El Palacio de Congresos de Madrid ha sido una balsa de aceite. Lo propio de un partido ganador con un líder, José Luís Rodríguez Zapatero, que se presenta con dos elecciones ganadas y, por lo tanto, resulta incuestionable e incuestionado. Y eso a pesar de que muchos compromisarios calificaron su discurso de apertura como de "flojito". Lo cierto es que Zapatero se pareció a si mismo más que nunca.
Se han hecho esfuerzos en los días previos por dotar de contenido ideológico y doctrinal a la cita congresual. Y ahí han aflorado las bases, o mejor dicho, parte de las bases, que han canalizado el debate en asuntos como el aborto, la laicidad o la eutanasia. No hay dentro del PSOE unanimidad al respecto y de ahí que el resultado final vayan a ser soluciones de compromiso, sin fecha, sin plazos y, lo que es más importante, sin que lo que resulte aprobado vaya a formar parte del programa de Gobierno.
Con todo, lo más importante dentro del escueto debate han sido las alusiones a la lengua y a la bandera. Es como si el manifiesto a favor de la libertad para poder ser educado en castellano haya molestado a la dirección socialista. Sólo cabe preguntarse si atenta a los principios de la izquierda que las instituciones públicas garanticen no sólo las diversas lenguas sin que eso suponga merma de la enseñanza en castellano. Si se cumplen los planes del Gobierno Vasco a partir de septiembre todos los niños del País Vasco comenzarán su etapa educativa sólo en euskera.
¿Qué contradicción puede haber entre los principios y valores de la izquierda y la enseñanza del castellano en algo más de 600 horas del curso escolar? Si la izquierda para ser más izquierda, si para reconocerse más a si misma, necesita abogar por la desaparición de los funerales de Estado es que la pereza intelectual se ha adueñado de un partido que, con aciertos y errores, ha sido pieza esencial de la historia de España.
Si esto es todo lo que se les ocurre cuando la globalización somete a profundos cambios a todas las sociedades, cuando Europa no acaba de hacerse mayor, cuando nuestro maravilloso Estado del bienestar comienza a ser cuestionado en busca de nuevas fórmulas en países que llegaron a él antes que nosotros, cuando, en fin, pagamos 20.000 millones de euros para obtener una energía que denostamos...
Cuando todas estas cosas ocurren, Zapatero se agarra a su discurso -casi siempre el mismo- de ampliación de derechos, iniciativa bien plausible, por cierto, pero claramente insuficiente para la complejidad de los problemas y retos que España comparte con los países civilizados.
Pero no pasa nada. Todos saldrán triunfantes y hasta la próxima. Pero acaba el Congreso y el Gobierno se dará de bruces con la crisis económica, que apenas si se ha abordado, con el aumento del paro y con la financiación autonómica, que en lo que a Cataluña se refiere el próximo 9 de agosto tiene que estar ultimado, cuando menos, un principio de acuerdo.
Lo más significativo, sin duda, es el grado de presidencialismo alcanzado en el PSOE de Rodríguez Zapatero y lo más llamativo es la fumigación no ya de la vieja guardia -sólo aguanta Manuel Chaves- sino de aquellos otros más recientes y que fueron los que en su día auparon al hoy Presidente del Gobierno. Salvo José Blanco, que a día de hoy es un hombre casi imprescindible para el Presidente del Gobierno, todos los demás son actores secundarios.
A rebufo del nuevo plantel del PP, Rodríguez Zapatero quiere que Blanco se deje acompañar por una mujer. Ayer la vieja guardia, con más resignación que entusiasmo, apostaba por Leire Pajín. Si así ocurre Alfonso Guerra no se habrá equivocado. Hace más de un año sentenció: "como sigamos así, pasamos de Prieto a Pajín sin enterarnos".
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