Este trabajo, probado en la sierra de Gádor (Almería), entre otros enclaves, aparece en la revista 'Remote Sensing of Environment', y es aplicable a distintas zonas del mundo, aunque resulta especialmente apropiado para zonas áridas.
Según informó el CSIC en un comunicado, el índice, que también se prueba actualmente en Senegal, China, Marruecos y Chile, permite crear mapas de riesgo, obtener tendencias temporales de degradación e incluso evaluar el efecto de la desertificación sobre el ciclo hidrológico. Además, en el caso de que ésta afecte a grandes territorios, podría contribuir a evaluar sus efectos sobre el clima.
Aplicable en distintas zonas del mundo, el nuevo indicador es especialmente apropiado para zonas áridas, ya que hasta ahora los índices de degradación se basaban sobre todo en la densidad de vegetación, "una variable difícil de estimar mediante teledetección en zonas áridas donde la cobertura vegetal es muy baja", según explicó la investigadora del CSIC en la Estación Experimental de Zonas Áricas en Almería Mónica García.
Sin embargo, el nuevo índice se basa en los ciclos hidrológico y energético y en el uso del agua por parte del ecosistema.
El nuevo índice se basa en la variable de la fracción no evaporativa, relacionada con el uso del agua por parte de los ecosistemas y por tanto con los ciclos hidrológico y energético.
"El funcionamiento de los ecosistemas depende en gran parte de la evapotranspiración, que es el agua devuelta a la atmósfera en forma de vapor", explicó García.
"Este fenómeno conecta los ciclos hidrológico y energético, ya que la energía de la superficie terrestre puede ser disipada bien como evapotranspiración o bien como calor sensible, estando el reparto condicionado, entre otros factores, por el estado de degradación de la tierra", añadió.
Así, las zonas degradadas, que tienen suelos de menor espesor, fertilidad y capacidad de almacenamiento de agua, además de menos cobertura y densidad vegetal, disiparían mayor cantidad de energía como calor sensible, por lo que conociendo la energía disipada es posible conocer el estado del ecosistema.
Esta investigación forma parte del proyecto europeo DeSurvey (A Surveillance System for Assessing and Monitoring Desertification), que pretende crear sistemas para monitorizar el riesgo de degradación de grandes regiones e identificar los puntos de mayor riesgo.
El proyecto está coordinado por Juan Puigdefabregas, de la Estación Experimental de Zonas Áridas, y en él participan 39 instituciones de nueve países europeos más China, Chile, Túnez, Marruecos, Argelia y Senegal.
Según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, más de dos terceras partes del territorio español se encuentran potencialmente afectadas por la degradación, toda la mitad sur --a excepción de las cadenas montañosas más elevadas--, la meseta norte, la cuenca del Ebro y la costa catalana.
En todo el mundo, la desertificación y la sequía afectan a más de 110 países y amenazan los medios de subsistencia de más de 1.200 millones de personas. Según las Naciones Unidas, una tercera parte de la superficie terrestre estaría amenazada por la desertificación.
Entre ellas, las sequías, los incendios recurrentes y el uso irracional del suelo o su sobreexplotación por parte del hombre, que causan la degradación de la tierra y su pérdida de productividad biológica y económica.
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