El hecho de que el Partido Popular haya decidido volver a usar el trasvase del río Ebro como arma electoral -aunque ahora le llame "transferencia" para intentar sortear sus propias divisiones internas- supone una grave irresponsabilidad.
Hace ya años, desde la comunidad científica aportamos al debate un buen caudal de argumentos económicos, sociales y ambientales, al margen de intereses partidistas. La propia Comisión Europea forzó un debate sin precedentes entre una amplia comisión gubernamental y otra formada por profesores de la Universidad, seleccionada por la Fundación Nueva Cultura del Agua.
Sería bueno recordar que aquel debate culminó con tres informes de los equipos técnicos de la Comisión desaconsejando financiar con fondos europeos el proyectado trasvase, por razones económicas, sociales y ambientales.
Los principales argumentos que bloquearon los fondos europeos estaban vinculados a los graves problemas que el trasvase habría causado en el Delta del Ebro. En contra de lo que algunos políticos, poco aplicados, siguen proclamando, las aguas de los ríos no se pierden en el mar.
El estudio de los graves impactos de la gran presa de Asuán, sobre el Nilo, marcó un giro histórico en materia hidráulica a nivel mundial. Más allá del progresivo hundimiento y salinización del Delta de Alejandría, por falta de caudales y sedimentos, se produjo un colapso de arenas en las playas turísticas del norte de África. Hoy se sabe que la mayor parte de esas arenas de playa no proceden de la erosión de las olas, sino del aporte fluvial de sedimentos que, en el caso del Nilo, quedan bloqueados en Asuán.
Sin embargo, el impacto más duro se produjo sobre la pesca. Las capturas de sardina y boquerón cayeron en un 90%. Hoy sabemos que estas especies ponen sus huevos en las desembocaduras de los ríos, aprovechando el masivo aporte de nutrientes continentales de las tradicionales crecidas primaverales, que fertilizan la vida, especialmente en mares cuasicerrados, pobres en plancton, como el Mediterráneo.
En el debate sobre el trasvase, los investigadores del Instituto de Ciencias del Mar (CSIC), en Barcelona, aportaron excelentes estudios sobre la importancia de los caudales del Ebro, no sólo sobre la producción marisquera del Delta, sino sobre las pesquerías del litoral catalán y valenciano.
Por otro lado, el hundimiento (y salinización) del Delta, por falta de sedimentos y caudales, unido al crecimiento del nivel del mar, por fusión de masas polares, lleva hoy a su progresiva desaparición, a razón de 10 milímetros al año.
Todo ello exige no sólo desechar cualquier consideración de caudales "excedentarios" (sobre todo con el cambio climático), sino diseñar un plan de cuenca que permita aumentar los caudales y sedimentos aportados al Delta del Ebro.
Otro argumento clave fue el de la irracionalidad energética y económica del trasvase. El agua no bajaría por su propio peso a lo largo del mapa, sino que habría que bombearla. Llevar al altiplano alicantino o Almería un metro cúbico (que, no lo olvidemos, pesa una tonelada) desde Tortosa, exigiría más de 4 kilovatios hora, es decir, la energía que requiere un bombeo desde 1.200 metros de profundidad.
Hoy la desalación por ósmosis inversa, empleando cámaras isobáricas y membranas semipermeables de baja presión, que ya están en el mercado, supondría en torno a 3 kilovatios hora por metro cúbico.
En cuanto al balance económico del trasvase, tanto los estudios elaborados desde diversas universidades como los de la Comisión Europea, enmendaron los cálculos del Gobierno de Aznar. Llevar un metro cúbico hasta Murcia y Almería costaría entre 1 y 1,5 euros/metro cúbico, mientras la desalación, con las tecnologías reseñadas, supone entre 0,4 y 0,45 euros/metro cúbico.
Pero, sin duda, desde las vigentes perspectivas de cambio climático, la clamorosa ineficacia de los trasvases para gestionar sequías, como la que hemos sufrido y sufrimos, constituye un argumento clave.
Tal y como se reconocía en el propio Plan Hidrológico Nacional, el trasvase del Ebro no estaría operativo en años de sequía por falta de caudales trasvasables. La estadística ofrecida por los anexos del propio Plan preveía fallos en el 20% de los años, debido a que las sequías suelen tener un carácter regional y no local.
Generalmente, cuando la cuenca del Segura sufre sequía, el Júcar y el Ebro, en una u otra medida, también la sufren. En concreto, durante la reciente sequía, aunque las infraestructuras de los trasvases del Ebro y del Júcar-Vinalopó hubieran estado en servicio, no se habría podido trasvasar ni un metro cúbico.
Afortunadamente, lo que ha operado ha sido la estrategia de desalación del Programa AGUA, que, de forma más modular y con absoluta fiabilidad, ha permitido abastecer usos urbanos, evitando los cortes de agua que se habrían producido de haber estado en acción la estrategia de trasvases.
Pedro Arrojo Agudo pertenece al Departamento de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza.
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