Adivinaba ayer aquí el editorial una trayectoria hacia el aprobado general tan inapelable como la de una bala que ya ha sido disparada y avanza sin obstáculos. A cámara lenta, para que la podamos ver, pues en la práctica tiro e impacto parecen simultáneos. Consideren que el proyectil que va a reventar la educación pública, corazón del sistema, ya ha impactado. No hay escudo. Y esta no será una sociedad digna.
Habrá destrozado su fuente de legitimidad moral. La legitimidad política le viene al sistema de cumplir con los consabidos requisitos de un Estado democrático de derecho: Constitución elaborada en libertad, imperio de la ley, catálogo de derechos y libertades, división de poderes, elecciones periódicas... La legitimidad moral le viene
de poner a disposición de todos una red educativa de calidad donde se garantizan dos cosas: que nadie quedará por debajo de unos estándares mínimos relativamente altos; que cualquier educando puede aprovechar la educación pública como ascensor social a través del mérito y de una especial dedicación. Mecanismos de naturaleza competitiva.
Pero sabemos que las gentes de progreso tienen un problema con el verbo competir. En primer lugar, les suena a libre mercado, lo que clava una espina en su cerebro reptiliano progre. Luego choca de frente con su mantra de la igualdad, ideal que ya solamente entienden como igualdad de resultados. Y digo solamente. La igualdad en la que España convino, junto con la libertad, en el 78, lejos de respetarla la aborrecen.
Es la igualdad ante la ley que les impediría todas sus discriminaciones positivas, por lo que hace al personal, y todas sus impunidades (indultos a políticos incluidos) por lo que hace a la jefatura. Resumiendo, que lo de competir les mata.
Hay más razones: muchos de los que hoy deciden en España apenas podrían ganarse la vida en el sector privado. Unos no estudiaron. Otros ostentan títulos desde el plagio obsceno. Otros abren la boca y ya se ve que, si un día supieron algo, lo han olvidado. La competencia que conocen es la del partido, que consiste en ver quién es el que más traga.
Así pues, está instalada la inteligencia (ja) española en el esquema de la igualdad de resultados. Y el gran error se ve favorecido en materia de educación porque dicho ámbito sagrado ha venido siendo deformado durante décadas y décadas por una pedagogía que por fin ha triunfado. Ahora mismo debe estar ocupada en la necesaria aproximación emocional a la hora de enseñar al que enseña a enseñar al que enseña a enseñar. Y tal.
Uno celebra que Elon Musk, Richard Branson y demás multimillardarios estén planteando lo de la renta universal. ¿De qué va a vivir la gente que no estudie en la privada? Puede haber riqueza para todos. Otra cosa es el espíritu, palabra que coloco aquí para que se caiga de una vez de mi columna el intruso que haya superado las voces ‘moral’ y ‘competir’.
(*) Columnista
https://www.abc.es/opinion/abci-juan-carlos-girauta-competir-miedo-202108252301_noticia_amp.html
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