Las cosas no pintan bien. Es cierto. La desaceleración iniciada a mediados de 2007 -transformada en crisis a cámara lenta a lo largo de 2008- se ha convertido en la más importante recesión de nuestra historia reciente, puede durar un año y medio más antes de iniciar la recuperación, y está alterando algunos parámetros fundamentales.
Se trata de una crisis mundial, generalizada, con un claro detonante financiero, pero con la dimensión y las características de un gran acontecimiento histórico, cargado de grandes incertidumbres mucho más importantes que el estéril debate actual en torno a unas décimas de previsión.
Una crisis que no se está quieta. Que cambia de contenido, de dirección, y cuyo recorrido total no ha terminado porque aún hay activos susceptibles de intoxicarse. Esa es la primera gran incertidumbre: ¿por dónde evolucionará esto? Siguiendo el símil del Titanic que ya utilicé en otra columna, ahora hay mamparas que todavía aguantan con dificultad la presión del agua que entra.Pero no sabemos si lo podrán seguir haciendo durante mucho más tiempo o si cederán, y el resultado global será muy diferente en uno u otro caso.
Este análisis es distinto de la tradicional discusión sobre cuándo tocaremos fondo, porque sólo sabremos que lo hemos tocado después, cuando pase. Entonces veremos durante cuánto tiempo nos arrastraremos por ese fondo antes de volver a subir. Y puede ser largo. Pero todo depende ahora de la fortaleza de esas mamparas y de lo que haga el Gobierno-fontanero para reforzarlas.
Sobre este asunto quiero dejar clara mi posición: el Gobierno hace lo que debe, lo que puede, lo que están haciendo el resto de gobiernos. Y lo que proponen otros en nuestro país, aquello de austeridad en las cuentas y recorte del gasto público para compensar reducciones impositivas sin disparar la deuda, junto al nacionalismo pseudoproteccionista, es exactamente la política económica que fracasó a comienzos de la depresión de los años 30, quedando desplazada, afortunadamente, por las orientaciones contrarias encabezadas por Roosevelt y Keynes.
Porque el Estado ni es, ni se comporta, como una familia, ya que la acción colectiva, el todo, es siempre mucho más que la suma de sus partes, especialmente en situaciones de crisis. Y este reconocimiento es lo que pone fin a la ilusión neoliberal de un mercado perfecto que se equilibra sólo a base de sumar comportamientos individuales.
La segunda incertidumbre actual es saber hasta cuándo estarán taponadas las vías de salida de esta situación, ya que vivimos nuestra primera gran crisis con el euro. La economía española ha salido de estas situaciones con una secuencia relativamente constante: primero se recuperan las exportaciones, luego las ventas en comercios, el turismo, y la vivienda. Pero claro, eso era cuando podíamos devaluar nuestra peseta y, además, el resto del mundo iba un poco por delante de nosotros en el ciclo, iniciando la recuperación también antes.
Ninguno de estos elementos están presentes hoy, y todavía no sabemos dónde estará la senda de la recuperación esta vez. En todo caso, algo parece claro: hasta que no volvamos a construir y consumir medio millón de viviendas nuevas al año, no empezaremos la recuperación. Si eso es así -y aunque los procesos no pueden sustituirse de manera artificial- resulta urgente definir, entre las tres administraciones afectadas y la banca, una política articulada, global y sostenible para el sector de la construcción residencial que empiece por ayudar a absorber el remanente invendido que se acumula hoy por toda España.
La tercera incertidumbre es saber dónde y hasta dónde tiene el Estado que ejercer una cierta tarea planificadora, junto al sector privado, sobre el destino de los cuantiosos volúmenes de recursos públicos puestos en circulación para hacer frente a lo peor de la crisis, incluyendo las contrapartidas exigibles a la iniciativa privada para acompasarlos. Esto vale tanto para las ayudas bancarias como para la proliferación de ERE que deberían convertirse en auténticos planes de reconversión sectorial como los de antes, en línea con las actuaciones de otros países como Francia.
Si esto va para largo, deberemos tener claro que las ayudas públicas tendrán que mantenerse también durante un tiempo. Y más vale hacerlo con la intensidad adecuada, pero de forma coherente y planificada por actuaciones, y no por ministerios o autonomías.
La cuarta incertidumbre sobre nuestra situación actual se refiere a cuándo el Gobierno planteará a los interlocutores sociales un cambio en la actual regulación de la protección por desempleo para... ampliarla. El auténtico debate con relevancia social y política no es apostar por si rebasaremos determinado número de parados a finales de año, sino ver cómo mejoraremos la situación de aquéllos que, de manera creciente en los próximos meses, no encuentren empleo, tengan la cobertura agotada y no cumplan los requisitos para acceder al subsidio.
Hacer frente a la crisis sin recortes sociales, como ha destacado de manera reiterada el presidente del Gobierno, significa exactamente eso. Porque el mercado de trabajo es secundario respecto al crecimiento, y ni el paro ni el empleo se generan de manera endógena desde las reglas del mercado de trabajo, a pesar de las mejoras introducidas en los servicios públicos de empleo.
Espero que el próximo debate parlamentario sobre la crisis, el quinto que protagonizará el presidente del Gobierno esta legislatura, ayude a despejar las dudas, a templar los ánimos y a resaltar la crudeza de las cosas, pero también nuestras fortalezas y oportunidades.
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