Yo ya sólo puedo relacionarme con genios o con empleados. O me fascinas y aprendo y es una revelación permanente hablar contigo; o enseguida te tomo como a un utilitario y haces lo que te digo y me asistes hasta que me retiro. Me aburren los del medio. Yo no les aburro pero se acaban apartando igualmente porque no pueden aguantar el ritmo. Aborrezco a los normales y si por algún motivo no puedo echarlos y permanecen, es peor para ellos porque acaban destruidos. A partir de una cierta intensidad, lo que no fundo es porque brilla más que yo. Sé que parezco cruel y que artículos como éste son los que mis detractores usan para descuartizarme y con bastante
éxito. Pero no es mi opinión sino la estricta observación de lo que me ocurre, porque aunque no creo sufrir ningún desdoblamiento de la personalidad, puedo observarme mientras actúo. El yo que piensa y el yo que vive.
No odio a nadie, ni a nadie considero mi enemigo, ni contra los que más daño me han hecho logro sentirme violento. Pero lo primero que percibo de uno que llega es su medida de aburrimiento. Le atravieso la ropa y la carne con la mirada, con el cerebro, y desde el fondo de sí mismo le observo en su verdad más contable y si no me interesa siento hacia él un profundo desprecio. No es elitismo ni hay en mí ninguna voluntad humillante. Más bien estoy incómodo por haberlo descubierto y me invade el pudor y la vergüenza de haberle entrado tan adentro. Pero las cosas que uno sabe no puede dejar de saberlas, ni puedo con mi voluntad corregir lo que ha descubierto el instinto en el límite del que no se vuelve.
La inteligencia es ofensiva, es hiriente, me deja solo, me debilita mucho antes de fortalecerme, me desgarra y me hace ser siempre un extraño. Mi visión es la correcta pero el espejo me devuelve a un monstruo en un mundo demasiado deformado. La precisión es letal. Parezco un criminal y luego está el silencio, el silencio de ese pedazo de la noche en donde yo continúo de pie y la mayor parte de las cosas las callo, pero el aburrimiento es aún más cruel que el desamor o el desdén, y los que no consiguen captar mi interés provocan irremediablemente mi bostezo. Me marcho sin decir por qué.
El igualitarismo es la más burda mentira de nuestra era y la bondad sin inteligencia no tiene ningún mérito. Me gustaría tener más control sobre mis instintos, ser un farsante y hacer negocio con el parche entre lo que siento y lo que sé, entre la palabra y el cuerpo en que se realiza. Pero la prosperidad está lejos de mi poder, y entre genios y empleados sólo Dios tira los dados. A veces pienso en qué tipo de suerte ha sido exactamente la mía pero en realidad no tengo muchas formas de escribir ni de comportarme. Me entristece que penséis que es crueldad pero de todas formas qué importa. Ni yo elegí mi cuchillo ni vosotros la obviedad. La culpa es irrelevante aunque sea grotesca la desmesura. El genio es indestructible y a lo que se rompe de nada le sirve la piedad.
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