Mentirán quienes digan que se han visto sorprendidos por el anuncio de
Ximo Puig en la Cadena Ser
de que quiere presentarse a la reelección como secretario general
del PSPV. Lo extraño, a decir verdad, hubiera sido lo contrario; a pesar
de que en julio de 2017 anunció que nunca más lo haría. Demasiadas
señales, conversaciones, filtraciones y algunos hechos apuntaban en la
dirección ahora confirmada, sólo hacía falta afinar un poco la
intuición.
Como esa charla con periodistas off the record que se filtró
hace un año, y en la que el president dejaba claro que aún era joven
para seguir liderando el proyecto socialista. Y otras de las que no
quiero dar pistas, por no fastidiar a las fuentes que deben mimarse
hasta en el banquillo de los acusados. Sin olvidar esa victoria el 28A
más cómoda que la que le permitió en 2015 conquistar una presidencia de
la Generalitat que al PSPV se le negaba desde hacía más de dos décadas.
Nunca, desde 1995, el PSPV había retenido tanto poder institucional.
Desde una perspectiva razonada y política, en un partido como este,
no tenía sentido que Ximo Puig renunciara a seguir como secretario
general del PSPV. ¿Alguien pensaba que él iba a seguir como president de
la Generalitat y aceptar que “otro” liderara el partido? No es que él
lo haya verbalizado cuestionando la “bicefalia”, es que hubiera supuesto
un error muy grave en una formación en la que el mimetismo entre
estructuras de partido y poder institucional es total. Miren por ejemplo
cuál es el organigrama del PSPV, a nivel autonómico, provincial y
local, y fíjense cómo se reparten los cargos en las instituciones.
Y les
diré más, ¿cómo hubieran actuado sus fieles si, a dos años de un
congreso del PSPV, Ximo Puig hubiera confirmado que no se presentaría?
En un partido plagado de cadáveres políticos por luchas cainitas
constantes durante veinte años lo normal es que los viejos sables y
cuchillos hubieran sido recuperados para acudir a un congreso de dura
confrontación entre “ximistas” y los fieles a José Luís Ábalos.
Es lógico pensar que Ximo Puig haya estado presionado por los suyos
para intentar taponar el debate que él mismo abrió hacer dos años. Y que
el rechazo a esa “bicefalia” en el PSPV haya podido estar también
condicionada también por la propia configuración del gobierno del
Botànic; que no olvidemos es un ejecutivo conformado por seis
sensibilidades políticas: la del PSPV, las tres de Compromís (Bloc,
Iniciativa PV i Verds) y las dos de Unidas Podemos (Esquerra Unida y
Podem). Lo dicho, una “bicefalia” en el PSPV habría sido compleja de
gestionar en este contexto.
Podría concluirse, incluso, que el precio de
no presentar candidatura para la reelección como líder del PSPV era
superior al de intentar renovar mandato, pues las consecuencias en un
momento tan delicado de la política hubieran sido nefastas.
Ocurre,
además, que en este momento las relaciones entre Ximo Puig y Pedro Sánchez son
las mejores que ambos han tenido desde que se conocen: el presidente
español ha encontrado en el valenciano su mejor apoyo dentro del PSOE
para buscar un pacto con ERC que puede ser realidad en pocas horas; hay
sintonía, y en estos momentos esa sintonía tiene mucho valor. Y también
se equivocan aquellos que creen que Ximo Puig y José Luís Ábalos tienen
mala relación; es mejor que hace un tiempo; ambos están colaborando más
que nunca.
El anuncio de Ximo Puig no va a calmar ciertos ánimos en la federación
valenciana, en absoluto. Los hay, y los veremos pronto, que creen que el
periodo del actual secretario general se ha agotado, además de tener
muchos frentes abiertos que pueden erosionar su liderazgo, dentro y
fuera de las instituciones. Los hay que creen que hay que aprovechar el
contexto, el poder institucional, para “renovar” el PSPV, un partido que
sigue anclado a los mismos vicios del pasado.
“Somos un partido que aún
está enfermo”, me contaba un buen aliado de Ximo Puig. Es cierto: el
socialismo valenciano tiene mejor votante que estructura, con todo lo
que eso conlleva. Es una formación que mantiene las mismas tendencias
fraticidas que la llevaron a la oposición en 1995, con unas endogamias
internas terribles, con unas agrupaciones envejecidas (no tanto por la
edad de sus integrantes sino por la antigüedad de sus ideas) que le
impiden abrirse a la sociedad en plena revolución política e incorporar
materia gris con la que renovar ideas y proyectos. Prueba de esto es que
el PSPV, a estas alturas, no tiene un think tank o laboratorio de ideas como sí tiene Compromís con la Fundació Nexe.
Tenía razón Manolo Mata cuando subrayaba que en estos cinco años,
el PSPV ha logrado más victorias que en los viente años anteriores, lo
que es una historia reciente de éxitos. Y hoy por hoy, el mejor capital
político del partido es el propio Ximo Puig. Pero parece que el PSPV
está a veces más dispuesto a repetir sus errores antes de que a iniciar
cambios fundamentales para conectar con la sociedad que les vota. El
peor enemigo del PSPV siempre ha sido el propio PSPV, y Ximo Puig lo
sabe, mejor que nadie.
(*) Periodista
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