de hacer comprender a quienes no tienen la gracia de la verdadera Fe y de la plena comunión con la Iglesia de Cristo, que todo lo que sucede -precisamente por su naturaleza evidentemente anticristiana- forma parte de esas “últimas cosas” – τα ἔσχατα– de las que habla la Sagrada Escritura, de la batalla de los hijos de la Luz contra los hijos de las tinieblas.
Y en ese punto los que son honestos, los que son buenos y quieren el Bien -los que el Evangelio llama “hombres de buena voluntad”- comprenderán que sólo hay una Religión considerada enemiga de la élite: la Religión Católica Apostólica Romana; y que ya no es posible permanecer neutral, o creer que se puede salir adelante sin elegir de qué lado se está.
La Gracia de Dios tocará sus corazones, y con los ojos del alma comprenderán que sólo hay un bando al que pueden pertenecer, y sólo la Cruz de Cristo bajo la cual podrán combatir al enemigo común. Y esta elección de bandos será bendecida y recompensada por Dios.
¿Qué rol juega la religión en (1) el golpe, (2) la solución, o (3) en ambos?
Esta es también una pregunta muy compleja. En primer lugar, hay que distinguir entre “religión” en sentido general y “religión” en el sentido de “religión católica”. Ciertamente, el Covid ha adoptado connotaciones religiosas para conseguir una mayor aceptación entre la población. He aquí, pues, los sumos sacerdotes de la pandemia, los predicadores de las vacunas, las conversiones de los infieles, las excomuniones para los nuevos herejes, la hoguera social para los no-vaxers, la salvación que da el haberse inoculado el suero génico.
Pero sabemos muy bien que Satanás es el mono de Dios, y también con el Covid ha demostrado inequívocamente que se puso de su lado. En segundo lugar, si hablamos de la Iglesia católica, hay que recordar que la Jerarquía sufre una especie de trastorno bipolar desde hace sesenta años: por un lado tenemos la doctrina, la moral, la liturgia, la disciplina que desde hace dos mil años es lo que precisamente hace católica a la Iglesia; por otro lado tenemos a Bergoglio y a los obispos modernistas que predican otra doctrina y otra moral, que celebran otra liturgia, que utilizan su autoridad no para custodiar la Fe y proteger el rebaño del Señor, sino para sembrar el error, la herejía, el cisma.
Los fieles también son conscientes de esta división, y en su mayoría no quieren ni han querido nunca que la Iglesia se convierta primero en una especie de secta protestante, y después en una ONG filantrópica o, peor aún, en la sierva del Nuevo Orden Mundial. Por la gracia de Dios, todavía hay muchos sacerdotes y algunos obispos que siguen siendo católicos, que creen plenamente en lo que Nuestro Señor nos ha enseñado, que celebran la Misa tradicional. Y que -casualmente- también son conscientes de la dictadura sanitaria, del plan del Gran Reinicio, de los proyectos del Nuevo Orden Mundial.
Y así como hay un Estado profundo en el Estado, también hay una Iglesia profunda en la Iglesia. La iglesia profunda ha hecho suya la ideología globalista, tal vez con la esperanza de poder formar parte de esa Religión de la Humanidad que la masonería quisiera instaurar. Una religión humana, o más bien satánica, en la que se permiten los ídolos y los demonios, pero de la que está vetado Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y único Salvador.
La Iglesia bergogliana propaga las vacunas y siembra el pánico por la pandemia
Por eso la Iglesia bergogliana es ecuménica, inclusiva, resistente, ecológica. Por eso propaga las vacunas y siembra el pánico por la pandemia. Por eso calla frente a las violaciones de los derechos humanos, a la profanación de las iglesias, a la secularización de las naciones, a la anulación de la identidad católica y de las tradiciones cristianas de la sociedad.
El Estado profundo quiere destruir la soberanía nacional, la economía, las empresas, la justicia, la educación, la salud y todo el tejido social: con ello, los gobernantes traicionan a su pueblo y mantienen el poder mediante la instauración de una dictadura.
Del mismo modo, la Iglesia profunda quiere destruir la Iglesia de Cristo, dejándola como una cáscara humanitaria, pero privándola de su alma, es decir, de su Señor y Dios. En ambos casos podemos reconocer la obra del Diablo, quien odia a Dios como Creador de todas las perfecciones del mundo y al mismo tiempo como Redentor y Salvador de la Humanidad mediante el Sacrificio de su Hijo divino en la Cruz.
En consecuencia, respondiendo a la pregunta: la Iglesia bergogliana ciertamente jugó un rol decisivo en la planificación de este golpe de Estado, al aprobar y enseñar culpablemente errores teológicos y filosóficos como base sobre la que pudieron proliferar la psico pandemia, el ecologismo neomalthusiano, el Gran Reseteo y la Agenda 2030, junto con la teoría de género, la aprobación del movimiento LGBT y los llamados “matrimonios” homosexuales.
Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy esta Iglesia profunda ha conseguido hacer digerir a los fieles una nueva religión, haciéndoles creer que siguen siendo católicos. La Iglesia profunda juega también un rol en el desarrollo del golpe de Estado global, porque aceptó y ratificó la narrativa de la pandemia, cerró durante meses las iglesias y prohibió los servicios, promulgó una Nota equívoca sabiendo que sería interpretada como la autorización de la Iglesia a las vacunas.
Raros prelados no vendidos al sistema
Bergoglio ha llegado a decir que el suero génico es un deber moral, de hecho, un acto de caridad, y ha llegado a imponerlo a los empleados del Vaticano. Pero la Iglesia profunda no será parte de la solución, habiendo sido parte del problema. Serán los buenos pastores, los raros prelados no vendidos al sistema, y los sacerdotes y religiosos que están en contacto diario con la realidad y ven los daños físicos, psicológicos, morales y espirituales causados por esta conspiración criminal, funcional para el control total de los ciudadanos y el exterminio de una parte de ellos.
Será la Iglesia católica, cuando haga resonar con fuerza la voz de Cristo, la que abra los ojos de la Humanidad y le haga comprender que la única forma de salir de este círculo infernal es que los hombres vuelvan a Dios, respeten su santa Ley, practiquen la virtud y abandonen el pecado. Cuando todos juntos de rodillas pidamos a Dios que se apiade de nosotros, pecadores, sólo entonces intervendrá y vencerá a sus enemigos. Entre ellos estarán los que hoy están perfectamente alineados con la agenda globalista.
¿Cómo creo que serán los próximos 12 meses si (1) la gente se defiende y lucha por la libertad, o (2) si la gente no se defiende ni lucha por la libertad?
Obviamente, no puedo hacer ninguna predicción, aunque espero que el desarrollo cada vez más rápido de los acontecimientos y la evidencia del golpe de Estado en curso dejen claro que es deber de todos oponerse con valor y determinación a la instauración del Nuevo Orden Mundial.
Pero repito: que nadie se haga la ilusión de que la cuestión se limita a una lucha por la libertad. Si debemos combatir, nuestra batalla debe ser por el regreso de Cristo Rey y de María Reina, en obediencia a la Ley de Dios.
Ya hemos abusado demasiado de la libertad, convirtiéndola en un fetiche que legitimaba las peores aberraciones: ahora es el momento de elegir entre ser “no ya siervos, sino amigos” de Nuestro Señor o esclavos de Satanás.
La idea de una Alianza Antiglobalista, que uniría y daría un programa de acción a todos los que no están dispuestos a someterse a la dictadura sanitaria o ecológica, podría representar una oportunidad: se podrían indicar principios generales válidos para todas las realidades locales, que luego cada movimiento compartiría, adaptándolos a las situaciones específicas.
Espero que haya dirigentes políticos, intelectuales, representantes de las instituciones, de la magistratura, de las fuerzas armadas, médicos, periodistas, profesores y personas comunes que quieran hacer suyo mi Llamamiento y convertirse en sus promotores. También porque, como ya he declarado, desde el momento que el ataque es global la oposición debe ser también global.
Pero si dejamos que esto ocurra, si nos encerramos en nuestras pequeñas realidades, fingiendo que no vemos la amenaza que se cierne sobre todos nosotros, si seguimos pecando y ofendiendo al Señor, nos haremos cómplices de los conspiradores y los traidores, y ciertamente no mereceremos la misericordia de Dios, ni saldremos de este infierno en la tierra. Piénsenlo bien: ésta puede ser la última oportunidad.
(*) Ex nuncio apostólico del Vaticano en Estados Unidos de 2011 a 2016
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