En octubre de 2008, la solitaria isla del atlántico Norte, conocida por su estabilidad financiera, vio cómo su economía se derrumbaba en pocos días a raíz de la crisis crediticia mundial, que obligó al gobierno islandés a hacerse cargo de los tres principales bancos del país y suspender las actividades bursátiles.
Con Islandia al borde de la bancarrota, los islandeses salieron a las calles a manifestar su ira por haber perdido sus ahorros y sus trabajos mientras la inflación se disparaba y la moneda se devaluaba, todo como consecuencia, a su entender, de unos pocos banqueros fuera de control.
Según un fiscal especialmente designado para investigar el colapso de los bancos, entre 50 y 60 altos directivos y abogados bancarios han sido interrogados por el caso, pero aún no se ha presentado ningún cargo en su contra.
Antes del colapso, Islandia había vivido más de una década de prosperidad con sus grupos financieros invirtiendo con fuerza en el extranjero y los banqueros vistos como magos.
Ahora, un año después, con una economía que debería contraerse un 9% este año y un consumo doméstico en caída del 20%, la mayoría de los directores de los bancos se han ido del país para trabajar como consultores financieros de misteriosos empleadores.
Birgitta Jonsdottir, una manifestante que se convirtió en parlamentaria, está sorprendida de que los bienes personales de los banqueros no hayan sido congelados.
"Hubiera sido muy normal congelar sus bienes", dijo, anticipando el regreso de las protestas del año pasado y describiendo a la situación como una "bomba de tiempo".
Un grupo llamado 'Skapofsi', o 'Furia' se está ocupando de recordar a los antiguos héroes que ya no son bienvenidos en Islandia, con pintadas en rojo en sus casas y automóviles.
Los banqueros consultados con ocasión del aniversario de la crisis no han querido revelar su identidad y se mostraron dubitativos a la hora de describir el efecto que el colapso financiero y económico ha tenido en sus vidas.
Los banqueros cuestionados se negaron a hablar de las amenazas que reciben, del riesgo de causas penales que a las que se enfrentan o de sus temores de que sus nuevos empleadores se vean inundados de correos electrónicos llenos de ira si alguien descubre donde están trabajando actualmente.
En cambio, admiten que es difícil saber si el colapso pudo haberse evitado, en gran parte porque el sistema financiero islandés había crecido tanto que el Banco Central y el gobierno tenían pocas opciones de salvar las entidades bancarias en problemas cuando estalló la crisis.
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