Que el independentismo protagonice un
nuevo acto masivo en el que demuestre su resiliencia, como el
protagonizado este sábado en Perpinyà,
no debería sorprender a nadie. Lleva desde 2012 desbordando las calles,
manifestación tras manifestación, y retando la interpretación de todos
aquellos que analizan el independentismo catalán como un fenómeno
pasajero y fruto de una coyuntura más emocional que política.
No pueden
estar más equivocados. Invariablemente el independentismo tiene
argumentos suficientes para defender sus posiciones tanto en la calle
como en las urnas porque, al final, van de la mano y no hay una encuesta
que no le conceda a este espacio político la mayoría absoluta en las
próximas elecciones catalanas.
Cuesta saber si había 110.000 personas como dijo la Policía Municipal
o más de 200.000 almas como afirmaron los organizadores en el retorno
de Puigdemont a la Catalunya Nord.
Casi es anecdótico. Basta con afirmar que se ven muy pocos actos
políticos con tantos asistentes tanto en Francia como en España. En el
Parque de las Exposiciones de Perpinyà no se alcanzaba esa cifra desde
1907, según la televisión France 3.
El Consell de la República
ha tenido la habilidad de convocar un acto que conservando como eje
central el exilio y la República ha sido plural en los mensajes,
inclusivo en el rol de los diferentes actores políticos, y contundente a
la hora de dibujar algo que puede parecer una obviedad pero que no lo
es ya que puede ensanchar el perímetro y subir el listón de la
reivindicación sin que la represión española pueda llegar a actuar.
Así, la acción de la policía del ministro Marlaska
se ha tenido que limitar a dificultar el acceso de los miles de
catalanes por la frontera y a impedir la entrada en las comarcas de
Girona a Puigdemont, Comín y Ponsatí bajo la amenaza de
detención. Curiosa democracia la española, que solo puede asistir
irritada y soliviantada a todo un reguero de homenajes de las
autoridades francesas a los exiliados catalanes a tan solo una treintena
de kilómetros de la frontera.
La prensa española y una parte de la
catalana lo ocultará o lo destacará poco pero la única explicación a las
recepciones de todos los grupos representados en el consistorio de
Perpinyà o del plenario del Consell del Departament dels Pirineus
Orientals al president exiliado es la diferente concepción de la
democracia, la libertad y la justicia.
La sordera del Estado español a cualquier tipo de reclamación
catalana viene de antiguo y de ahí el enorme escepticismo a la mesa del
diálogo. La jacobina Francia adelantando al neocentralismo español que
grita y grita mientras le humilla la justicia europea una vez tras otra.
Gracias a ella Puigdemont, Comín y Ponsatí estaban en Perpinyà y
también un día los presos políticos alcanzarán la libertad y obtendrán la justicia que les han negado los tribunales españoles.
(*) Periodista y director de El Nacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario