MADRID.- Helia González tenía cuatro años y tres meses el 28 de marzo de 1939.
A pesar de su corta edad en aquel momento y de sus 77 años actuales,
recuerda cada detalle de todo lo que sucedió durante aquellos días: los últimos suspiros de la República.
Las tropas de Franco avanzaban desde Almería con destino Alicante,
mientras que las columnas de Mussolini llegaban por el norte. Alicante
estaba acorralada. Decenas de miles de personas iban llegando al puerto
para escapar de lo que se convertiría en una ratonera. Helia consiguió
entrar en la última vía de escape junto a su familia : el Stanbrook.
“Nada más salir comenzaron a caer bombas donde estaba atracado el barco.
Eran los italianos”, recuerda Helia a Público.
Con la
dimisión del presidente Azaña, la huida de la flota republicana en
Cartagena y la sublevación del coronel Casado en Madrid que había
provocado la caída y el exilio del Gobierno de Negrín, los puertos de la
costa levantina -y en especial Alicante- se convirtieron en la última esperanza de todos los combatientes republicanos,
o simpatizantes, que pretendían huir de España para escapar de la
represión. A lo largo del mes diferentes navíos como el Marionga o el
African Trader zarparon rumbo al norte de África, así como numerosos
barcos pesqueros que partieron desde los puertos de El Campello, La Vila
Joiosa, Santa Pola y Torrevieja.
El padre Helia llegó el mismo día 28 de marzo del frente de batalla.
Vivían en Elche. Su padre llegó alterado y ordenó a todos que había que
huir. Las tropas de Franco y Mussolini estaban llegando. “Recuerdo cómo
mi madre preparó una tortilla de patatas con un solo huevo para los cuatro.
Era la única comida que teníamos y la tuvimos que compartir en el barco
con otra familia que no tenía absolutamente nada”, cuenta Helia.
La
familia de Helia llegó a Alicante al anochecer. En unas horas, a las 23
horas, zarparía el penúltimo barco del exilio. Unos minutos después lo
haría el Marítime, con 32 autoridades republicanas de la provincia,
dejando ya en los muelles a una multitud desesperada, atrapada en la ratonera del puerto alicantino.
En el Stanbrook, un viejo carguero inglés comandado por el capitán
Archival Dickson, 3.028 personas, entre ellos 147 niños, encontraron una
salida. Otras decenas de miles no encontrarían esta salida.
El
escritor Eduardo de Guzmán, que quedó en el puerto, escribiría en su
cuaderno: “Continúan los suicidios. En la parte exterior del muelle dos
cadáveres flotan junto al rompeolas. Un individuo que pasea por el
muelle con aparente tranquilidad se pega un tiro en la cabeza. Otro
muchacho se pega un tiro y la bala después de atravesar su cuerpo hiere
mortalmente a un viejo de pelo blanco. Dos días más y el fascismo no tendrá nada que hacer porque nos habremos matado todos”.
22 horas de viaje
Con
más del doble de pasajeros de los permitidos, el Stanbrook zarpó rumbo a
Orán. Helia recuerda como el capitán Dickson, el único que se apiadó de
los vencidos, permitió que entrara todo el mundo posible al barco
desobedeciendo las órdenes de seguridad y ordenó a los presentes que
nadie se moviera durante el viaje por peligro a desestabilizar el barco.
“El trayecto fue infame. Llovió y no teníamos con qué cubrirnos.
Tampoco podíamos ir al aseo. La embarcación tenía solo dos aseos y éramos más de 3000,y allí se había refugiado un montón de gente. Hice mis necesidades en la cubierta”, rememora.
A bordo del barco también estaba el abogado José Escudero, gobernador
civil de Salamanca, Zamora y Granada a lo largo de la II República. Su
nieto, Paco Escudero, ha recuperado parte de su memoria en la obra Pasajero 2.638. Nada más desembarcar en Orán, José escribió una carta a su mujer describiendo el viaje:“A las 22 horas de salir llegábamos a Orán y en un puerto hemos pasado los 8 peores días de mi vida.
Pasábamos el día y la noche como borregos, unos encima de otros, sin
comida apenas, con agua escasa. ¡Un horror! Anteayer desembarcamos unos
cuantos, ayer lo hicieron otros y hoy y en días sucesivos terminarán con
los que quedan”.
La suerte de los más de 3000 pasajeros fue muy dispar. Las autoridades
francesas comenzaron una caza de comunistas que tendría por objetivo
reclutar en campos de concentración a aquellas personas que consideraban
revolucionarias. El diputado francés de extrema derecha Albert Sedró
llegó a pedir en el Parlamento que mandaran a los portadores del germen
revolucionario a una isla al fondo del Pacífico.
Miles de españoles acabaron en campos de concentración con el
objetivo de construir el imposible tren transahariano. Proyecto francés
que arrancó en la I Guerra Mundial con presos alemanes como mano de obra
y que continuaría al borde de la II Guerra Mundial con la mano de obra
española.
El investigador José Aurelio Romero ha recopilado la
vida de Ramón Vías, miembro del pasaje del Stanbrook, que terminó en un
campo de concentración. “Estuvo en celdas de castigo y se erigió en
dirigente de la oposición dentro de los campos, por lo que fue condenado a muerte por los franceses”, cuenta Romero a Público.
Afortunadamente para Vías, la II Guerra Mundial ya había comenzado y
los estadounidenses llegaron al norte de África para luchar contra el
régimen frances títere de Hitler, la Francia de Vichy.
Helia fue a parar junto a su madre y su hermana de apenas unos meses a
la cárcel del cardenal Cisneros. “Allí siempre escoltados por la
guardia de senegaleses, nos ducharon y nos desinfectaron. Luego nos
llevaron a un lugar cercano que era una especie de colonia para
colegiales. Aún estaba en construcción y a menudo había explosiones para
sacar piedra de la tierra. Con cada explosión cundía el pánico”, recuerda.
Tiempo
después, un familiar de su madre que había emigrado a Argelia antes de
la guerra fue a recogerlos y la familia se trasladó a la ciudad de
Sidibel-abbesh. “Solamente se podía salir de los campos si alguien iba a
buscarte. Conocimos a una señora muy mayor, madame Martínez, que
consiguió sacar a todos los Martínez alegando que eran todos hijos
suyos”, rememora.
El destino tendría depararía una sorpresa más
para la familia de Helia. En Argelia operaba una compañía de teatro
español que había quedado dividida en dos, como España, tras el golpe de
Estado de los militares. “La compañía estaba formada por dos familias.
Los Salgueron se volvieron a España y la familia Pineda vino a buscarnos para completar la compañía”, apunta.
Los
siguientes ocho años Helia y su familia recorrieron cada una de las
poblaciones de Argelia con la compañía de teatro español. “No iba al
colegio, ni tenía casa fija. Viajábamos en carros, a pie o en autobuses
cargados hasta la baca. Actuábamos en patios de colegio, en las salas de bar, en los patios de las casas, etc.”, señala esta señora, que recuerda que la obra que más gustaba al público era Tierra Baja de Angel Guimerà.
En
julio de 1949 la familia consiguió regresar a España y rehacer su vida.
Tras la decepción de que el fin de la II Guerra Mundial no trajera la
democracia en España, Helia recuerda como su padre vivía con la ilusión
de que la muerte de Franco trajera “nuevos aires a España”. Su padre
vivió para ver a Franco morir, pero pronto se dió cuenta, recuerda esta
mujer, que la democracia “no cambiaría nada”.
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