Tercera lección: lo público y lo privado se necesitan mutuamente.Visto lo visto, deberíamos acordar que ni el Estado es el problema, siempre, ni lo privado es la solución, siempre. Que cada uno tiene una importante función que cumplir, que cada uno se necesita porque sus labores son complementarias. Aunque la gente se fía de lo privado, cuando llegan las dificultades serias, confía más en lo público.
Si la crisis de los años 70 del siglo pasado fue, en buena medida, una crisis de lo público (empresas y banca pública, excesivos costes de la sobreprotección social, etcétera) y ello dio pie a la revolución neoconservadora de Reagan y Thatcher, la actual ha sido, claramente, una crisis de la ideología de lo privado.Encontrar un nuevo equilibrio dinámico entre sector privado y público es el reto de los tiempos por venir, sin deslegitimar a ninguna de las dos piernas con las que avanza nuestra sociedad.
En sociedades complejas como las nuestras, la mayoría de los problemas de gestión importantes existen con independencia de la propiedad. En aeropuertos, como en hospitales o en transportes públicos, la calidad del servicio ofrecido depende más de los esquemas de control y de los incentivos internos de gestión que de la titularidad de la propiedad. En las grandes empresas por acciones hay propietarios, pero no dueños y los gestores tienen un margen de actuación enorme.
Hay que entender que el valor de una empresa es algo más que su cotización en Bolsa y que la responsabilidad social de las mismas debe verse reflejada en códigos de buen gobierno exigibles desde fuera. Porque si algo ha quedado claro en esta crisis es que ni el mercado ni las empresas parecen capaces de autorregularse y mantener el cumplimiento de normas y reglas que no sean impuestas, supervisadas y sancionadas desde fuera por los poderes públicos.
Cuarta lección: sobre delitos y normas. Parte de lo ocurrido, sobre todo en los mercados financieros internacionales, ha tenido que ver con la ausencia de normas donde se ha demostrado que hacían falta. Por ejemplo, en la configuración, comercialización y contabilización de los llamados productos derivados. Creo que ya hemos aprendido esto y las propuestas sobre una mayor regulación y supervisión del capitalismo financiero mundial cobrarán protagonismo en las próximas reuniones del G-20. Pero lo ocurrido con el caso Madoff no es consecuencia de una ausencia de regulación, sino de la comisión de un delito. Y no ha sido el único caso de vulneración de una norma existente, porque ha ocurrido también cuando ha habido sobrevaloración de activos inmobiliarios o connivencias sospechosas entre regulador y regulado; o entre empresas y analistas de riesgos.
Por tanto, faltan normas donde faltan pero también ha faltado el cumplimiento adecuado de las ya existentes. En muchos casos, porque a la entidad supervisora le falta capacidad gestora o inspectores suficientes, y en otros porque la sanción por incumplimiento es tan escasa que compensa arriesgarse. De poco sirve que se aprueben más normas y regulaciones si luego no cumplen porque no se dota, a quien corresponde, de los instrumentos necesarios para controlar su aplicación y sancionar su incumplimiento.
Quinta lección: los nuevos valores al alza. No pretendo hacer en este punto una reflexión moral, sino de eficiencia económica.Si queremos dotar de mayor estabilidad a nuestro modelo de crecimiento, tenemos que poner boca abajo algunos de los valores sociales y económicos sobre los que hemos construido la bonanza anterior.Cuando el conjunto de la riqueza acumulada en productos financieros especulativos multiplica por tres o por cuatro el valor total de la riqueza real producida, las señales que estamos enviando a la sociedad son malas. Por ejemplo, que su trabajo y su inteligencia es menos importante que un buen pelotazo bursátil o inmobiliario, ya que la recompensa principal no se distribuye en función del esfuerzo o de la capacidad, sino de la oportunidad y del azar.Que las consideraciones a corto plazo predominan sobre aquéllas otras que miran con una perspectiva temporal mayor, como las que afectan a la lucha contra el cambio climático o la pobreza en el mundo. Que el particularismo de cada uno debe situarse por delante de un interés general cada vez más diluido. Son tres mensajes con los que difícilmente podremos construir una sociedad cohesionada, ni tampoco una economía estable.
La especulación ha existido siempre y desempeña un papel equilibrador en un sistema de mercado. Pero el peso de la misma sobre nuestro modelo económico y social ha sido exagerado en los últimos tiempos, generando graves perjuicios a una mayoría social.
Recuperar la importancia del trabajo, la formación y el conocimiento para construir sobre ellos nuestro modelo productivo va a exigir cambios importantes. De control y regulación sobre los mercados financieros, pero también sobre decisiones públicas que alienten más estos valores que los otros. Por ejemplo, en el terreno impositivo, donde resulta difícil de sostener que las rentas ganadas por un trabajador mediante su trabajo paguen más impuestos que la misma cantidad cobrada por un rentista como consecuencia de una simple revalorización pasiva de su patrimonio. Si una sociedad más cohesionada es, además, más eficiente porque incentiva mejor las capacidades individuales de todos, pongámonos a ello. En todo.
Sexta y última lección (de momento): falta gobernanza internacional.Dada la magnitud y características de las cuestiones a abordar, no tenemos una adecuada estructura político-administrativa de gobernanza internacional de los mismos. Los problemas no conocen fronteras y la base de respuesta sigue siendo la defensa del interés nacional. Esa incapacidad pública para organizar respuestas eficientes a nivel mundial, estimula comportamientos privados desestabilizadores y perjudiciales para el conjunto.
Las lecciones que he extraído de esta crisis son parciales y subjetivas. Pero espero que útiles. Así sea.
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