MADRID.- Es una miniciudad a cinco minutos de Madrid que tiene como objetivo apoyar al presidente del Gobierno, que es su único inquilino. Así es La Moncloa, un territorio al que muy pocos tienen acceso, y así trabajan los asesores de Rajoy, según un reportaje de El País.
Antes de las ocho, a la misma hora en que Rajoy termina de machacarse
en la elíptica, comienzan a encenderse las luces en un inmueble con
forma de H contiguo a la burbuja de alta seguridad que alberga su
despacho y el salón del Consejo de Ministros. El llamado edificio de
Semillas, construido en 1950 dentro del pomposo estilo historicista que
domina la arquitectura del poder al oeste de Madrid, se utilizó durante
décadas como laboratorio de simientes selectas.
En 1977 experimentó una
inusitada metamorfosis. Y se convirtió en laboratorio de ideas. Desde
entonces alberga al equipo de asesoramiento del presidente del Gobierno.
Su ingesta diaria de neuronas. Sus guardaespaldas intelectuales. Con el
jefe del Gabinete, José Luis Ayllón, como director de orquesta.
Eva Valle en el papel de directora de la Oficina Económica. Y Cristina
Ysasi-Ysasmendi al frente del Departamento de Seguridad Nacional y número dos
del Gabinete. Un político bregado desde la base, una tecnócrata
placeada en el FMI y una alta funcionaria que conoce todos los resortes
de la Administración.
Son la bisagra. Los ojos, oídos, la voz sin sordina y, llegado el caso,
el puño de hierro del jefe del Ejecutivo. Los analistas que tienen que
advertirle de los riesgos al final de cada curva política; interpretar
su pensamiento y componerle discursos memorables; diseñar respuestas y
réplicas y contrarréplicas rápidas, mordaces y fundadas (Rajoy es un
obseso de la trazabilidad de cada dato que le proporcionan) para sus
citas parlamentarias; convertirle en un líder indiscutible en el show
del estado de la nación; realizar un exhaustivo seguimiento del
cumplimiento del programa electoral; coordinar, vigilar y poner orden
entre los estancos y recelosos departamentos ministeriales (y sus
titulares aspirando a ocupar un día su sillón de La Moncloa);
aconsejarle qué hacer, a quién ver, adónde ir (“hay que proteger al
presidente incluso de sí mismo”, sentencia José Enrique Serrano, director del Gabinete de Rodríguez Zapatero
entre 2004 y 2011); calcular la oportunidad de cada anteproyecto de ley
(y, cuando no conviene, congelarlo); gestionar las crisis y analizar
las encuestas; manejar las delicadas relaciones con la Corona (todos los discursos del Rey, incluido el de Navidad,
son leídos, retocados y visados desde Moncloa, donde también se valora
la oportunidad de sus viajes y se prepara el guion de los encuentros de
cada lunes entre Felipe VI y Rajoy); tramitar su relación con los
ciudadanos (30.000 peticiones cada curso de las que se contestan el
99%). Incluso alimentar su cuenta de Twitter.
“Y todo sin olvidar cuál es tu lugar. Eres un asesor, un mediador, un
secretario (que viene de secreto). No puedes usar en vano la voz del
césar. Tú eres su major domus. El remolcador no puede ser el que dirija el portaaviones”, reflexiona Carlos Aragonés, director del Gabinete de José María Aznar entre
1996 y 2004.
“No te puedes saltar los rangos. No decides: asistes y
aconsejas. No puedes tener una agenda propia. Si quieres poder real
tienes que aspirar a un ministerio, no a trabajar en Moncloa. El
Gabinete no tiene poder, sino influencia. Y, en todo caso, poder
delegado. Cuando llamas a un ministro, sabe de parte de quién lo haces.
Puedes reclamar todo lo que el presidente quiera ver. ¡Todo! Y luego ves
lo que el jefe te deja que veas. El presidente es, de lejos, la persona
mejor informada de este país”.
Unos argumentos que corrobora su sucesor en Moncloa (y buen amigo),
José Enrique Serrano, un hombre al que incluso sus rivales reconocen
estar sobrado de auctoritas: “El presidente decide cuánto debes saber. Por ejemplo, los análisis del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) llegan a Semillas por escrito y en sobre cerrado. Tú los recoges. Y el presidente te los muestra o no. El cliente
de los servicios de Inteligencia es el presidente. El Estado es una
montaña, y cuanto más asciendes, más ves. Pero en la cumbre solo hay
sitio para una persona. Que lo ve todo. Porque está obligada a tomar las
decisiones”.
Serrano insiste en que la fisonomía y funciones de cada Gabinete
dependen de la personalidad del jefe del Gobierno y de la persona que
ponga al frente. Su número dos en Moncloa durante la primera legislatura de Zapatero (y negro del presidente socialista, con un récord de 150 discursos redactados en un año), Enrique Guerrero, hoy eurodiputado,
apoya esa idea: “Zapatero confiaba mucho en su círculo externo a La
Moncloa, y estaba todo el día colgado al móvil. Aznar era muy
disciplinado y se apoyaba en una estructura más formal. Y Felipe
representaba el tipo con criterio propio, intuición y capacidad de
análisis. Usaba el Gabinete de una forma más heterodoxa que Aznar. Pero
ambos se leían todo”. Gabriel Elorriaga, subdirector del Gabinete de
José María Aznar entre 1996 y 2000 y hoy director internacional del
Grupo Planeta Formación, recuerda: “Aznar se leía todos los papeles que
le mandábamos y nos los devolvía subrayados y glosados. Era un
empollón”.
¿Y Rajoy? Alguien que ha trabajado a su lado como consejero
describe su estilo: “Como persona es más fácil que Aznar, pero como
asesorado es más impermeable. No le gusta tomar la iniciativa. Se piensa
mucho las decisiones. El asesoramiento con él es menos productivo que
con otros presidentes”.
Como resultado del temperamento de cada líder, el Gabinete de Felipe
González (bajo su presidencia se creó la metodología y el esquema del staff,
dividido en departamentos que funcionan como espejo de los ministerios)
fue el más numeroso, muy de partido y dedicado al control político de
los ministros bajo el dictado de Alfonso Guerra.
Aznar cedió la célula
de Moncloa a sus jóvenes cachorros liberales (Aragonés, Elorriaga, Tomé,
Lasquetty, Timermans), un equipo muy compacto ideológica y
personalmente que funcionó de forma engrasada.
Zapatero, ante lo
inesperado de su victoria en 2004, recurrió en su primera legislatura a
los gabineteros de Felipe (Serrano, Guerrero y Martínez-Fresno)
y se confeccionó un Gabinete a su medida en la segunda, con su primo
José Miguel Vidal Zapatero como director adjunto.
Y Moragas, en plena
crisis de 2011, tiró de altos funcionarios, reservándose la política
exterior y de seguridad y renunciando a la económica, que asumió Álvaro Nadal y después Eva Valle.
Para que el presidente afronte en las mejores condiciones lo que
Aragonés define como “el temblor de la gran decisión”, la obligación de
esos equipos es suministrarle información independiente. Ser sparring y coach.
A través de notas de despacho (el Gabinete de Serrano redactó 14.000 en
los siete años de Zapatero), “solo para los ojos del presidente”,
confidenciales, concisas y, a poder ser, entretenidas (para que se las
lea).
“Que pongan en relación información de distintas fuentes”, explica
Cristina Sádaba, exasesora de política nacional de Rajoy. “Con
honestidad, libertad intelectual y sentido crítico”, concluye. Informes
en los que cada experto de Semillas está obligado a mojarse y rubricar
las opiniones que suministre al “jefe”. Salpimentarlo, recibir el visto
bueno de los gabineteros jefes y servir el cóctel al presidente. Y que este ejecute. O no.
“Cuando un jefe de Gobierno tiene que tomar una decisión crucial, nunca
elige entre una solución buena y otra mala, sino entre una mala y otra
peor”, explica el diplomático Bernardino León, secretario general de la Presidencia con Zapatero
entre 2008 y 2011 y hoy director de la Escuela Diplomática de Emiratos.
“Como asesor debes ser responsable, tener buen juicio y afinar tus
recomendaciones”, explica Aragonés, “porque, como nos decía Aznar,
‘ahora me toca a mí subir a la tribuna y soltarlo”.
“Cuando haces un
informe al presidente nunca sabes si te va a hacer caso. Pero aunque
decida lo contrario, tienes que tomar esa decisión como tuya. Y
defenderla. En eso consiste la lealtad. Te proporciona un baño de
humildad. Y eso es bueno en Moncloa, donde abundan los egos”, explica
Carlos Alonso Zaldívar, ingeniero y embajador, que fue jefe del
Departamento de Estudios de Felipe González entre 1990 y 1994.
Trabajar en el laboratorio del presidente no es sencillo.
Menos aún sosegado. A pesar del entorno bucólico y escurialense de La
Moncloa. Y los plácidos e inmaculados pasillos de Semillas, por donde
circulan en silencio analistas con traje a medida, ordenanzas de levita,
guardias con tricornio y atildadas altas funcionarias.
La actualidad
manda. La realidad pulveriza la planificación. Y se trata de ir por
delante. “Hay tres elementos que complican la vida a la hora de asesorar
al presidente: la velocidad de los acontecimientos, la complejidad y
variedad de los temas y la presión de los lobbies”, explica Antonio Núñez,
asesor de Políticas Sociales del Gabinete entre 2012 y 2014. “Los
asuntos que escalan hasta su mesa son siempre complicados”, explica
Bernardino León. “Todo es duro. En Moncloa no hay día bueno. Hay que
tener un talante y una dureza especial para trabajar allí. Le llaman
sentido de Estado”.
La vida del director del Gabinete transcurre conectado a su
presidente 24 horas al día, 365 días al año, con las vacaciones
irremediablemente interrumpidas y jornadas de trabajo de 12 horas
ambientadas por los trinos de las aves y el susurro de los cedros de La
Moncloa. Su territorio es el enorme despacho de la primera planta de
Semillas, que un día fue de Alfonso Guerra.
A la derecha de su gran
mesa, el sistema de videoconferencia de alta seguridad Malla B, de
conexiones blindadas con los poderes del Estado. Sobre ella, toneladas
de papel. Y alguna carpeta estampillada con el inquietante rótulo
“¡Destruir!”. José Luis Ayllón, director del Gabinete desde enero, ya se
ha convertido en el último trabajador en abandonar ese edificio pasadas
las once de la noche.
El equipo de asesores del presidente Rajoy es pintoresco y
multidisciplinar. Empezando por sus directores. Bichos raros en sus
partidos. Mudos, distantes y solitarios. Refractarios a los focos.
Soberbios en su humildad. Una atipicidad que les contagian sus jefes. Y
provoca una curiosa relación de amor-odio entre ellos.
“Eres el único
que se puede cabrear con el presidente”, explica Jorge Moragas, director del Gabinete de Rajoy
entre 2011 y 2017. “Nadie se atreve. Y a los ministros les ve en
privado cada dos semanas. Nadie le discute. Excepto tú. Va en tu sueldo.
Pero tienes que dosificar tu espíritu crítico. No puedes abusar de la
cercanía. No puedes estar todo el día calentándole la oreja”.
José
Enrique Serrano, que trabajó con Felipe y Zapatero, reflexiona: “A la
hora de que el presidente tome una decisión, su director tiene que tener
todo en cuenta. Pero él no. El poder ciega. Llega un día en que se
comienzan a oír gritos en Moncloa: ‘¡Presidente, esto no se puede
hacer!’, y su respuesta es, ‘¡he ganado las elecciones!’. Y tú
contestas, ‘la ley dice que las cosas se tienen que hacer de determinada
forma’. Hay que tener mucho coraje para hacerle ver la realidad. Porque
es el presidente”.
Miguel Sebastián,
director de la Oficina Económica de Zapatero entre 2004 y 2006,
asegura: “Yo era su abogado del diablo. Solo le decía la verdad. No
tenía el BOE pero tenía el Power Point. Si él estaba feliz porque el
paro había bajado de los dos dígitos, yo le aguaba la fiesta y le
explicaba que en poco tiempo volvería al 15%. Era su tocapelotas
económico particular”. “Tienes que hacer muchas llamadas a la realidad”,
reflexiona Serrano. Pero en este oficio lo último que se puede ser es
pelota”.
Javier Zarzalejos, secretario general de La Moncloa entre 1996 y 2004 y hoy responsable de FAES, el think tank
de Aznar, cree que es clave hacerle ver la verdad al presidente por
desagradable que sea. “Porque si no corres el riesgo de convertirte en
la corte del faraón. Que desaparezca la tensión interna y el debate. No
ha sido elegido para tener una vida fácil. Tu trabajo es protegerle,
pero no aislarle. No puede estar a disposición de todos, pero tampoco
puede estar en una burbuja”.
Dentro de esa fauna endémica que ha
gobernado el Gabinete desde 1995, José Enrique Serrano sería el político
con mayúsculas; un profesor de Derecho con el Estado en la cabeza, que
tardó décadas en pedir el carnet del PSOE. Carlos Aragonés, un diletante
filósofo liberal tan iconoclasta en materia política como conservador
en los usos y costumbres. Jorge Moragas, un inquieto diplomático
apasionado por el protocolo (“es la plástica del poder”), que ha
convivido durante 13 años con tres presidentes (González, Aznar y
Rajoy). Y José Luis Ayllón, un estajanovista chusquero de la política,
con una visión panorámica del Estado, muñidor de la Ley de
Transparencia, íntimo de Soraya Sáenz de Santamaría y pieza clave en el
futuro diseño electoral de Rajoy. No es un especialista en asuntos
internacionales ni un old boy de ningún gran cuerpo del Estado, pero es
un excelente cocinero de política nacional. Lo que necesita Rajoy.
Por debajo de Ayllón, la materia gris de Rajoy se compone de 47
asesores entre el Gabinete (35 analistas distribuidos en los dos pisos
del ala norte de Semillas) y la Oficina Económica (12 personas en la
primera planta del ala sur). El sótano concentra al equipo de Atención
al Ciudadano. Y un pasaje custodiado por la Guardia Civil que comunica
Semillas con el ala privada del presidente. Del despacho de Ayllón al de
Rajoy hay dos minutos.
El área blindada del líder del Ejecutivo solo
está conectada con sus equipos a través de tres puntos estratégicos: el
Gabinete (los asesores); la Vicepresidencia (la cocina política) y el
Portavoz (comunicación y propaganda). A espaldas de este edificio se
encuentra la que fue pista de tenis de Suárez, de pádel de Aznar y de
baloncesto de Zapatero. Hoy languidece. Como los abandonados
invernaderos de naranjitos de Felipe.
El ala sur del segundo piso de Semillas alberga la secretaría general, dirigida por la abogada del Estado Charo Pablos.
Sus colaboradores son dos militares, el coronel Andrés Costilludo al
frente del protocolo (del Estado y del presidente) y el coronel de la
Guardia Civil Alejandro Hernández Mosquera como responsable de su
seguridad.
El número de efectivos policiales que dirige es secreto,
aunque distintas fuentes los cifran entre 600 y 700, una combinación de
guardias civiles y policías de los que en torno a 50 mujeres y hombres
protegen a diario el círculo más próximo al jefe del Ejecutivo en tres
turnos.
“El objetivo de la maquinaria de Moncloa es la asistencia integral al
presidente”, explica Jorge Moragas. “Dentro de esa premisa, el Gabinete
sería el software político, y la Secretaría General, el hardware,
la parte tangible que se encarga de que todo funcione, desde los viajes
y las comunicaciones hasta la informática y la logística. Los asesores
pueden cambiar, pero esa parte técnica y administrativa de la secretaría
general es clave para que aquello nunca pare, aunque cambien los
presidentes”.
Y sus titulares (los secretarios generales, que son los
responsables de saber dónde se encuentra el jefe del Ejecutivo en cada
momento), profesionales de su máxima confianza, a los que encarga
delicadas misiones de Estado, como Javier Zarzalejos, pieza clave en la
lucha de la Administración de Aznar contra ETA y miembro del grupo de
contacto con la banda terrorista en Zúrich, en 1998, o Bernardino León, sherpa de Zapatero en el G20 y su superasesor
internacional a partir de 2008.
“Un buen día, los jefes de Gobierno
descubren las relaciones internacionales y les fascinan, porque es el
juego político por excelencia. En la segunda legislatura pasan de Soria a
Siria. Y hay que llevarlos de la mano”, describe León.
Zarzalejos reconoce que la convivencia entre el Gabinete de
Presidencia y la Secretaría General no es fácil. Tampoco lo es entre el
departamento de Internacional de Moncloa con el Ministerio de Exteriores
(Moragas se llevaba fatal con el ministro Margallo) ni el de la Oficina Económica con el Ministerio de Economía (Barea y
Rato, y Sebastián y Solbes no se podían ni ver).
Y mucho menos entre la
Vicepresidencia con el Gabinete (sería el caso de Álvarez-Cascos y
Carlos Aragonés o Teresa Fernández de la Vega con Serrano). Según Javier
Zarzalejos, “surgen las lógicas fricciones. Y cada uno debe encontrar
su sitio. Tienes una ubicación orgánica, pero es solo una parte de lo
que te puede encargar el presidente. A mí Aznar me pedía papeles de
estrategia en el País Vasco. Y al tiempo yo no opinaba de temas
económicos ni sociales. Así es como Aznar repartía juego. Y funcionaba”.
¿Y Soraya?, para un sabio de La Moncloa, “se limita a ser la superasesora jurídica del presidente. Manda menos de lo que se piensa”.
La presidencia del Gobierno representa una partida de 36 millones de
euros dentro de los 1.208 millones del presupuesto del Ministerio de la
Presidencia. Los analistas reciben sueldos entre los 60.000 y los
100.000 euros al año. Salarios bajos para un analista sénior en el
sector privado. Lo que dificulta el fichaje de talentos externos. De las
47 mentes pensantes de Semillas, 23 son altos funcionarios y 24 han
sido captados extramuros. Todos adquieren el nivel 30 (el más alto de la
Administración). “Pero el sueldo es lo de menos. Es una vida
apasionante. Desmitificas otros puestos. Incluso ser ministro”, explica
Moragas. “Yo tuve opción de ir al Gobierno y dije no. El ministerio que
me ofrecía el presidente no me estimulaba. Hay 13 ministros y solo un
director del staff del presidente”.
El Gabinete es un puré de altos funcionarios, asesores
parlamentarios, profesores, consultores, sociólogos, expertos en redes
sociales y gurús. Que varía en su estructura según la coyuntura: si pesa
más la economía, la política internacional o la nacional (es decir, si
se vislumbran elecciones).
Según el catedrático de ciencia política Juan Luis Paniagua, el profesor que mejor ha analizado la estructura de La Moncloa (junto al politólogo Ignacio Molina),
“los asesores suelen ser jóvenes profesores universitarios o de
reciente acceso a la función pública. No tienen una gran carrera ni una
filiación rotunda. Pero es clave que sepan buscar y administrar la
información”.
Se los conoce en política como porteros, fontaneros,
cocineros o príncipes de las tinieblas. Son invisibles pero se dejan
sentir. El líder habla a través de ellos. Cuando este cae, se evaporan. Y
pasan a posiciones de escaso relumbrón. Al olvido. “En este trabajo no
haces amigos”, sentencia Gabriel Elorriaga, que fue número dos del Gabinete de Aznar.
“Te ganas fama de mosca cojonera. Entras en conflicto con los ministros
porque nunca le dices al presidente lo que hacen bien sino lo que hacen
mal. Los ministerios son una olla de grillos y chocan constantemente.
Sobre todo con Hacienda. Y tienes que imponer orden. Estás presente en
todos los órganos colegiados más importantes de la Administración. Y
eres el hombre del presidente”.
“Este trabajo no es un trampolín”,
recalca José Luis Ayllón, el actual director. “Y, para mí, mejor. No soy
mitómano, no me da vértigo este puesto. Sé de qué va esto. He pasado
seis años con la vicepresidenta como secretario de Estado de Relaciones
con las Cortes. He hablado en el Congreso hasta con Amaiur. Y estuve en
2011 en el traspaso de poderes con el PSOE. Y ahora se trata de apoyar
al presidente. Mañana… ya veremos”.
La Moncloa tiene 20 hectáreas. Un tercio es la zona de seguridad del
presidente, herméticamente vallada, alambrada y amurallada. Para el
intruso no es fácil orientarse en ese laberinto. Lo mejor es recorrer su
perímetro. Solo así se entiende la expansión del “centro presidencial”
(como lo define el profesor Paniagua), desde aquel relamido palacio
construido en 1953 por Diego Méndez, el arquitecto de cámara del general Franco,
sobre una finca del siglo XVII, rodeado de monásticos caserones del
Ministerio de Agricultura, al que llegó Adolfo Suárez en enero de 1977 y
donde el Consejo de Ministros se celebraba en su comedor, hasta
convertirse en un auténtico centro de poder a ocho minutos en coche del
CNI y a diez de La Zarzuela.
El complejo se compone de 16 edificios donde trabajan 2.000 personas.
Incorpora, además del edificio de Semillas, un helipuerto, el palacete
de la vicepresidencia, el Ministerio de la Presidencia, inmuebles de
servicios, seguridad, protocolo y comunicaciones; gimnasio, banco,
ambulatorio, estafeta y parque móvil. Y un búnker que alberga, tras una
gran puerta blindada, el Departamento de Seguridad Nacional (al mando
del capitán de Navío Joaquín Castellón),
desde el que el presidente conduciría las situaciones de crisis. Una de
las últimas veces que desempeñó esa función fue durante la boda del
príncipe Felipe, en mayo de 2004, cuando, ante la amenaza de un
magnicidio, se reunió un gobierno de secretarios de Estado hasta que
todo acabó bien.
Cuenta la número dos de Semillas, Cristina Ysasi, que cuando
llegó a La Moncloa en 2011, tras el triunfo electoral de Rajoy, el
edificio ofrecía un aspecto fantasmal. Los despachos de los analistas
estaban desnudos y los discos duros borrados. Siempre ha sido así. Antes
del traspaso de poderes, todo el material generado por el Gabinete
saliente es retirado. Y queda a disposición del expresidente. Lo que
sustrae a la historia documentos clave del jugo de neuronas desplegado
por los asesores en cada coyuntura política.
Para Carlos Aragonés, el
hombre de Aznar entre 1996 y 2004, “se borran las notas de despacho del
servidor de Moncloa. El presidente se las lleva en soporte digital. Es
cierto, podrían acabar en el Archivo General de la Administración,
porque explican cómo sucedieron las cosas, pero son documentos
políticos. Incluyen apreciaciones y opiniones (incluso sobre ministros,
empresarios y líderes mundiales) que no siempre son agradables. Hay
juicios severos, análisis operativos, consejos de qué debería hacer el
presidente en cada situación. Pero quizá es mejor que nunca se sepa qué
pasó realmente y todo quede congelado entre aquellas cuatro paredes”.
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