(...) Si el uso académico y popular ha acuñado un término como el que encabeza este artículo, no es por la maldad innata de aquéllos que ocupan el puesto de alcalde, sino, sin duda, porque a lo largo de la historia, el ejercicio del poder inmediato, sin demasiados intermediarios para manejar un presupuesto que ha degenerado, en algunos casos, en conductas, cuanto menos, discutibles.
En otros tiempos fue lo que se llamó el caciquismo. Ahora salen a la luz varios casos de corrupción en ayuntamientos. Lo más seguro es que no conoceremos todos los que existen. Ni siquiera, todas las prácticas y decisiones tomadas para beneficiar a unos intereses determinados y en perjuicio claro de la gran mayoría de los gobernados es seguro que estén penadas como prevaricación, cohecho y otros tipos penales.
En la corrupción normalmente sólo incurren los más temerarios o incautos, o aquéllos a quienes su ansia por llenar el saco rápidamente les lleva a descuidar las precauciones más elementales. Sin embargo, hemos de considerar que a pesar de que las corporaciones municipales abusan de su “cercanía” para congraciarse afectivamente con los administrados, constituyen un verdadero poder. Son verdaderos gobiernos, y como tales, su función primordial ha de ser la de gestionar los intereses y bienes de los ciudadanos.
Además de hacer esto mejor o peor, son los responsables de gran parte de lo que le sucede al paisaje que nos rodea, además de influir grandemente en asuntos tan importantes como puedan ser las infraestructuras básicas y la vivienda. Parece ser que España ocupa uno de los lugares más altos de Europa en cuanto a destrucción de entorno natural para ser transformado en urbano en alguna de sus versiones. Todos conocemos las más conspicuas, y sabemos bien cómo en los últimos años han proliferado urbanizaciones de adosados, campos de golf, polígonos industriales con sólo unas pocas naves y a muy poca distancia de otro.
No es ninguna novedad que en la gestión del suelo, el papel de los ayuntamientos es determinante. Tampoco lo es que las dificultades de financiación que bastantes tienen (no entraremos en si se deben a mala administración o a falta de fuentes para la misma) en muchos casos pretenden solucionarse recalificando suelo rústico sin que se siga un criterio lógico en cuanto a su conveniencia.
Esto es pan para hoy y hambre para mañana; no hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que algún día se acabará el campo y no habrá dinero para dotar de infraestructuras a terrenos urbanizados tan extensos. Además de meditar el papel que tienen nuestras autoridades municipales en el, ya parece que real, cambio climático, deberíamos intentar ver qué es lo que sucede en nuestro municipio, si se toman alguna de este tipo de decisiones, qué grupos políticos las proponen y respaldan, y qué grupos empresariales se benefician con ellas (...).
No queda demasiado para las elecciones municipales. Puede que debiéramos dedicar algo de tiempo a leer los programas electorales, a ver si se ajustan a lo que realmente defienden esos grupos políticos. Y, sobre todo, intentar dilucidar si lo que propugnan es una población acogedora con sus ciudadanos o, por el contrario, ese término tan tétrico que es “ciudad dormitorio” al servicio de unos intereses que se nos escapan, o no.
Maximiliano Bernabé GuerreroEn otros tiempos fue lo que se llamó el caciquismo. Ahora salen a la luz varios casos de corrupción en ayuntamientos. Lo más seguro es que no conoceremos todos los que existen. Ni siquiera, todas las prácticas y decisiones tomadas para beneficiar a unos intereses determinados y en perjuicio claro de la gran mayoría de los gobernados es seguro que estén penadas como prevaricación, cohecho y otros tipos penales.
En la corrupción normalmente sólo incurren los más temerarios o incautos, o aquéllos a quienes su ansia por llenar el saco rápidamente les lleva a descuidar las precauciones más elementales. Sin embargo, hemos de considerar que a pesar de que las corporaciones municipales abusan de su “cercanía” para congraciarse afectivamente con los administrados, constituyen un verdadero poder. Son verdaderos gobiernos, y como tales, su función primordial ha de ser la de gestionar los intereses y bienes de los ciudadanos.
Además de hacer esto mejor o peor, son los responsables de gran parte de lo que le sucede al paisaje que nos rodea, además de influir grandemente en asuntos tan importantes como puedan ser las infraestructuras básicas y la vivienda. Parece ser que España ocupa uno de los lugares más altos de Europa en cuanto a destrucción de entorno natural para ser transformado en urbano en alguna de sus versiones. Todos conocemos las más conspicuas, y sabemos bien cómo en los últimos años han proliferado urbanizaciones de adosados, campos de golf, polígonos industriales con sólo unas pocas naves y a muy poca distancia de otro.
No es ninguna novedad que en la gestión del suelo, el papel de los ayuntamientos es determinante. Tampoco lo es que las dificultades de financiación que bastantes tienen (no entraremos en si se deben a mala administración o a falta de fuentes para la misma) en muchos casos pretenden solucionarse recalificando suelo rústico sin que se siga un criterio lógico en cuanto a su conveniencia.
Esto es pan para hoy y hambre para mañana; no hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que algún día se acabará el campo y no habrá dinero para dotar de infraestructuras a terrenos urbanizados tan extensos. Además de meditar el papel que tienen nuestras autoridades municipales en el, ya parece que real, cambio climático, deberíamos intentar ver qué es lo que sucede en nuestro municipio, si se toman alguna de este tipo de decisiones, qué grupos políticos las proponen y respaldan, y qué grupos empresariales se benefician con ellas (...).
No queda demasiado para las elecciones municipales. Puede que debiéramos dedicar algo de tiempo a leer los programas electorales, a ver si se ajustan a lo que realmente defienden esos grupos políticos. Y, sobre todo, intentar dilucidar si lo que propugnan es una población acogedora con sus ciudadanos o, por el contrario, ese término tan tétrico que es “ciudad dormitorio” al servicio de unos intereses que se nos escapan, o no.
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