No se trata únicamente, ni mucho menos, de que las principales arterias del Centro estuvieran cortadas, con unas obras endemoniadas que convertían todo el entorno en un infierno intransitable y molesto para quienes tenían que arriesgar su integridad por ellas.
Tampoco nos referimos a convertir los accesos a la ciudad, en pleno verano, en una auténtica ratonera, sin trasportes públicos alternativos ya que, en algunos casos, eran inviables por ir atestados de personas hacinadas, como sucedía con el tranvía, o empleando en algunos trayectos de unos pocos cientos de metros cerca de una hora, como sucedía con los autobuses.
Ni siquiera hablamos de la suciedad acumulada que forma ya parte del paisaje urbano, ni del deterioro en calles y en el mobiliario urbano, ni de la falta de arbolado y sombra cuando las elevadas temperaturas veraniegas, como consecuencia de la aceleración del cambio climático, están llevando a nuestras ciudades a atravesar crisis de calor desconocidas, ni del mal estado de nuestros parques y jardines cuando son más usados y necesitados por los vecinos.
Hablamos de algo mucho más amplio y generalizado que vecinos, visitantes y turistas sentían y manifestaban en sus conversaciones y en las redes sociales. La sensación extendida de dejadez absoluta que transmite Alicante, de abandono se mire donde se mire, de una desidia que se mastica allí por donde se transite, en todos sus barrios y rincones.
Alicante parece un barco a la deriva, abandonado a su suerte y sin que nadie esté al timón, con sus pasajeros sorteando olas, temporales y peligros como buenamente podemos porque la tripulación y su capitán, el alcalde, al mando, no saben a dónde llevan la nave. Y ya sabemos que no hay peor travesía que la de quienes no saben a dónde se dirigen.
Pero claro, hablamos de un alcalde y de su partido, el PP, que ganaron las pasadas elecciones municipales sin molestarse siquiera en presentar un programa municipal y con promesas deslavazadas tan rutilantes y ambiciosas como el «mantenimiento de aceras y calzadas». De hecho, el alcalde, Luis Barcala, daba más importancia en sus mítines electorales al terrorismo y los independentistas que a los proyectos estratégicos de futuro para Alicante.
La ciudad vive una fiebre de obras que parecen obedecer más a la necesidad de gastar por gastar los fondos europeos para ejecutar contratos con empresas constructoras, que por la ambición de transformar una ciudad que, sus propios responsables, no paran de maltratar.
Ahí tenemos los más de trescientos árboles adultos cortados y eliminados de nuestras calles, melias incluidas, cuando desde Naciones Unidas se apremia a las ciudades a desarrollar estrategias verdes para calmar el rigor del clima y proporcionar un confort climático que Alicante necesita con urgencia.
Pero demostrando el poco respeto que se tiene en el Ayuntamiento hacia los vecinos, nuestro alcalde criticó a quienes censuraban este arboricidio en el que está embarcado, llegando a afirmar que en lugar de todos esos árboles que se eliminan se creará lo que llamó con indisimulado cinismo «anillo verde», al sustituirlos por famélicos plantones que tardarán años en crecer y dar sombra.
Sin embargo, ni las nuevas obras emprendidas están recuperando la ciudad para los peatones, al no hacerla más verde y amable, como ha publicitado el alcalde Barcala, ni están contribuyendo a mejorar la calidad urbana y la convivencia.
Las obras en Mártires de la Libertad, con cerca 2,6 millones de euros de coste, son un buen ejemplo, eliminando dos pasos de peatones previstos, reasfaltando y colocando una mediana con palmeras, suprimiendo la separación entre la carretera y la zona de la Explanada. Otras muchas actuaciones, terminadas o en curso, van en un sentido similar, como intervenciones puntuales aisladas que no rompen con la segmentación social y espacial que tiene Alicante.
Pero más grave aún es que ninguna de las actuaciones, medidas, proyectos, intervenciones y decisiones que salen del Ayuntamiento, absolutamente ninguna, es informada previamente, compartida, consultada, dialogada, sometida a debate público o enriquecida con propuestas de vecinos, entidades y expertos, en lo que se ha convertido en el sello autoritario de actuación de Barcala y de sus equipos de Gobierno en el Ayuntamiento.
Si a ello añadimos su obsesión enfermiza por ocultar informes y documentos públicos, encubrir decisiones y actuaciones municipales a vecinos, colectivos sociales, medios de comunicación, partidos de la oposición e incluso a otros altos organismos, nos daremos cuenta de hasta qué punto Alicante está dirigida por un gobierno municipal autoritario que no deja de profundizar en su opacidad y ausencia de participación pública.
Y todo apunta a que seguirá siendo una de las señas de identidad política del mandato de Luis Barcala.
(*) Doctor en Sociología por la Universidad Complutense y profesor de la Universidad de Alicante
https://www.informacion.es/opinion/2023/09/10/autoritarismo-municipal-91887582.amp.html
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