A falta sólo de una semana exacta para que finalice el plazo de presentación de ofertas por la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), todavía no ha aparecido un candidato resuelto a hacerse con ella. Como el tiempo apremia, el Banco de España ha puesto en circulación durante los últimos días mensajes inequívocos sobre su voluntad de blindar al comprador frente a futuros quebrantos. Pero el reflotamiento de la CAM es un reto de tal envergadura que, al menos de momento, nadie ha reunido el suficiente valor para dar un paso al adelante, aunque hay a quien ganas no le han faltado.
Con 70.000 millones de euros en activos, tres millones largos de clientes y una presencia muy destacada en la zona de Levante, la CAM es una pieza apetecible, salvo por su elevada exposición al ladrillo. Entre hipotecas y préstamos a promotores, suma un riesgo superior a los 31.000 millones, con una tasa total de morosidad del 19%. La mayoría de las grandes suspensiones de pagos derivadas del pinchazo de la burbuja inmobiliaria (Martinsa-fadesa, Nozar, Polaris World…) le han pillado de lleno y el Banco de España ha tenido que poner a su disposición 5.800 millones, la mitad para cubrir necesidades de liquidez.
Esa copiosa aportación de dinero no evitó que la CAM fuera una de las entidades españolas suspendidas en las últimas pruebas de estrés, que cifraron su déficit de capital en 947 millones de euros. El problema de fondo, sin embargo, no es tanto el volumen de recursos que todavía pueda requerir como la desconfianza que suscita la situación real de la caja, pues las cuentas son peores conforme más en detalle se conocen.
Tan es así que, a finales de marzo, en vísperas de la aprobación definitiva, sus socios en el SIP del Banco Base sufrieron un ataque de pánico y optaron in extremis por desbaratar el proyecto. Cajastur, Caja Cantabria y Caja Extremadura dejaron con un palmo de narices a la CAM y al Banco de España, que apoyaba entusiásticamente la operación; pero hicieron bueno el dicho de que más vale ponerse una vez colorado que veinte amarillo. Es probable que nunca se alegren bastante de la traumática decisión que entonces tomaron.
Visto lo visto, parecen muy lejanos ya los intentos de la Generalitat valenciana para formar un grupo regional de cajas bajo su control. Año y pico después de aquello, Bancaja sobrevive a la sombra protectora de Caja Madrid, mientras la CAM navega anegada por crecientes vías de agua, sin patrón definitivo y con destino incierto.
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